La esclavitud de las mujeres

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Vida y Lectura

Marcela Eternod Arámburu

SemMéxico, Aguascalientes, 6 de agosto, 2021.- A diferencia de lo que algún o algunos funcionarios, responsables de la educación pública, están decidiendo con una arbitrariedad absoluta sobre lo que se debe leer, cómo se deben orientar las lecturas y bajo que preceptos las deben realizar los y las estudiantes en México, Bruno de Maire -actualmente Ministro de Finanzas de Francia- recientemente pronunció un discurso sobre la importancia que tiene para las personas el leer y el alejarse de las voraces pantallas que nos cosifican y estimulan una adicción a la pasividad, aletargando nuestra curiosidad y constriñendo nuestra libertad a un algoritmo que identifica qué es lo más recomendable para cada espectador, “dándonos pequeños estímulos cada cinco segundos, cada diez segundos” para mantenernos frente a las pantallas, atrapando cada vez más nuestro tiempo y nuestra atención.

En un breve pero contundente mensaje, Bruno de Marie, habló sobre la trascendencia que tiene para cada persona la lectura, señalando que si bien es una tarea solitaria nos permite identificarnos con las y los otros y nos hermana con ellos en un amplio conjunto de realidades que pueden o no ser propias, pero que con la lectura son compartidas, despiertan nuestra imaginación, incrementan nuestras experiencias y conocimientos, permiten descubrir situaciones, perspectivas y sentimientos que tal vez nos sean familiares, pero que en palabras de las y los que escriben se vuelven más claras, más precisas y -quizá lo más importante- nos obliga a pensar, repensar, analizar y valorar por nosotros, nosotras mismas.

Para escapar de lo fácil de tirarse horas enteras frente a esa magnética pantalla, en la que bastan unas cuantas pulsiones a un control remoto para quedar pasmados por horas en series insulsas, temporadas interminables, argumentos mediocres y las más de las veces francamente estúpidos e irracionales, tenemos la lectura. Para enfrentar la cada vez más apabullante tiranía de la pantalla que nos atrapa y obliga a un letargo tan sutil como insulso, contamos con los libros.

Por lo anterior, propongo que esta semana se aborde la lectura de un texto clásico para la formación feminista: La esclavitud de las mujeres, un libro del siglo XIX escrito por John Stuart Mill y Harriet Hardy, mejor conocida como Harriet Taylor Mill porque, a la usanza de la época, tomó los apellidos de sus dos maridos: John Taylor y John Stuart Mill. Aunque la autoría formal del texto se atribuye a Mill, él siempre reconoció lo mucho que había aportado Harriet, que no vio publicado el texto porque murió antes, al parecer de tuberculosis.

Emilia Pardo Bazán -autora muy recomendable- en 1892 se encargó de la traducción del libro al español y prologó la edición de La esclavitud femenina para la «Biblioteca de la Mujer.»

El texto no deja de sorprender por su contundencia, la claridad en la argumentación y sus conclusiones: es incontrovertible que debe haber una igualdad formal y real entre mujeres y hombres, si queremos superar la lamentable y perversa subordinación femenina, para alcanzar un nivel básico de civilidad y acabar con la esclavitud de las mujeres. Solo se puede avanzar en un desarrollo esencialmente humano -nosotras aludimos a un proceso civilizatorio real- bajo un axioma imperativo de igualdad entre mujeres u hombres.

Es interesante analizar cómo se van desmontando en el libro los argumentos de la época victoriana -muchos de ellos aún presentes y vigentes en nuestro mundo globalizado- tendientes a legitimar la subordinación de las mujeres como algo “natural” y como se muestra la falsedad de cada uno de los supuestos pilares que daban cuenta de la inferioridad femenina.

Ubicándonos en el último tercio del siglo XIX podemos intuir el impacto del libro de Harriet y John que cuestiona todo lo que se afirmaba, postulaba y creía sobre las mujeres y cual era su posición en el mundo. Temas como la naturaleza femenina, su posición social, la educación que se les daba a las niñas, su domesticación para el sometimiento y la obediencia, sus muy limitados derechos jurídicos y civiles, y sus nulos derechos políticos, todavía hoy provocan la reflexión y mueven a la acción.

Considerar a las dos mitades de la humanidad en todos los contextos, incluir a mujeres y hombres en las decisiones, en las acciones, en la esfera publica y en la privada es hoy una alternativa mucho más clara gracias a textos como La esclavitud de las mujeres (La esclavitud de la mujer, La subordinación de la mujer o El sometimiento de la mujer). Acelerar el paso para garantizar la inclusión y para tener resultados, pasa por un compromiso político, que al parecer ha estado perdiendo fuerza y presencia en nuestra cotidianidad nacional.

Y si bien John Stuart Mill fue contundentemente derrotado cuando propuso cambiar en la Cámara de los Comunes la ley electoral y definir como votantes a las personas, para incluir a las mujeres, su derrota y los escarnios y burlas que recibió se deben ver como uno más de los miles de ejemplos que tenemos de que la racionalidad, la sensatez, la justicia y el derecho a la igualdad pueden ser atropelladas por la estulticia, el autoritarismo y el poder, pero al final serán reivindicados y la verdad emergerá para darle a quien lo merece su puesto en la historia.

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