- A los 90 años la escritora mexicana sigue produciendo y hablará en un encuentro virtual
- Motivada por la pandemia relee obras clásicas sobre el confinamiento, la enfermedad y el contagio
Daniel Gigena
SemMéxico/Página12, Cd. de México, 10 de agosto, 2020.- «Como siempre, mi mirada se quiebra en el fragmento, privilegia el fragmento», advierte Margo Glantz (Ciudad de México, 1930) en las primeras páginas de El texto encuentra un cuerpo (Ampersand), su recorrido por lecturas de autorxs tan variadxs como Jane Austen, Edith Wharton, Bruno Schulz, Horacio Quiroga y George Eliot, entre muchxs otrxs. El volumen incluye también reflexiones sobre la cosmogonía prehispánica y la memoria de una visita al Museo Frida Kalho, “la figura más mitologizada” de una presunta esencia mexicana. Glantz es autora de una obra que comprende cientos de páginas de ensayos sobre literatura hispanoamericana, entre las que se incluyen las mejores que se hayan escrito sobre Sor Juana Inés de la Cruz, novelas-soliloquio como El rastro (que en la Argentina fue llevada al teatro por Analía Couceyro) y libros tan atípicos como Historia de una mujer que caminó por la vida con zapatos de diseñador, Saña y Las genealogías. A este listado cabe agregar ahora el libro de Ampersand, donde cohabitan los ensayos cubiertos por el rocío de la autobiografía, la amplificación de detalles “anatómicos” que proliferan en los textos y variantes originales del arte de la reseña. Por su obra, entre otros premios literarios, recibió el Premio Xavier Villaurrutia 1984 por Síndrome de naufragios, el Premio Sor Juana Inés de la Cruz 2004 de la Feria Internacional del Libro de Guadalajara por El rastro y el Premio Iberoamericano de Narrativa Manuel Rojas en 2015.
La escritora celebró en enero de este año el 90 aniversario de su nacimiento. Desde 2011, apunta reflexiones y percepciones insólitas en su cuenta de Twitter @Margo_Glantz. En la Feria de Editores virtual , conversó con el editor y escritor Diego Erlan sobre su “biblioteca secreta”, que en parte se revela en su nuevo libro. Mientras tanto, motivada por la pandemia relee obras clásicas sobre el confinamiento, la enfermedad y el contagio: Robinson Crusoe y Diario del año de la peste, de Daniel Defoe; novelas de Joseph Conrad y Giacomo Casanova; La muerte en Venecia, de Thomas Mann; Un año en el Hospital de San Lázaro, de Justo Sierra (“un mexicano del siglo XIX que habla de un hospital para leprosos”, aclara); La casa de las bellas durmientes, de Yasunari Kawabata; Salón de belleza, de su amigo Mario Bellatin; W o el recuerdo de la infancia, de Georges Perec, y Operación masacre, de Rodolfo Walsh. “Y releo mucho a Kafka”, acota. En un diálogo a distancia entre Ciudad de México y Buenos Aires, la escritora deja que asomen por anticipado algunos otros secretos literarios.
¿Cómo está viviendo este tiempo excepcional de la pandemia y qué “lecciones” le ha dejado?
–Bueno, es cierto, es un tiempo excepcional, más bien un no-tiempo que pasa y pasa y parece que no pasa. Lo he vivido con altibajos, a veces sobrevivo con mucha disciplina y trabajo, y a veces con depresión y nostalgia de tiempos “más normales” cuando se podía una desplazar y sentir que tenía cuerpo y no sólo un torso visible en una pantalla. También, pensando a menudo en cómo será vivir luego en la llamada “nueva normalidad”.
¿Se siente parte de una tradición de la escritura de las mujeres en su país, que en la actualidad cobró nuevo impulso con obras de Valeria Luiselli, Verónica Gerber Bicecci y Fernanda Melchor?
–Ya existía una tradición femenina en mi país cuando empecé a escribir, estaban obviamente Sor Juana, imprescindible, luego algunas mujeres del siglo XIX y de principios del XX, Nellie Campobello y, después de la década de 1950, Elena Garro, Rosario Castellanos, Amparo Dávila, Inés Arredondo, Julieta Campos, Elena Poniatowska. La eclosión de la literatura femenina reciente es un fenómeno mundial y muy importante en América Latina, en la Argentina, en Bolivia, en Colombia, en Ecuador. Me interesan mucho las escritoras jóvenes, con las que me relaciono bastante.
