Gloria Anzaldúa, fundamental para el proyecto Mujeres en Espiral del CIEG nacido hace 16 años en la UNAM

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Muros del Centro Femenil de Reinserción Social de Santa Martha Acatitla

La de la escritora chicana fue obra radical y  resuena su trabajo académico: Marisa Belausteguigoitia

Organizadas por la Universidad de Alcalá de Henares, España, en las que se abordó su legado 

La directora del CIEG en las Jornadas Internacionales de Pensamiento Feminista y Poscolonial

Laura Lucía Romero Mireles  

SemMéxico/Gaceta Universitaria,  Ciudad de México, 13 de noviembre,  2024.- En el año 2008, en el Programa Universitario de Estudios de Género, hoy Centro de Investigaciones y Estudios de Género (CIEG) de la UNAM, surgió el proyecto académicoactivista “Mujeres en Espiral. Sistema de justicia, perspectiva de género, y pedagogías en resistencia” en el Centro Femenil de Reinserción Social de Santa Martha Acatitla, en la alcaldía Iztapalapa, con la finalidad de ofrecer acceso a la justicia a las mujeres privadas de la libertad.

“Mujeres en Espiral” está conformado por mujeres presas, académicas, investigadoras, abogadas y artistas; así como estudiantes y activistas. Lo conforman en general, mujeres de diferentes profesiones, edades, colores y disciplinas.

En las Jornadas Internacionales de Pensamiento Feminista y (De)Poscolonial “Entre mundos. El legado de Gloria Anzaldúa (1942- 2004)”, organizadas por la Universidad de Alcalá de Henares, España, la directora del CIEG, Marisa Belausteguigoitia Rius, señaló que con “Mujeres en Espiral” se crearon productos artísticos para generar conciencia en las mujeres presas y en los operadores de justicia, con respecto a los incontables obstáculos que impiden el acceso a la justicia de las mujeres sin recursos.

Los productos artístico-pedagógicos que crearon son murales, cortometrajes, documentales, libros, recetarios caneros, fanzines, los cuales denunciaban las injusticias a las que se enfrentan las mujeres en precariedad económica.

Estos productos en manos de jueces logran contribuir a la excarcelación de mujeres presas. A partir del trabajo artístico, jurídico y pedagógico con mujeres privadas de libertad, sus juicios y juzgadores, y de la aproximación a operadores de justicia, se lograron diálogos que contribuyeron a la toma de conciencia del imposible acceso a la justicia de mujeres en precariedad.

En relación con los inicios del proyecto, comentó que a través del PUEG fueron convocadas por una demanda especial: el color. Las mujeres presas reducidas al gris, incoloras e invisibles, y confundidas con las paredes de la cárcel, demandaron matices, tonalidades, y con ello, gramáticas cromáticas, en las que transformaron el espacio carcelario.

Apropiarse de los muros requería escalarlos y para ello negociaron un objeto imposible en la prisión: andamios. Sobre ellos las mujeres soñaban, especulaban sus nuevos vuelos y calibraban piruetas jurídicas con el acompañamiento de abogadas y pedagogas, también tomando los muros sobre andamios jurídicos. Las pedagogías de Mujeres en Espiral inspiran y demandan el trabajo a ras del suelo, desde el patio penitenciario y con miradas desde arriba, sobre andamios académicos que por un lado sitúan y por otro ofrecen –a las mujeres privadas de libertad– otra visión del porvenir. Estas localizaciones terrenas y aéreas informan maneras de intervención y construcción de lenguajes teóricos, basadas en urgencias sociales y poblaciones marginadas.

Belausteguigoitia recordó que, cuando regresó de su doctorado en la Universidad de California, en Berkeley, inspirada por la obra de Gloria Anzaldúa, quien también fue trabajadora al ras y aérea, se apasionó con la idea de lograr triangular capacidades aéreas, aeróbicas y acrobáticas, que tomen también los muros de la academia. Desde ese momento en colectivo y con el PUEG idearon el proyecto “Güeras y prietas”, que propone la integración de una diversidad de agentes, profesiones, filiaciones, colores, edades, disciplinas distintas, para lograr un objetivo imposible: el acceso a la justicia de las mujeres más desfavorecidas.

Tres actos

Con el trabajo de “Mujeres en Espiral” se condensan tres actos que resuenan con la obra radical de Gloria Anzaldúa. El primero refiere al gesto de levantar la cabeza: no es posible pintar los muros mirando para abajo. El segundo conlleva a la disminución de la vergüenza; llenar los muros de color, constituye un acto de desmesura y liberación. El tercero, muy vinculado a los otros dos, refiere al acto de toma de la palabra –plasmada en imágenes– en relación con sus condiciones de vida y las dificultades de sus contextos.

Gloria Anzaldúa –escritora, maestra, teórica feminista y activista chicana– habló del poder de las imágenes como fundamento y origen de la escritura. A la toma de los muros, los poderes de la imagen y la desvergüenza se unieron la construcción de alianzas entre agentes, disciplinas, academias y activismos, con el fin de abrir accesos a la justicia de mujeres en estado de suma precariedad.

