Bellas y airosas| 50 años de la Cineteca Nacional

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Elvira Hernández Carballido

SemMéxico, Pachuca, Hidalgo, 24 de enero, 2024.- La Cineteca Nacional fue inaugurada el 17 de enero de 1974 y en mi escuela primaria decidieron llevarnos de tour por sus instalaciones. Todavía olía a nueva, esperando ser descubierta, ansiosa de ser usada y explorada. Invitaba a ser conquistada, parecía prometer tardes inolvidables, sueños plasmados en sus pantallas. Al evocarla vuelvo a sentirme otra vez dentro de esas instalaciones y suelto suspiros de comedias románticas o finales felices.

Quién iba a decir que en este lugar descubriría tantas historias y miradas ante la vida. A la entrada, estaba una fuente de estructuras geométricas que pocas veces dejaba caer agua cristalina y cuando lo hacía nos salpicaba con sus gotitas frías. Más adelante estaba el restaurante Wings y atrás el estacionamiento. A unos pasos la entrada principal con grandes vidrios humeados y el acceso al lobby de cuyas paredes parecían brotar imágenes de inolvidables actores y actrices, directores y películas que poco a poco fui admirando, y también exposiciones de arte.

La sala más grande era majestuosa, contaba con 590 butacas. Arriba de su puerta de cristal que daba acceso a ese cautiverio cinematográfico podía admirarse una enorme fotografía que capturaba una de las escenas más representativas que filmó Fernando de Fuentes -cuyo nombre engalanaba a este lugar-. Fue justo con la proyección de su película El compadre Mendoza que este recinto abrió sus puertas. Yo escuchaba a los mayores repetir que por fin en México había un lugar para ver el mejor cine, custodiar lo más representativo de las producciones cinematográficas y recibir cintas de otros países que nos acercaban a diferentes culturas.

Casi siempre iba con mis dos hermanas mayores, Flor e Isabel, que estudiaban en la universidad y por tarea, esnobismo o convicción acudían dos o tres veces a la semana. Aunque también fue un lugar ideal para irse de pinta con mis queridas amigas de la secundaria. El tío de una de ellas, Gerardo Castañeda, trabajaba ahí y nos dejaba entrar sin pagar. Vimos películas a las que no le entendimos nada y otras se volvieron significativas como el documental sobre la vida de la gran cantante Janis Joplin, titulado simplemente Janis.

Nombres de directores extranjeros empezaron a tener importancia y hasta provocar cierta soberbia al pronunciarlos o recomendarlos. Así, Martin Scorsese nos impresionó en Taxi Driver. No podía creer que una niña, interpretada por Jodie Foster, casi de la edad que yo tenía en ese tiempo, fuera una prostituta. Desde entonces admiré la calidad histriónica de Robert De Niro. Hasta jugaba con mis amigas a mirarnos al espejo, como él lo hizo en una de las escenas ya legendarias del cine mundial, para preguntarnos: “¿Me hablas a mí?”.

El nombre de Stanley Kubrick prometía atraparme en una dulce locura de imágenes y simbolismo que hasta la fecha sigo interpretando al ver 2001: Odisea del espacio. Desde que vi ese filme me gustaba lanzar al cielo un hueso que giraba -como en una de las escenas- y misteriosamente provocara recordarme lo humana e indescifrable que soy. La Naranja Mecánica fue proyectada en la Cineteca durante 153 días ininterrumpidos.

La oportunidad de aproximarse a creadores mexicanos fue muy emocionante. Admiraré orgullosa uno de los pocos filmes de animación mexicanos como Los supersabios. Convertí en mi novio platónico al “Estilos” -interpretado por el inolvidable Óscar Chávez- de la película mexicana Los Caifanes. Algunos directores que estaban dándose a conocer participaban en charlas después de proyectarse sus filmes. Jorge Fons compartió la manera en que se decidió el reparto al filmar Los albañiles. Nunca olvidaré cuando vi Canoa de Felipe Cazals

Jaime Humberto Hermosillo se convirtió en mi favorito desde esa primera película que vi: La verdadera vocación de Magdalena. Desde entonces no perdí la oportunidad de disfrutar cada una de sus cintas.

