Martha Canseco González
SemMéxico, Pachuca, Hgo., 13 de diciembre, 2021.- He leído una excelente columna escrita por Maia Szalavits en The New York Times sobre la crisis de los opioides en Estados Unidos. ¿Saben cuántas personas murieron en el país vecino entre abril del 2020 y abril del 2021 a causa de sobredosis? ¡setenta y cinco mil!
Yo supongo que aquí en México pronto tendremos una situación similar debido a que nuestro país ya no es, desde hace muchos años, zona de paso de precursores para elaborar drogas sintéticas. La oferta y la demanda del mercado doméstico de este tipo de drogas ha crecido exponencialmente, sobre todo porque al crimen organizado le conviene más la fabricación barata, rápida de los opioides como el fentanilo y las metanfetaminas que su ya obsoleta y pasguata producción de mariguana.
De ahí que ahora, ¡Oh sorpresa!, se le esté encontrando tanto uso benéfico a esta planta natural que enriqueció a los narcotraficantes de vieje cuña.
Maia, explica en su columna que la ciencia ha descubierto que los opioides imitan a los neurotransmisores responsables de hacer que los vínculos sociales sean reconfortantes. Lo explica de manera sucinta así: “Los opioides se sienten como el amor. Por eso son mortales en estos tiempos inciertos”.
No sé si han visto imágenes de personas adictas al fentanilo y los efectos que les causan. Se acuerdan de aquella película interpretada por Robert de Niro y Robin Williams, “Despertares” sobre personas que, aparentemente sin ningún motivo se quedan estáticas y ausentes durante años, ¡ándenle así!, así se queda la gente.
Es decir, si bien al principio el fentanilo les hizo sentir amor incondicional por las y los demás, el paso del tiempo y los excesos los enajena definitivamente de esos amores, el costo humano es altísimo.
Szalavits recuerda en su pieza periodística que el cerebro también produce sus propios opioides que incluye endorfinas y encefalinas fundamentales para la formación y mantenimiento de los vínculos sociales. Los estudios que revisó la periodista indican además que tener un capital social bajo, es decir pocas habilidades sociales, hace a las personas más susceptibles a la adicción.
¿Qué es en consecuencia tener un capital social alto? Entre otras cosas, saber hacer amistades y mantenerlas, no aislarnos, dar y recibir amor incondicional de quienes nos quieren y a quienes queremos, aunque la tendencia, y no es casualidad, sea separarnos, alejarnos de nuestra familia si por cualquier desavenencia ya le damos la categoría de tóxica. De problemas y desacuerdos nadie se salva, pero igualmente siempre habrá manera de resolverlos, se trata de tener la voluntad de hacerlo.
Ampliar nuestra capacidad de amar incondicionalmente y en libertad, incluso más allá del círculo cercano, saber que hay ahí alguien que desea lo mejor para ti, es muy reconfortante. Ayuda enormemente hacer comunidad con vecinas, vecinos y conocidos, tener o participar en un organismo de la sociedad civil que impulse los derechos humanos, realizar proyectos para beneficio de las y los demás. Por cierto, es terrible que se use a estas organizaciones de manera política o económica para corromperlas como sucede en nuestro país.
Dice Maia en su artículo, “los momentos actuales de incertidumbre y desigualdad económica no son buenos para evitar la adicción a los opioides”.
Por eso creo que el amor incondicional a los semejantes ha de imponerse entre quienes lucran con la elaboración y venta de opioides, que entiendan que mucho ya es mucho lo que han obtenido, (dirán que es ingenuo mi llamado, pero no desisto).
Que amemos incondicionalmente a nuestra familia, amigas, amigos, personas conocidas, al planeta y que lo demostremos en la vida cotidiana y con nuestra actitud positiva. Que todas y todos nos dediquemos a que nuestro cerebro fabrique de manera natural sus opioides sin necesidad de los químicos.
¡Que estos tiempos inciertos saquen lo mejor de nosotras y de nosotros!