Lorena Díaz
SemMéxico, Guadalajara, Jalisco, 9 de octubre, 2021.- México ocupa el lugar número uno en el mundo en abuso sexual infantil, según la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE), no solo estamos lejos de erradicarlo, sino que va en un aumento derivado de las condiciones de confinamiento que se tiene en esta pandemia por COVID-19.
Es escalofriante pensar que al menos 5.4 millones de niños, niñas y adolescentes en México han sido abusados sexualmente, cifras que nos brinda la OCDE, seestá lejos de llegar a la cifra real de esta problemática. Dado que muchas de las víctimas no lo denuncian, este número tan solo es la punta del iceberg de una problemática que no es nueva para el país, en donde únicamente el 2% de los casos se identifican en el periodo en el que está sucediendo el abuso sexual y el resto de los casos se habla años después o se queda en el silencio por temor, culpa y/o miedo.
Adicional a ello, solo una minoría de los casos que se denuncian van a juicio y de estos es casi nula la cifra de los agresores que obtienen una condena. Hay una impunidad aterradora, en donde se revictimizan a los niños, niñas y adolescentes, hay acoso por parte de las autoridades donde se cuestiona en todo momento la veracidad de su historia. Por otro lado, pese a este contexto hoy México destina muy poco de su presupuesto para la prevención y protección del abuso sexual infantil.
Para comprender más la gravedad de esta problemática, es importante tener la claridad de lo que es un abuso sexual infantil y de los daños que provoca, el Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (UNICEF) considera abuso sexual cuando “un niño es utilizado para la estimulación sexual de su agresor (un adulto conocido o desconocido, un pariente u otro niño, niña y adolescente) o la gratificación de un observador. Implica toda interacción sexual en la que el consentimiento no existe o no puede ser dado, independientemente de si el niño entiende la naturaleza sexual de la actividad e incluso cuando no muestre signos de rechazo”. Cabe mencionar que la mayoría de las víctimas que sufren abuso sexual infantil son niñas y la mayoría de los agresores son familiares, es decir, donde las víctimas conviven con sus agresores dentro de sus propios hogares, lugar que debería de ser un espacio seguro.
Un elevado porcentaje de los agresores son hombres, papás, padrastros, hermanos, tíos, primos, abuelos, vecinos, maestros o personas del círculo de confianza de la familia, en la mayoría de los casos la cara de los agresores es familiar. Incluso puede ser sumamente amable y realizar el abuso sexual sin violencia, por medio de la manipulación o seducción hacia la víctima, esto genera culpa, vergüenza y/o miedo, sumando a que en muchas ocasiones no se da la credibilidad por el vínculo que existe con el agresor, en donde se suele escuchar “cómo crees que tu padrastro sería capaz de algo así”.
Las víctimas de abuso sexual infantil tienen distintas afectaciones que se presentan desde que sucede el abuso y prevalecen hasta la adultez, por ejemplo, en su salud mental pueden presentar trastornos de conducta alimentaria, depresión, ansiedad, dificultades de sueño, síntomas somáticos, comportamientos suicidas, trastorno del pánico, comportamientos de alto riesgo como consumo de sustancias, trastornos de estrés postraumático, por mencionar solo algunas.
Es urgente que se hable de este tema en las esferas pública y privada, en las escuelas y en las casas, en cada espacio donde existan niños, niñas y adolescentes, es prioritario que se visibilice porque están sucediendo todos los días abusos sexuales infantiles y existe un buen porcentaje de que pueda estar sucediendo en nuestra propia casa.
Se requiere que el gobiernogenere mecanismos de prevención, identificación, atención integral y erradicación realmente efectivos. Se tiene que contar con una educación sexual integral que informe a los niños, niñas y adolescentes sobre su propia sexualidad, que brinde nombre y apellido a las conductas que los violentan, no se puede prevenir de lo que no se habla.
Es necesario poner atención, quitar prejuicios, creerles a los niños, niñas y adolescentes ya que ellos en muchas ocasiones no saben nombrar que es lo que está pasando, pero si pueden comunicar que algo no está bien, cuando no quieran estar cerca de algún adulto, aunque sea familiar, creerles cuando rompan el silencio, y estar al pendiente de las alertas que dan.
Necesitamos que los agresores tengan la incomodidad de nuestra voz, nuestro señalamiento y nuestra exigencia de justicia, que no existan más niños, niñas y adolescentes viviendo abuso sexual.
Mtra. en Psicoterapia Interdisciplinar
Colaboradora de Cladem Jalisco