Vida y Lectura| Chimamanda Ngozi Adichie

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Precandidata al Premio Nobel de Literatura

Marcela Eternod Arámburu

SemMéxico, Aguascalientes, 10 de octubre, 2021.- La primera vez que oí el nombre de Chimamanda Ngozi Adichie fue en 2009. La encontré en una charla de TED donde con voz clara narraba cual era El peligro de una sola historia haciendo hincapié en que una realidad se integra de múltiples perspectivas y que éstas son polifónicas. Chimamanda concluye que es un gravísimo error creer que solo hay una historia, aun cuando en ella convergen muchas voces, porque al hacerlo cancelamos la posibilidad de escuchar esas otras historias que matizan la estridencia de la historia hegemónica y que nos permiten expandir nuestros conocimientos y afinar nuestras percepciones.

Con sencillez contaba que la gente como ella no existía en las historias, relatos, cuentos y libros que leía. El amplio universo de la literatura a la que ella tenía el privilegio de acceder no incluía a los Igbo, ni a las mujeres nigerianas, ni las costumbres, tradiciones, percepciones y cosmovisiones locales africanas.

En 2015 o 2016 cayó en mis manos un pequeño ensayo titulado Todos deberíamos ser feministas y pocos días después encontré que en 2013 Chamamanda había participado en otra charla de TED en Euston, donde hablaba de cómo fue adentrándose en el feminismo.

Siguiendo la pista de esta joven nigeriana que transmitía con firmeza y gentileza sus ideas y convencida de que era una voz inteligente, veraz y conmovedora, encontré que fue educada en los Estados Unidos desde los 19 años gracias a varias becas y oportunidades. Así pasó por la Universidad Drexel en Filadelfia, la Universidad Estatal del Este de Connecticut en Willimantic, la John Hopkins en Baltimore, y Yale en New Haven, siempre con la idea de regresar a Nigeria.

Así fue como leí, varios años más tarde, su primera novela publicada en 2003, La flor purpura y premiada con el Commonwelth Writer’s Prize for Best First Book en 2005. Sin ánimo de resumir o reseñar la novela, pero sí con la intención de incitar a su lectura, debo decir que es una historia de intensa violencia familiar enmarcada en la idea de que el control, la obediencia y la disciplina que impone el jefe de familia, jerarca indiscutible de la estructura familiar, es por el bien de todas las personas que controla: su familia, su comunidad, su iglesia, sus negocios y sus otras relaciones.

Las modalidades de la violencia paterna son inconcebibles para quien las lee y terroríficas para quienes son víctimas de ella. A lo largo de las casi 300 páginas, suavemente Chamamanda nos hace testigos de esa violencia que lleva a una mujer —la esposa— a la más absoluta desesperación; a una hija a la comprensión de todo lo que ha vivido y a la conciencia de que su manera de pensar esta moldeada por el miedo, por el temor enmascarado de respeto y sumisión que es lo único que medio satisface a un padre violento, enmascarado de convencido servidor de Dios, de cristiano practicante, de un hombre de principios y de fe incuestionable; y a un hijo durante años sometido y doblegado a la franca rebeldía después de descubrir que hay otras maneras de vivir.

Como homenaje a su madre, Chimamanda Ngozi Adichie le pone el nombre de su madre al personaje catalizador de un profundo cambio en la familia protagonista de esta historia: Ifeoma. La tía Ifeoma, hermana del padre violento y radical, interactuando con su cuñada y con sus sobrinos en un marco de libertad, participación, colaboración y protección familiar, enseña con su manera de vivir, de pensar y de amar que las cosas pueden y deben ser diferentes, a pesar de las muchas carencias materiales en las que ella vive, en gran parte por no aceptar las ayudas —siempre interesadas y condicionadas— de su hermano.

El contexto de la novela, ubicada geográficamente en Nsukka, donde se encuentra la Universidad de Nigeria, que Chamamanda conoce tan bien ya que su padre fue profesor de estadística y su madre fue la primera mujer en ocupar el cargo de Secretaria de Admisiones, permite vislumbrar la compleja situación política de Nigeria y el ataque contra la inteligencia y el saber, representada por un profesorado cada vez más acorralado por el gobierno en turno que día a día restringía libertades y elaboraba largas listas de traidores y disidentes, llevando a muchos a abandonar el país.

En fin, una novela interesante para quienes como yo desconocemos la literatura de gran parte de los países africanos. Una novela que desenmascara una de las formas más perversas y crueles de la violencia, la que se da al interior de las familias y de la que, todavía hoy, pocos quieren hablar y muchos menos se deciden a denunciar y actuar para detenerla. Una novela que permite ver la grandiosidad de las pequeñas cosas y disfrutar de la lluvia, del compartir las alubias o el arroz con otros, del rebanar tubérculos durante una profunda y comprometida conversación que revalorara a las personas, y la importancia que unas cuantas personas pueden llegar a tener cuando se comportan con generosidad y alegría, tratando de entender las emociones —simples o complejas—, pero con el propósito de desatar una nueva conciencia, más libre y esperanzadora.

Para concluir estoy obligada a señalar que otras obras de Chimamanda también han recibido algunas distinciones. Medio sol amarillo publicada en 2006 fue merecedora del Orange Prize for Fiction en 2007, y Americanah de 2013 recibió el Chicago Tribune Heartland Prize en el mismo año.

El último texto que llegó a mis manos de esta autora: Sobre el duelo, publicado en español a mediados de 2021, me ha acompañado en estos últimos meses tan llenos de semanales ausencias de personas queridas, admiradas, amigas y algunos de mis más caros afectos que ya no están.

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