Mataron a Julio. Acallados, 28 periodistas en 22 meses. ¿Cómo nos protegemos?

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Rogelio Hernández López
SemMéxico, 14 de septiembre, 2020.- Julio Valdivia Rodríguez era otro reportero local de los empíricos, adiestrado someramente para cubrir asuntos policiacos en una de las muchas zonas que tiene Veracruz de alto riesgo para periodistas. Él era uno de los más modestos y vulnerables. Fue asesinado con sadismo en el municipio de Tezonapa Veracruz el 9 de septiembre de 2020.

Y, como ya es recurrente, de inmediato reaccionaron para exigir justicia los editores del diario El Mundo de Córdoba donde laboraba, también decenas de colegas en la entidad; muchos medios repercutieron la noticia; la Fiscalía General del Estado activó diligencias; igual condenaron el hecho la Comisión Estatal para la Atención y Protección de los Periodistas de Veracruz, el Mecanismo de Protección a Personas Defensoras de los Derechos Humanos y Periodistas de la Secretaría de Gobernación y organizaciones internacionales. El presidente López Obrador y gobernador Cuitláhuac García también lamentaron el crimen y aseguraron que se investigará. ¿Será?

Casi todo eso ocurre cada vez que acallan con violencia a un comunicador o reportero.
Luego vendrán las recriminaciones al gobierno federal y a los gobiernos locales desde los organismos civiles dedicados profesionalmente a eso y refregarán, por enésima ocasión, que la impunidad y las estigmatizaciones propician los agravios a periodistas. No les falta razón.

Lo que menos ocurre son reacciones de enojo de la gente común –esa que llaman la sociedad—y tampoco ocurren aprehensiones o castigos.

Al paso de los días se impondrá el silencio por miedo o por falta de empatía social con las y los periodistas. Poco a poco, los caídos pasan a la fría estadística en la medida en que se difumina mediáticamente la exaltación de sus valores humanos, así como el dolor de las familias. Se disuelven los miedos de los cercanos y los enojos iniciales de sus colegas.
Es como si viéramos la misma película todas las veces. Y esos crímenes sin castigo seguirán acumulándose.

¿Qué hacemos las y los periodistas para impedir que se trunquen así las vidas de quienes realizan esta actividad esencial para las relaciones entre la gente y se imponga el silencio que afecta el derecho a saber de las comunidades?

Ya son 28 los endebles acallados

El caso de Julio Valdivia Rodríguez es otra muestra de que los violentos –que se reproducen en todo el país– ya tomaron el primer sitio de los agresores más mortíferos contra los periodistas en los estados y ahora se ensañan contra ellas y ellos, sean comunicadores de radio locales o reporteros.

¿Cómo evitar los asesinatos? Todos son distintos y en los registros los hacemos percibir como parecidos a pesar de que son distintas las circunstancias, los agresores y las víctimas. Falta hasta un método compartido para documentar y evaluar con rigor. Método que tendría que analizar las tipologías de agresores, pero especialmente la vulnerabilidad de las víctimas y las zonas de peligro para reportear. Eso sería la base de la prevención.

Hay demasiadas listas de asesinados y todas con totales diferentes. Hace falta que alguna institución convoque a obtener esa metodología, y que su objetivo sea el de impulsar políticas públicas de prevención para disminuir la vulnerabilidad de las y los colegas. Prevención. Prevención.

Por ejemplo, pocos concuerdan en que, con Julio Valdivia ya son 28 los periodistas acallados que caben en la definición de la ley federal de protección: seis comunicadores de radios comunitarias y veintidós de reporteros, editores, conductores, casi todos aislados gremial y socialmente. La constancia está en un registro simple de los asesinatos que han difundido los medios desde el 1 de diciembre de 2018 hasta ayer, 9 de septiembre del 2020. La mayoría de los que caen son los más frágiles. (ver lista).

Julio, de los más vulnerables

En un editorial sin firma, al día siguiente de su acallamiento, El Mundo de Córdoba confirmó las pocas fortalezas que tenía Julio, como decenas y quizá cientos que hacen periodismo hiperlocal.

“Julio Valdivia Rodríguez era de los reporteros conocidos como ´empíricos´. Con estudios básicos y con la sensibilidad y compromiso que requiere este oficio logró forjar una trayectoria de casi 20 años dentro de los medios de comunicación.

“Era padre de familia. Las ganas de aprender y superarse lo llevaron a desempeñar varios oficios, desde realizar labores del campo y carpintería… “En la década de los 90 Julio se desempeñó como policía bancario y fue en la siguiente década cuando comenzó a involucrarse en el periodismo a través de medios que circulaban principalmente en la zona cañera de Tezonapa.

“Por un tiempo Julio se alejó de los medios y se empleó en diversos oficios en busca del sustento de su familia, hasta que en el 2012 fue llamado por el entonces reportero del periódico El Sol de Córdoba en la región de Tezonapa, quien le dio una cámara fotográfica y sus consejos para redactar una nota.

“A partir del año 2014 ingresó a las filas de Diario El Mundo, como corresponsal de la zona cañera de Tezonapa y Cosolapa (Oaxaca). Julio deja a cuatro menores de edad en la orfandad, el más pequeño de cuatro años. Por ellos cada día salía a trabajar como reportero, pero también era comerciante junto con su esposa, con quien vendía alimentos.
“La consternación de su familia es compartida con todos los que conocieron y coincidieron con Julio en la aventura diaria del periodismo, del que se ejerce entre los fuegos cruzados de la delincuencia, pero también de aquel que tiene la oportunidad de ayudar a la gente.”
Insisto. Lo mucho que falta a las instancias del Estado es prevenir. También a los periodistas.

Nosotros, ni siquiera hemos podido crear las redes locales de reacción rápida ante amenazas y menos una red nacional realmente efectiva. Tampoco hemos sabido cómo ayudar a los muchos colegas vulnerables, a esos que muy valientes hacen coberturas de riesgo, sin la calificación profesional necesaria y sin saber de los protocolos de autoprotección. La escasa unidad ataja la solidaridad, el espíritu de cuerpo, la mínima organización de autodefensa.

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