Claudia Almaguer
SemMéxico, San Luis Potosí, 27 de enero, 2022.- Al final de esta, la tercera semana del año la mayor parte de nosotros amanecemos tristes y desangelados. Es verdad que las tragedias nos sobran y que a cada tanto las grandes injusticias, la impunidad, la corrupción, la pobreza y el horror con el que convivimos diariamente van probando nuestra capacidad de asombro.
Es cierto que para aquellos que van haciendo la cadena de las historias más terribles que hemos atravesado o que arrastramos a lo largo de los años, el espacio dejado para la conmemoración se hace cada vez más grande en tanto que los sitios para la alegría se achican, en realidad lo que hacemos es algo así como sobrellevar un luto que no termina.
No obstante, lo ocurrido en Nuevo León quedará como otra marca dolorosa y profunda, una que a la tarde de este miércoles puso a todos los padres y madres del país a pensar en sus propios hijos, en los niños y niñas de México.
Ha sido una señal esperanzadora que a pesar de todo lo trágico de este momento que vivimos como comunidad, miles se han posicionado desde la solidaridad y el respeto hacía las familias involucradas, que aun y cuando algunos medios de comunicación y algunas personas exhibieron todo el morbo con el que cotidianamente se les adjetiva, hubo otros que no se dejaron llevar.
Verá, será que no hay mejor manera de establecer la prudencia en lo que cotidianamente se comparte en los espacios de convivencia o en las redes sociales a este respecto, en asuntos delicados y trágicos; que ponerse en los zapatos de las víctimas, porque sí bien cada quien es libre de lo que dice y lo que expresa, así mismo cada quien es responsable por ello.
Muy fácilmente una posición infundada, una exhibición, un embuste dicho por el ego personal de querer situarse desde la calidad de la experiencia o de un saber en torno a temas que nos son desconocidos, puede poner en riesgo el buen manejo de una investigación sobre un hecho violento, tirando a la basura la posibilidad de respuestas o de justicia cuando es el caso para las personas involucradas. Es entonces cuando se corre el riesgo de añadir nuestros prejuicios al dolor ajeno, de explotarlo o de opinar con esa falsa seguridad que luego otorgan estas formas de comunicación.
Y, sin embargo, al escribir o al publicar contenidos como los que con toda buena lid fueron pidiendo los mismos ciudadanos de Nuevo León que se evitaran, finalmente es que cada imagen terrible y cada palabra puesta hacen de combustible para una hoguera en la que se pone a arder todo lo que vive el “otro”, ese otro u otros, las víctimas que son personas como usted y como yo, a las que nuestro escarnio y nuestra ignorancia hieren aún más.
Pero principalmente, cuando tal morbo se gesta, tanto más que hablar del prójimo hablamos de quienes somos, le contamos al mundo que nuestro divertimento es reír con el sufrimiento que no nos toca, que nos vamos haciendo los valientes o los expertos desde la cobardía de nuestras letras escritas a buen resguardo, que tenemos el corazón chico y que creemos que nunca nos va a suceder.
Ojalá que no haya habido uno solo cercano a usted que hiciera algo como esto, porque seguramente allí cabría el cuestionamiento de la calidad y la calidez de corazón, de la decencia y la sensibilidad que luego exigimos de los demás y que no tenemos.
Pero sobre todo en un año duro como el que se ve que será éste, le deseo que de entre todas las dificultades por venir, haya tiempo y haya paz en el pequeño universo que hace cada familia, que podamos unirnos de una manera inteligente para hacerle frente a las violencias, que las alegrías tengan más lugar y que la esperanza en nuestra comunidad se vea fortalecida, tal y como pudimos sentirlo gracias a aquellos que pidieron respeto. A más ver.
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