Olimpia Flores Ortiz
Todo es enajenable, incluso la felicidad.
SemMéxico, 19 de octubre, 2020.- La felicidad consiste en una emoción solitaria e íntima. Nadie puede prodigarla a nadie; mucho menos puede ser una política de Estado ponderable. Aunque la política y la economía pretendan apropiársela, no pueden darse un Estado de felicidad (nunca sinónimo de bienestar), ni un índice de la felicidad que de cuenta de una condición subjetiva y esporádica.
“¿Qué le encuentran los hombres [y las mujeres] a la vida que se les hace tan apetecible y que tanto les duele abandonarla?” Se pregunta Eduardo Nicol, nuestro filósofo del exilio español llegado en el Sinaia. Y dice “La vida auténtica es afirmación y hay una vocación vital al lado de la vocación mortal…Se trata de que constitutivamente, la vida se afirma a sí misma sean cuales fueran nuestras opiniones sobre ella.” Pero “De poco ha de valernos constatar que la vida es afirmativa, aun en sus aspectos elementales, si lo vivido en ella carece de sentido y no se nos hace más placentera o llevadera”. La Vocación Humana.
La búsqueda de felicidad es entonces voluntad de vivir. ¿Tiene la voluntad algo que ver con el uso de la razón? O es la voluntad una potencia arrolladora y por eso peligrosa. ¿En qué puede consistir esa felicidad que buscamos? La razón viene a ser el delirio de Occidente, por lo pronto es tan relativo suponer que obramos por fuerza de ella: la voluntad de vivir va sola, es ímpetu.
El marketing capitalista nos coloca la felicidad al alcance del consumo: es estatus, es posesión, es meritocracia compulsiva, es progreso. Al cabo es frustración y sin sentido. Caigamos en cuenta que ese sucedáneo de felicidad aspiracional tiene carácter universal, porque la cualidad que compartimos todas, todos, todes es la de ser consumidores.
O si la felicidad es romántica, no es más que una ilusión pasajera: no puedo amar en la otra persona más que lo que de ella necesito. El espejismo se desvanece más pronto que tarde.
Es posible la felicidad en soledad, como es cuestionable la felicidad bulliciosa y del tropel. En el acto interior en que consiste la felicidad, sólo entonces, me reconozco. Y únicamente por lo que dura un rayo. Revelación instantánea de mi propia vida como poesía; contemplación estética.
El mundo trágico, de visión fragmentaria e incierta, que se opone a lo complejo. ¿Cómo integrar lo fragmentado ante la irrupción brutal de la incertidumbre que se vive en el aislamiento sanitario, frente al espejo de la competitividad capitalista, el egoísmo individualista y la intolerancia reduccionista?
Según José Antonio Marina, debemos distinguir “entre una felicidad subjetiva y una felicidad objetiva. Aquella es una experiencia personal, ésta es la objetivación de las condiciones que la hacen posible. De aquella se ocupa la psicología. De ésta se ocupa la ética.”
Como en El Arte del Buen Vivir de Schopenhauer en lugar del concepto de felicidad como avidez, ésta puede ser una práctica de renuncia a la aspiración de felicidad en la que se acomoda hoy por hoy al Deseo etiquetado por el libre mercado.
Romper la cadena del deseo incolmable que se renueva como en el mito de Sísifo, cuando cada vez que llegas a lo que crees la cima, una y otra vez te precipitas al vacío insaciable y a la frustración que no produce más que infelicidad.
Si la voluntad es potencia indomeñable, entonces, entonces es el libre albedrío en tanto capacidad de discernimiento la fuerza que nos conduce a la decisión. Pero tiene que ser entre opciones múltiples y complejas que no binarias como concediera el Concilio de Trento para distinguir entre el bien y el mal bajo la Gracia de Dios, al flexibilizar el determinismo del pecado original y dar un respiro ante la amenaza que le representó a la Iglesia Católica el cisma luterano.
La pluralidad de lo complejo rompe con los planteamientos estrechos con los que se entiende al mundo, para llegar al respeto de cualquier visión distinta a la propia. Las avenidas abiertas para ir a encontrar la vida, en un mundo que es de mundos. La idea pedagógica de la ética vinculante entre esos todos los mundos.
Lo que al Estado compete en esta historia, es garantizar que el derecho al discernimiento implique la realidad objetiva de tomar decisiones, la posibilidad efectiva de tener vocación. Dicho de otra manera, es que los derechos humanos se ejerzan factiblemente.
La búsqueda propia transita por la renuncia y el despojo de toda doxa y sentido común, para quedar frente a sí, en soledad y en el sentido que propone Nietzsche hacer de la propia vida una obra de arte pertrechados sólo de la voluntad de poder.
Me seduce la paradoja de Schopenhauer: en el pesimismo, a la hora de no esperar en vano, es que miro hacia mí y encuentro la felicidad.
Entrada la segunda quincena de octubre. Me hacen la vida la Luna y las aseveraciones de Sara Schulz (hija), editora https://www.facebook.com/faunalibros/ en entrevista: el libro está más vivo que nunca, en la pandemia las librerías de barrio hacen su agosto, que hasta pudor les da. Yo en Zaachila.
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