En primera persona: «Teníamos que evitar pisar los cadáveres en las calles» de Darfur

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He perdido todo lo que alguna vez tuve. Las milicias saquearon nuestra casa y se llevaron todo, incluso las puertas

Redacción

SemMéxico/ONUNoticias, Ciudad de México, 1º.  de abril, 2024.- Sudán, y Darfur en particular, se enfrentan a una crisis humanitaria y de seguridad tras el estallido de una guerra en abril de 2023 entre el ejército sudanés y las Fuerzas de Apoyo Rápido (FDR). Los conflictos étnicos en Darfur se remontan a hace más de dos décadas y muchas personas recurren a cruzar la frontera hacia Chad, con la esperanza de mejorar su condición de vida, si no mueren en el intento.

Una ex funcionaria de la ONU que trabajó durante una década en la región sudanesa de Darfur para la Misión de la Unión Africana y las Naciones Unidas, UNAMID, ha relatado a Noticias ONU cómo tuvo que «evitar pisar los cadáveres en las calles» cuando huía hacia Chad para salvar su vida.

Fátima*, residente en la ciudad de El Geneina, en el estado de Darfur Occidental, donde al parecer han muerto miles de personas, escapó con su familia al otro lado de la frontera mientras las milicias rivales luchaban por el control de su ciudad. «Estuvimos atrapados en nuestra casa más de 57 días mientras las milicias perseguían y mataban sistemáticamente a la gente por su origen étnico. No perdonaron a mujeres, niños ni ancianos.

Por más de 20 años de conflicto en Darfur miles de personas se desplazan regularmente entre los campos y El Geneina, especialmente a principios de año o durante el Ramadán, cuando se producen matanzas, desplazamientos y destrucción. La vida se interrumpe durante este periodo, y los mercados, escuelas e instituciones gubernamentales permanecen cerrados. Después, cuando cesan los ataques, la gente intenta reanudar su vida normal. Cuando estalló la última guerra el pasado mes de abril, pensamos que sería igual, pero, por desgracia, fue distinto.

Una casa en construcción
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© Mohamed Khalil

Destrucción y muerte: Los francotiradores también se escondían en los tejados y atacaban a todo el que veían.

Vi a hombres armados, algunos de ellos extranjeros, que rodeaban la ciudad por los cuatro costados. Como periodista, me acerqué a una zona elevada para hacer fotografías y todos los vecinos miraban a través de sus ventanas. Los milicianos disparaban y gritaban sobre el día del juicio final, diciendo que traerían la destrucción y la muerte a la Tierra.

Estábamos atrapados dentro de las casas y teníamos que escondernos debajo de las camas; había munición perdida por todas partes y podía oír a la gente gritar en las calles e intercambiar disparos.

La guerra duró 57 días en la parte sur de El Geneina, y barrios enteros fueron arrasados. Los milicianos trabajaban de forma sistemática, yendo de casa en casa matando a la gente. Los francotiradores también se escondían en los tejados y atacaban a todo el que veían. Es difícil describir tal muertes.

Había dos equipos, uno matando y otro saqueando

Los milicianos trabajaban en dos equipos, uno centrado en matar a la gente y el otro en saquear sus propiedades. Algunos de los pistoleros no hablaban árabe y nos amenazaban con matarnos si no les dábamos oro y dinero.

Unos enmascarados entraron en mi casa y uno de ellos, que parecía conocerme, me dijo ‘tú eres periodista; antes escribías reportajes, pero ahora no puedes’. Me quitaron el teléfono y el ordenador y los destrozaron delante de mis ojos, diciéndome que vigilaban todos mis movimientos y que, si escribía algo, me matarían.

Mi marido me dijo que saliera de casa y me dirigiera a los barrios del norte. Cogí a mi bebé y me fui con mi vecina, que había dado a luz dos días antes. Llevó al bebé envuelto en un paño y trajo al resto de sus hijos.

En el camino nos encontramos con cadáveres tirados por las calles, incluyendo los de una familia entera, mujeres y niños, descansaba frente a su casa. Había tantos cadáveres en las calles que era difícil caminar y teníamos que evitar pisar los cuerpos.

Imagen que contiene exterior, comida, hombre, edificio
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© UNOCHA/Mohamed Khalil

Preparación para la muerte

Nos pareció oler una barbacoa, pero descubrimos que se trataba de cientos de cadáveres quemados.

Llegamos a un lugar tranquilo y pensamos que era seguro. Nos pareció oler una barbacoa, pero descubrimos que se trataba de cientos de cadáveres quemados. Uno de los pistoleros fumaba un cigarrillo mientras observaba los cuerpos humeantes.

Estábamos asustados y más tarde pudimos oír a los vecinos repitiendo en voz alta la shahada [declaración islámica de fe en Dios] como preparación para la muerte. Oí a un hombre gritar pidiendo ayuda, y poco después oí el sonido de disparos y luego su voz desapareció. 

En El Geneina hay un árbol al que los militantes llamaban el árbol de los muertos, al que solían llevar a la gente para ejecutarla en un pelotón de fusilamiento. Los hombres se negaban a enterrar los cadáveres, y a nadie más se le permitía hacerlo, ni siquiera preguntar por los desaparecidos. Cuando la situación se calmaba y la gente empezaba a buscar a sus familiares desaparecidos, les decían que fueran al árbol. A las mujeres no se les permitía ir; sólo a los hombres.

Familia sudanesa refugiada en un pueblo de Chad cercano a la frontera con Darfur.

© UNICEF/Annadjib Ramadane Maha

Huida a Chad

Hui de casa a toda prisa y dejé todo mi dinero, objetos de valor y oro, así que pedí prestado dinero y alquilé un coche para llevar a mi hijo y a mis familiares a Adré, una ciudad de Chad. El primer día dimos media vuelta porque era demasiado peligroso, y al día siguiente, cuando volvimos a intentar el viaje, unos hombres armados pararon el coche y nos robaron nuestras pertenencias.

Finalmente llegamos al campo de refugiados de Adré, pero muchas personas murieron por el camino; muchos niños perdieron a sus padres. El Ejército chadiano ayudó a transportar a muchos de los refugiados y a algunos de los heridos de El Geneina a los campos y les proporcionó agua y alimentos.

El sufrimiento en los campos de Chad es grande, pero es menor que el que experimentamos en la guerra. Estaba en muy malas condiciones psicológicas. No podía concentrarme en quién me hablaba y perdí la noción de los días y del tiempo, pero ahora me he recuperado gracias a Dios.

Mi marido, que se había quedado en El Geneina, llegó al campamento hace dos semanas.

He perdido todo lo que alguna vez tuve. Las milicias saquearon nuestra casa y se llevaron todo, incluso las puertas. Hemos oído que empezaron a demolerlo y a quitarle los ladrillos, y me temo que cuando volvamos no encontraremos nada más que tierra baldía».

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