¿Qué importancia tuvo el feminismo en su vida y en su escritura?
–Siempre he sido feminista sin adherir a ningún movimiento en particular; mis escritos lo demuestran y es evidente en todos mis libros y en el último, publicado en la Argentina por Ampersand, El texto encuentra un cuerpo.
¿Cuál es la relación entre cuerpo y escritura y por qué privilegia el fragmento como forma narrativa?
–El cuerpo está siempre presente en mi escritura y, como digo en el prólogo de mi libro recién mencionado, privilegio en ella algunas de mis obsesiones: fragmentos del cuerpo, las manos cuando escriben, bordan o golpean; los ojos cuando ven y cuando leen, la circulación de la sangre y su inquietante presencia material. Uno de mis libros está centrado en los dientes, otro en los pies, otro en los pechos. Además, no sólo fragmento el cuerpo, también los relatos.
Los ensayos sobre literatura son muy importantes en su obra.
–No he dejado de escribir ensayos, mi último libro es de ensayos, y sigo escribiéndolos y este año se publicarán en México tres libros de ensayos míos.
Toco madera. Ahora preparo un prólogo para una nueva edición de El cuarto propio, de Virginia Woolf, que ha sido muy banalizado, a menudo se recurre simplemente a citar el puro título, como símbolo de feminismo, de la misma manera en que se cita La banalidad del mal, de Hannah Arendt, para explicar los totalitarismos.
¿Cómo está la situación cultural en su país con el gobierno de Andrés Manuel López Obrador?
–Muy complicada.
– ¿Y cuál es su vínculo con la Argentina?
–Desde niña leía la revista Billiken y mi padre tenía Sur y libros de autores internacionales traducidos y publicados en la Argentina. Estuve un año de la primaria en la escuela República Argentina y cantaba todas las mañanas el Himno Nacional mexicano y Oíd mortales. Conocí a Kafka leyendo La metamorfosis y a Faulkner con Las palmeras salvajes, traducidas por Jorge Luis Borges. Estuve casada un tiempo con un argentino y tuve una hija medio argentina, muchos de mis mejores amigos son argentinos, desde mi estancia en París en los años 50 del siglo pasado, y ahora, cito al desgaire: Tamara Kamenszain, Sylvia Molloy, Paloma Vidal, Analía Couceyro, Alejandro Tantanian, Noé Jitrik, Tununa Mercado, Luisa Valenzuela, Carmen Perilli, Daniel Link, Celina Manzoni, Nora Domínguez y muchos más.
¿En qué trabaja actualmente y de 0 a 10 cuánto le interesa la actividad en redes sociales?
–Trabajo en varias cosas, pienso en la pandemia y veo si puedo escribir algo que no sea igual a todos los diarios de pandemia que proliferan pandémicamente ahora. Y sí, soy tuitera por vocación y convicción.
Por último, ¿qué recomendación le daría a alguien que quiere escribir y vivir de la literatura?
–Ninguna.
La modernidad empieza con la aguja
En la cosmogonía prehispánica hay un instante inocente, perfecto, redondo: Coatlicue, la diosa, barría. Y entre la cotidiana acción del barrer y la acción del mito se interpone una ligera pluma, un vellón que penetra y deja una huella en el cuerpo, huella nada menos que del dios terrible, el dios guerrero, Huitzilopochtli, el sol: antes de engendrarlo, Coatlicue simplemente barre. Es decir, la diosa es primero que nada un ama de casa. Si el vellón no se hubiera interpuesto entre el sencillo acto de barrer y el cosmos, Coatlicue seguiría siendo una mujer que antes de cocinar o de zurcir ordena su domesticidad. Sí, Coatlicue nos demuestra que el hilo se rompe por lo más delgado y que el fino hilado de las parcas es un trabajo cotidiano y constreñido, tan constreñido como el de los bordados que se inscriben entre los límites perfectos de un bastidor que restira la tela y permite el pausado ir y venir del hilo que traza corazones, flores y palomas amorosas. En la escritura femenina hay siempre esa cadencia, ese ritmo de lanzadera, el ritmo mítico que sube a los tejados para volverse terrible como el grito de las erinias cuando vaticinan el destino de Agamenón bajo el cuchillo de Clitemnestra, o las voces duras de Casandra, uncida al carro de Apolo, recordando el futuro incierto de las reinas que serán esclavas dentro de la casa, condenadas al dolor del parto y al sudor de la frente.
* Tomado de Página 12