Anacronismo presidencial | Gritos y susurros

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Dulce María Sauri Riancho

SemMéxico. Mérida, Yucatán. 13 de octubre 2021.- El presidente López Obrador ha logrado colocar al PRI como protagonista central de su iniciativa de reforma eléctrica: si la respaldan las y los legisladores priistas, harán honor a su historia nacionalista y popular; si la rechazan, serán aliados del neoliberalismo y lacayos de los conservadores.

Sabemos que el interés no es gratuito, pues sólo los votos priistas en ambas cámaras pueden hacer que prospere la propuesta presidencial. De ahí que las armas más poderosas de la retórica presidencial se hayan enfocado hacia el partido más antiguo de México.

Como militante del PRI de muchos años, no acepto la falsa disyuntiva con la que pretende encajonarnos nuestro antiguo compañero de partido, hoy presidente de la república. Por el contrario, esta trampa retórica deja ver el problema más severo del proyecto del presidente López Obrador, su continua nostalgia por el pasado.

La enfermedad que corroe el pensamiento presidencial se denomina “anacronismo”. Su raíz etimológica procede del griego, formada de dos partes (ana, contra, hacia atrás; cronos, tiempo): se refiere a algo que no corresponde con la época a la que se hace referencia, lo que da lugar al error

de confundir épocas o analizar una situación actual con criterios procedentes de otro momento y circunstancia.

Con singular ligereza, López Obrador sube al altar cívico a dos expresidentes: Lázaro Cárdenas y Adolfo López Mateos, en tanto que encarna el “infierno” neoliberal con otros dos: Carlos Salinas de Gortari y Enrique Peña Nieto. El Gral. Cárdenas ordenó la expropiación de las compañías petroleras extranjeras que operaban en México en 1938, como respuesta categórica a su negativa a aceptar un laudo de las autoridades laborales.

En esos años, el papel del petróleo como energético para mover las actividades económicas en el mundo crecía en forma incontenible e imponía la necesidad de contar con fuentes seguras de abastecimiento para las necesidades nacionales en un país que iniciaba la fase de sustitución de importaciones mediante el estímulo al desarrollo de la industria.

Cárdenas tomó una determinación inédita; asumió el riesgo calculado de la respuesta de los gobiernos de las empresas afectadas, principalmente inglesas y estadounidenses, y actuó en un escenario internacional en el que ya se avizoraba un conflicto de gran magnitud, semejante en sus alcances al acontecido en Europa durante la Gran Guerra. Si hubo ganas de represalias contra México, el estallido de la 2ª Guerra Mundial hizo que se contuvieran, pues prevaleció la cooperación mexicana con el gobierno de los Estados Unidos en el abastecimiento de bienes estratégicos. Aun así, fue hasta 1974 cuando se reanudó la exportación regular de petróleo crudo mexicano.

Adolfo López Mateos tomó también decisiones controvertidas para fortalecer la soberanía nacional en materia energética. Fue justamente en la electricidad, pues la CFE como empresa pública fundada en 1937 (agosto 14, en Mérida, Yucatán) participaba con empresas privadas que concentraban su operación en los centros urbanos, dejando desatendida a la población rural.

En pleno periodo de “desarrollo estabilizador”, con un crecimiento promedio del PIB de más del 6%, se requería proporcionar energía suficiente a la industria en expansión, al comercio, a los servicios y a los hogares. Por eso el decreto de nacionalización de la industria eléctrica, expedido el 27 de septiembre de 1960, obligó a las empresas extranjeras, incluyendo a Luz y Fuerza del Centro, a venderle al gobierno mexicano y estableció la

exclusividad del Estado en la generación, transmisión, distribución y comercialización de la electricidad.

Era la etapa de los nacionalismos en un mundo azotado por la “guerra fría”, por la amenaza de un holocausto nuclear desatado por las tensiones entre las dos grandes potencias, Estados Unidos y la Unión Soviética. Y era también el periodo de las revoluciones en América Latina, inspiradas en el éxito cubano. La visión modernizadora de López Mateos se aplicó al sector eléctrico del país, con otra determinación inédita en la historia nacional.

El gobierno del presidente Salinas de Gortari se desarrolló durante los grandes cambios políticos en el mundo: fin de la “guerra fría”, simbolizado por la caída del Muro de Berlín (1989), la disolución de la Unión Soviética (1991) y el surgimiento de un nuevo modelo, conocido ahora como neoliberalismo, que ponía coto a la presencia omnímoda del Estado en la economía. Persistir en el agotado periodo de sustitución de importaciones hubiera sido inviable, por lo que el camino del cambio estuvo marcado por la negociación del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN) con Estados Unidos y Canadá, que abrió otra etapa al crecimiento nacional en 1994.

La globalización, sus costos y beneficios; el cambio climático como una nueva realidad y los acuerdos internacionales en materia ambiental estuvieron en la toma de decisiones del gobierno de Enrique Peña Nieto. Hubo entonces condiciones políticas para aprobar una amplia reforma al modelo económico, con la participación del sector privado en actividades hasta entonces reservadas exclusivamente al Estado, como fue el caso de la generación de energía eléctrica.

Me imagino que en el silencio nocturno de los corredores del Palacio Nacional, el presidente trata de encontrar las voces de Lázaro Cárdenas y de Adolfo López Mateos para apoyar su cruzada de regresar al pasado que ellos configuraron con sus propias determinaciones. Quizá si presta atención, el oído presidencial escucharía el susurro de sus voces sabias que le murmurarían: “decide de acuerdo con tu tiempo y circunstancia, como nosotros lo hicimos”. “Fortalece a nuestra CFE; para que sea la mayor empresa pública de energías limpias” “Mantén su rectoría sobre el sector,

pero no inhibas la inversión de los particulares en la generación”. “Reconoce la innovación tecnológica para hacer de cada hogar mexicano un lugar donde se produce y se consume electricidad”.

Un poco más fuerte, quizá, le dirían: “No seas terco ni obcecado, ni caigas en la tentación de repetir nuestros pasos, ni te justifiques usándonos a nosotros; toma tus propios riesgos de cara al futuro”. Y en grito nocturno le expresarían: “deja en paz al PRI; no lo presiones, no lo vulneres; le sirve a México como oposición”. ¿Les hará caso el presidente López Obrador?

dulcesauri@gmail.com

Licenciada en Sociología con doctorado en Historia. Exgobernadora de Yucatán

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