“Mujeres en Espiral” constituye una invitación a multiplicar los debates por un lado sobre las formas de discriminación, pero por otro y centralmente debido a una constante conversación sobre la construcción de alianzas entre academia y activismo, entre mujeres de diferentes disciplinas, colores y clases sociales, sobre todo entre las denominadas como privilegiadas: las güeras, y las que provienen del espacio de la opresión, “las prietas”, explicó durante su ponencia.

Gloria Anzaldúa, chicana del sureste de Texas, con el español como primera lengua, vivía cercada por el inglés, por el lenguaje académico disciplinario, y por una sexualidad obligatoria, la heterosexual. Sin embargo, trabajó con estrategia, sensibilidad y diligencia las fronteras de esos sistemas lingüísticos, sexuales, territoriales y académicos y se alzó –como las mujeres presas– sobre sus muros y logró construir una teoría, una manera de hacer y vivir el mundo, la cual denominó “El Mundo Zurdo”, un mundo –como dirían los Zapatistas– donde quepan muchos mundos.

En los intersticios de esas fronteras lingüísticas, corporales, sexuales, raciales y académicas, creó nociones que denominó conceptos-metáfora, que representan la fuga de estos sistemas raciales, patriarcales, sexuales y académicos: una suerte de liberación de todo lo que encierra, ciega y detiene. “El movimiento hacia las fronteras en la academia, la lengua, la sexualidad y la racialidad contrarresta el encierro y estancamiento de las prisiones y de la academia disciplinante y disciplinaria”, detalló la directora del CIEG.

Pagadoras convertidas en creadoras

Las mujeres privadas de libertad han acuñado un concepto que define las razones más importantes por las que se encuentran presas. Esta noción es la de “Pagadoras” o aquellas mujeres que pagan por el delito de otros, en este caso, de los hombres con los que conviven.

Ellos planean los delitos y son a ellas –sus mujeres– a quienes invitan a participar en los roles más comprometidos y peligrosos, por ejemplo, transportar la droga o acompañar, alimentar y cuidar a la persona secuestrada.

Las llamadas “Pagadoras” son invitadas a participar en actos delictivos por familiares o por las parejas de las que están enamoradas. No son inocentes, pero son dominadas por el amor a la familia; “son descubiertas transportando droga como camellos, vigilando circuitos como halconas o cuidando al secuestrado como fieles perras guardianas”. Con mucha frecuencia son las que se detienen infraganti. Así sus procesos judiciales se resuelven con la máxima condena en el mínimo de tiempo.

La dualidad del amor y el cautiverio por la familia ha sido trabajada en los textos de Anzaldúa, sobre todo los de la primera etapa. La escritora logró escapar de la prisión de la familia y de la pobreza, pero siempre añoró el olor, los relatos, las imágenes de su hogar.

Del 2008 al 2013, las paredes de los dos patios del penal femenil de Santa Martha Acatitla relucieron. “Pintamos desde las fronteras del penal, del adentro y el afuera, del delito y el daño, del castigo y de la liberación, de nosotras y ellas, con las güeras y las prietas, las heterosexuales y de múltiples sexualidades”, destacó Belausteguigoitia. De 2013 a la fecha han multiplicado los productos y diversificado las estrategias: hoy trabajan con mujeres excarceladas el derecho al porvenir, a partir de una fuerte crítica a la promesa de la reinserción.

“Las mujeres invisibles en prisión surgieron de los muros grises del penal al contar su historia y nosotras matizamos los grises de la academia al teorizar ‘dando color’ de lo que una academia activada puede ofrecer. En cinco años tomamos cuatro muros y creamos cuatro relatos, cuatro formas y fondos de contrastes y contrahistorias relativas a la toma de la palabra, el alzamiento de la voz y la liberación en cautiverio de las mujeres privadas de libertad”, refirió la universitaria.

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Muralismo carcelario

El proyecto del muralismo carcelario de mujeres presas nace de la necesidad del color en la cárcel y de las narrativas descentradas del dolor y activadas por la posibilidad de un porvenir distinto tanto en la prisión, como en la academia. El conocimiento académico activado, interdisciplinario, intergeneracional, interracial y que incluye la diversidad sexual, articula las experiencias de los grupos y personas marginadas, las realidades distintas y hasta opuestas, sostuvo Marisa Belausteguigoitia.

“Leamos a Gloria Anzaldúa, participemos con ella y con las mujeres presas, subidas en los andamios, con las ‘sherezadas’ que no cuentan historias al sultán sino a sí mismas. Participemos en las conversaciones y en la construcción de las alianzas imprescindibles para generar una academia activada con una lengua filosa que hable de las muchas participaciones y transformaciones necesarias para la construcción de intervenciones al ras del suelo, desde todos los patios: los penitenciarios, los escolares, los de las viviendas precarias, por el acceso a la justicia de las mujeres que viven en gris dentro y fuera de las cárceles”, concluyó.

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