Olimpia Flores Ortiz
SemMéxico, 4 de octubre, 2021.- Los cuerpos de seguridad son la interfaz del Estado. Son los que nos hacen tangible la presencia del Estado valiéndose de la función de control y represión, y cuya sola amenaza pone límites a nuestra libertad individual. El Estado interpela personalmente a los individuos, en tanto que la libertad es lo que nos es más propio.
Apegado siempre a las características socioculturales de una sociedad específica, el Estado neoliberal -según Wendy Brown[i], filósofa estadounidense- representa la incapacidad de producir tejido social y de establecer relaciones de competencia como fundamento.
Etiquetados como recursos productivos, el capital humano es a su vez producido por puntos de partida desiguales que inhiben la comparecencia individual en el espacio competitivo; desigualdades que bajo la racionalidad neoliberal se intensifican.
Eh ahí, prosigue Wendy Brown, como la falsa autonomía del homo oeconomicus, atravesado por las consecuentes necesidades y dependencias: “se trata de un mundo conformado por esta omisión y negación” (p. 139).
El empresario de sí (homo oeconomicus) depende de prácticas inadvertidas que constituyen “el pegamento no reconocido de un mundo cuyo principio rector no puede mantenerlo unido, en cuyo caso las mujeres ocupan su antiguo lugar como sostenes y complementos no reconocidos de los sujetos liberales masculinistas” (p.141).
En el mundo en el que todo es capital humano, el trabajo doméstico desaparece de la escena analítica; es decir que la figura del homo oeconomicus no es una ilusión, sino un eje rector que con la omisión que operacionaliza “…organiza la ley, la conducta, las políticas y los acuerdos cotidianos, [y] se intensifican las cargas y la invisibilidad de las personas y las prácticas excluidas” (p. 144).
Desde la excluyente Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano surgida de la Revolución Francesa en 1789, en el artículo 12 se establece la necesidad de garantizar estos derechos por medio de “una fuerza pública” para beneficio de todos y no sólo de aquéllos que son responsables de ella. Ese “todos” no alcanzó para las mujeres.
El binomio seguridad-riesgo es inherente al neoliberalismo. Son los intereses individuales, los que se imprimen en la vida en común. En el contexto mundial de precariedad, competitividad e incertidumbre (esta última brutalmente develada por la pandemia) en el que los lazos comunitarios son sustituidos por el canibalismo para sobrevivir y la desconfianza; y los resortes del Estado de Bienestar son manifiestamente infuncionales, la vida es cada vez más peligrosa. Amplios segmentos ciudadanos exigen su “derecho a la seguridad” y reclaman airados por más vigilancia, policía y castigo. Las ideas de igualdad y fraternidad de la Revolución Francesa han sido desplazadas por las de libertad (la del mercado) y seguridad como meollo de las relaciones sociales.
El propósito del neoliberalismo no es el de “la seguridad de los derechos”, sino el del “derecho a la seguridad” cuyo subtexto dice “a costa de los derechos de los grupos de riesgo y la población de las zonas de riesgo”.
¿A qué hora las mujeres devinieron en amenaza política?
El relevo generacional del movimiento feminista en México se moviliza en torno a la violencia y el aborto; es un feminismo de la calle y de las redes sociales; se manifiesta a estas horas del desenmascaramiento del espíritu antidemocrático del neoliberalismo y ante el estado pleno de precariedad, violencia e incertidumbre. Este feminismo no puede pactar con el Estado en el espacio del Derecho y la política pública, cuya dinámica inercial no las incluye. No puede ser más que radical un movimiento cuyas demandas son del orden de la sobrevivencia y el derecho a ser persona.
Es un movimiento social nuevo, para nuevas actoras y una realidad nueva, sin un liderazgo aglutinador, con un lenguaje de confrontación que no duda en recurrir a la estridencia y la violencia para hacerse ver y traer a escena sus exigencias. No busca persuadir, sino sacudir. Profusamente cuestionado por las autoridades y desde los medios de comunicación, no hay empero una reacción proporcional para condenar la violencia que las mujeres han padecido históricamente.
Quiero entender que el relevo generacional del feminismo surge en la sucesión entre un tiempo y otro. Es necesaria y paradójicamente de ruptura y de legado. No se puede negar la trayectoria del feminismo y tampoco la diversidad de sus motivos. Como es necesario contextualizar y comprender el valor del nuevo movimiento feminista en todas sus manifestaciones actuales; así como los factores que catalizan su radicalidad. ¿Por qué la violencia ocupa la centralidad de la exigencia? ¿puede dejar de ser violento el feminismo de los años veinte del siglo XXI?
El movimiento feminista actual de México es también de envergadura regional y de alcance mundial; ha sabido ocupar el espacio de las redes y visibilizarse y nutrirse a sí mismo como una gran red y es en simultáneo con el resto del mundo.
Las mujeres policías son policías
Las Ateneas, dice el Comunicado 1426 del 17 junio 2019 de la Secretaría de Seguridad Ciudadana (SSC) de la Ciudad de México cuando se presentó un conjunto de nuevas policías, “son un agrupamiento conformado exclusivamente por elementos femeninos, están entrenadas para labores de vigilancia, donde por las características del lugar o evento es conveniente cubrir con presencia femenil”.
¿Qué es todo lo que cabe en tal ambigüedad?
El primer precedente de esta agrupación, lo tuvo en el Cuerpo de la Policía Femenil 1930 creado en 1930. Tanto entonces como hoy, la participación de las mujeres en las tareas de seguridad, no se sustrae al código hegemónico y al contexto general. Son de suyo violentas y masculinizadas en tanto organizaciones jerárquicas que administran fuerza. La obediencia implica el sometimiento que a su vez se alimenta de la reducción de las personas como mecanismo; hay que doblegar. El machismo de estas corporaciones permea el código formal y el relacional. Las modalidades de violencia sexual en el trabajo se constituyen en vectores de la institucionalidad y de la corrupción de la que también participan las mujeres.
De los sucesos de violencia del Día de Acción Global por un Aborto Legal y Seguro del pasado martes 28 de septiembre informó Marcela Figueroa, subsecretaria de Desarrollo Institucional de la SSC, a través de sus redes sociales que hubo un saldo de personas heridas: 27 elementos de policía mujeres, una funcionaria de la Secretaría de Gobierno de la CDMX, así como 9 civiles (5 mujeres y 4 hombres).
Por la noche Azucena Uresti en el noticiero de Milenio, con su frívola vehemencia espeta al respetable que las mujeres policía también son madres, hijas, esposas y que “con violencia no”.
Pues sí, el pueblo uniformado, que funge como interfaz del Estado sordo ante el grito en primera persona del plural “nos están violando, desapareciendo, matando”. Y para efectos prácticos, son mujeres entrenadas para reprimir. Son policías, fuerza de seguridad del Estado indiferente. Todavía habría que escuchar a la mañana siguiente al Presidente López Obrador con su cantaleta conspiracionista: “son conservadores que lo quieren perjudicar” “son provocadores”. Y habrá seguramente provocadores y provocadoras de oficio, pero no es ese hecho lo que se juega en esas manifestaciones.
¿Cómo romper este círculo vicioso entre la sordera institucional y la violencia como reclamo? La respuesta le corresponde al Estado y no es con criminalización y con represión.
Twitter: @euphrasina (amor a la elocuencia)
[i] Wendy Brown. El pueblo sin atributos. La secreta revolución del neoliberalismo. Editorial Malpaso