 El fuego provocado en La pasión según Berenicedemostró que hay otras formas de querer y hasta de odiar. Palpé la incredulidad en Matinée por la manera en que dos niños se integraban como un juego a la delincuencia. Me gustó la amistad representada por Alma Muriel y Julissa en Amor Libre. Ya universitaria lo seguí en otros foros, incluso fui al estreno de María de mi corazón, la película de amor más hermosa del cine mexicano.

Otro espacio que existía, aunque más pequeño, fue el Salón Rojo. En su diseño trataron de que se pareciera mucho a los primeros espacios donde se proyectaron películas en México a principios del siglo XX. Además de cómoda e íntima, parecía un privilegio decir que ahí habías visto alguna cinta porque te transportaba a ese ayer, pasaban películas más selectas y las butacas color sandía invitaban a acomodarte lo mejor posible.

Quién iba a pensar que un sábado 20 de marzo de 1982, cuando llevé a mis sobrinos Ernesto y Citlali a una matinée para disfrutar Cactus Jack, iba a ser la última vez que yo entraría a esa Cineteca. Al salir, como la esposa de Lot, miré hacia atrás, algo presentí, pero mis ojos solamente se toparon con ese gran edificio que brillaba en todo su esplendor. Recuerdo que la marquesina contrastó con el azul de ese cielo que parecía avisar que mañana llegaría la primavera.

Se anunciaba el ciclo de Andrzej Wajda y la proyección de La tierra de la gran promesa. Sentí que regresaba a mi infancia cuando, desde mi recámara, espiaba esa marquesina que tantos títulos de películas anunciaba con verdadero orgullo. Una marquesina que el miércoles 24 de marzo de 1982 fue mudo testigo de una tragedia. Al otro día, los encabezados informaban: Incendio en la Cineteca. Imponente incendio acaba con la Cineteca. Arrasa incendio la Cineteca. Lo que el fuego se llevó. La negligencia consumió la Cineteca. Tragedia de la irresponsabilidad. Cinco muertos, tres desaparecidos y más de 50 lesionados fue el saldo del incendio de la Cineteca Nacional. Gigantescas las pérdidas. Había más de seiscientas personas al iniciarse el fuego y las explosiones. ¡Desastre! Ardió anoche la Cineteca Nacional. Más de cuatro mil, las películas consumidas por el fuego.

Muchos meses me sentí una huérfana fílmica. No tardaron en demolerla poco a poco. Perdimos tanto en ese incendio, dicen que casi el 90 por ciento de lo que estaba ahí almacenado, entre lo que puede mencionarse: 30 o 40 rollos inéditos de la Revolución Mexicana, un programa especial del Perro Andaluz de Buñuel, películas coloreadas a mano cuadro por cuadro de principio del siglo XX, material de los hermanos Alba, dibujos originales de Eisenstein y Diego Rivera, una bella copia de “Nosferatu”. material inédito del documental Niño Fidencio, partituras de la primera película sonora mexicana Santa, fotos de los actores y actrices en foros mientras filmaban… Pese a todo, la Cineteca Nacional resurgió para consolidarse en otro lugar. Se la llevaron a lo que se conocia como la Plaza de los compositores, en Avenida Cuahutémoc y casi Río. Churubusco pero no, nunca volvió a ser lo mismo para mí, aunque ahora es más moderna, mejor planeada, todo está mucho más cuidado.  Es así como hoy celebramos sus 50 años, que haya Cienteca Nacional por mucho tiempo más.

Nota: Fragmento “Crecer entre la frontera de Benito Juárez y Coyoacán” Tomo 3, UAM, 2021.

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