- Retrata la vida de la primera sexóloga polaca Michalina Wislocka (1921-2005)
- Las estructuras de poder patriarcal responden a una ideología que es transversal, se asienta tanto en los espacios íntimo-privados como públicos
Laura Vichot Borrego
SemMéxico/SEMlac, Cd. de México, 5 de diciembre, 2024.- El arte de amar -o Sztuka Kochania en polaco- es quizás un filme bastante desconocido en Cuba, nunca transmitido en televisión y probablemente tampoco en los cines. Existen esfuerzos e iniciativas entre muchos de llevar a la teleaudiencia y a espacios críticos televisivos, ciertas joyitas cinematográficas que transitan por medios como el hoy polémico “paquete” semanal y otras vías, pero no estamos frente a ese caso.
Esta cinta, dirigida por María Sadowska, retrata la vida de la primera sexóloga polaca Michalina Wislocka (1921-2005) y es excepcional; quizás una puerta para entender, por desconocidos, otros matices de la denominada “Revolución sexual” en Occidente y su desenvolvimiento en los países que alguna vez integraron el
campo socialista. Una versión menos clásica de un evento que, generalmente, se explica o generaliza a partir de los estallidos del año 1968, fundamentalmente desde Estados Unidos, seguido de procesos que desembocaron en la hipersexualización y cosificación de los cuerpos de las mujeres, sin transformar los
roles patriarcales relacionados con la sexualidad.
La mayor parte de la película, cuya narrativa trasciende in media res, se mueve entre la Polonia próxima a la invasión fascista en 1939 y la institucionalización de un orden Socialista (1945-1989). Alguien se preguntará qué tienen que ver los orgasmos de las mujeres con los aparatos de gobierno, los partidos y hasta las relaciones internacionales, pero las estructuras de poder patriarcal responden a una ideología que es transversal, se asienta tanto en los espacios íntimo-privados como públicos.
Según palabras de Michalina, ella es la Revolución sexual, y esto es un indicativo de que no puede darse un viraje real en la relación política entre los sexos, si ambos no disfrutan en iguales condiciones en la autogestión y autonomía necesarias para participar del placer, si no pueden pensarse a sí mismos.
El filme expone lo que habría de ser la esencia misma de una Revolución sexual y la influencia que las grandes estructuras de poder de entonces– el Partido Comunista Polaco, la prensa, el Ministerio de Cultura y la Iglesia católica- ejercieron para obstaculizar la publicación de un libro para mujeres acerca de sus cuerpos, el placer, el orgasmo y la masturbación: El arte de amar, que viera la luz en 1976.
La producción atisba algo que los grupos de autoconciencia feminista de los 60 presentaron en Norteamérica como novedad: la necesidad de las mujeres de aislarse, de alejarse de los hombres y hablar entre ellas de lo que acontecía en su cotidianeidad, en sus alcobas de adolescentes y adultas, en el Sancta Sanctorum de sus vidas, de aquello de lo que no les era permitido conversar sin pudor: el coito doloroso, las fantasías, el deseo por las de su mismo sexo y la violencia misma.
Los ambientes aparecen acompañados por la sensualidad del jazz, una pulsación tan dinámica como la del sexo vivido en estado de libertad pura. Los sonidos ambientes nos hacen parecer que estamos en una consulta de Michalina, simulan los ritmos del placer erótico y el contacto con el otro/la otra al constituir una sola esencia corpórea.
El sexo no solo es un instrumento reproductivo y la vagina no puede ser fuente de dolor ni de vergüenza, estas son las máximas de Michalina, su oposición rotunda a estos fetiches que todavía persisten y afectan a tantas mujeres jóvenes. Pero esta autora crecía en la medida que su profesión misma; no era una mujer con buenas experiencias sexuales, al menos no al término del triángulo amoroso en el que vivió junto a su primer esposo y amiga, y dentro del cual concibió a su hija.
A la par de los estereotipos que durante las consultas de ginecología se visualizan, aparecen otros correspondientes a una masculinidad tóxica y dominante, como los que se desbordan en torno a las dimensiones de la verga y las especulaciones correspondientes a la virilidad, la potencia y, por tanto, la posibilidad de cada hombre de “preñar”.
La política sexual se manifiesta en el uso de la violencia y esto no pasa inadvertido desde las primeras escenas del filme, que comienza cuando la protagonista de la historia tiene que socorrer a una amiga.
El cuerpo de las mujeres es pensado fuera de su conciencia y superar este himno machista posee consecuencias físicas y simbólicas, entre ellas: calumnias, escarnios, burlas, cotilleo de vecinos, allegados, agresión de algún compañero o, una carta bajo la manga de los servicios de inteligencia de tu país.
El orgasmo de las mujeres no es para ellas, debe pasar inadvertido, debe ser introvertida, dice el patriarcado. Pero si una lección nos deja la vida de Michalina Wislocka, sus desafíos constantes al esquema moral y sexista burgués, a instituciones como la familia nuclear y convencional, al esquema dual de la anatomía que se presenta como universal –la masculina- y la que se presenta como segundona, débil y alternativa –la femenina-, es que como mujer el cuerpo siempre te coloca al límite de lo moral e imponerse a este designio resulta crucial para reapropiarnos de un terreno que nos pertenece: los cuerpos, nuestra humanidad.
SEM-SEMlac/lvb