Lorena Piedad
SemMéxico, Pachuca, Hidalgo. 5 de octubre, 2021.- “Compañera, te invito una copa”, “¿Se enoja tu novio?”, “¿A qué hora te vas a ir hoy?”, “Que bonitas piernas” … en la vida nos enfrentamos a diversos macromachismos, pero existe uno del que pocas nos atrevemos a hablar por temor a las represalias en nuestros espacios laborales. Lo nombramos acoso y hostigamiento sexual.
Hoy hice un recuento de mi vida laboral no para anexar en mi currículum sino para analizar la gravedad de este tema incómodo para quienes lo han practicado, pero mucho más para quienes lo hemos experimentado y no denunciamos porque seguro exageramos, ahora ya todo es acoso, ya no nos pueden “chulear” o ya pensamos que “quieren” con nosotras. Bueno, aquí las pruebas.
El Instituto Nacional de las Mujeres explica que el hostigamiento sexual es el ejercicio del poder en una relación de subordinación real de la víctima frente al agresor en los ámbitos laboral y/o escolar, mientras que el acoso sexual es una forma de violencia en la que, si bien no existe la subordinación, hay un ejercicio abusivo de poder que conlleva a un estado indefenso y de riesgo para la víctima.
En palabras simples: hostigamiento sexual es cuando un jefe o alguien con mayor jerarquía que tú en el trabajo lo ejerce. Acoso sexual es cuando sucede entre compañeros.
Uno de mis primeros empleos fue en una maquiladora donde conocí a un mejor amigo, confiaba en él mis secretos de adolescente, comíamos juntos y notaba su molestia cuando emitía la frase “no es mi novio, es mi amigo”, pero lo dejé pasar. Nos distanciamos cuando ingresó al Ejército, un día llegó inesperadamente a mi casa solo para preguntarme “¿Qué, ya te casaste?”, todo bien hasta que (nunca supe la razón exacta) estuvo preso algunos meses. Cuando salió comenzó a buscarme de formas muy insistentes que me alarmaron, pero pensé “estoy exagerando”.
Años después apareció en mis redes sociales con su pregunta incómoda: “¿Ya te casaste?”, él hizo su vida en otra ciudad, se casó y tuvo un hijo. No respondí y continuó: “Uy, qué payasa, ya cambiaste”. Una madrugada me despertó el sonido constante de las notificaciones de mi teléfono, eran las 3:25 am y ahí estaba él, dando Like y Me gusta a absolutamente todas mis fotografías de Facebook e Instagram. Me asusté y lo bloqueé. Tuve algunas semanas de tranquilidad hasta que por Messenger un desconocido me escribió: “Hola, no me conoces, soy amigo de… te está buscando”. Bloqueado. Debí alertarme cuando me decía comentarios como “si son feos es acoso, pero sí están guapos, ahí sí quieren”, cuando criticaba a mis otros amigos, cuando aventaba las cosas si alguien se me acercaba. No sé en dónde está, lo que sí sé es que soy afortunada porque existen historias parecidas que terminan en feminicidios. Y eso no es exagerar.
Las represalias, amigas del acoso sexual
Años después de esa experiencia llegó otra, ahora el escenario era en mi ámbito profesional y de alguien que siempre me llamó “amiga”. Era la única persona que conocía en ese nuevo lugar donde tuvo como misión hablarme mal del equipo y lo creí, así que solo convivía con él. Como era una persona casada, no faltó el comentario sobre lo mal de nuestra cercanía, aunque solo conviviéramos en el trabajo, nada más allá.
Un día durante el desayuno charlábamos con otros trabajadores sobre nuestros momentos felices, desde luego como esposo ejemplar mencionó frente a todos que era llegar a casa y ver películas con su compañera de vida, aunque cuando nadie lo vio me dijo en voz baja “y las mañanas cuando estoy contigo”. Identifiqué que él ya había interpretado mal alguna acción mía (porque esta sociedad machista nos culpa a nosotras por delante), decidí tomar distancia hasta una mañana que tenía sobre mi escritorio una taza con café y sin decir más, intentó beber de ella. “No”, le dije mientras tomaba mi taza. “¿Qué no puedo?”, seguido de un “claro que no, no te confundas”. No hubo más diálogo, en cambio sí el castigo de su eterno silencio, sus comentarios devaluadores sobre mi persona, la exclusión de proyectos en donde participaba él, saludos de beso en la mejilla que más bien eran un golpe rostro a rostro hasta que dejé de permitirlo y me iba a otro lado cuando era su momento estelar. En la actualidad es una persona de una conducta intachable en aquel lugar, yo estoy lejos, en otro empleo y agradecida por ello.
¿Y qué con el hostigamiento?
En una entrevista que realicé cuando escribía sobre denuncias ciudadanas, una trabajadora del hogar, a la que llamaré Griselda, me contó que durante la mayor parte de su vida ha sido víctima del hostigamiento sexual en sus empleos. Relató muchas experiencias, pero principalmente guardé una en mi memoria. A los 25 años ya estaba casada y tenía dos hijos, además, era empleada doméstica en una casa del fraccionamiento más lujoso de la Bella Airosa.
Ese hogar solamente lo habitaban una esposa enferma que no podía levantarse de la cama y un empresario muy exitoso que hacía el papel de marido modelo, pero dentro de los muros de su casa acosaba sexualmente a sus empleadas. Nadie lo inventó, Griselda vivió lo que algunos machistas califican como acciones inocentes, por ejemplo, bajar a desayunar en bata y sin ropa interior para mostrar sus genitales. Por ejemplo, abrazar por la espalda y decirle que ella podría tener una mejor vida si… por mencionar algunos.
Una tarde, la esposa enferma debía acudir con el médico a la Ciudad de México y para sorpresa de Griselda, su jefa mandó llamarla para decirle que no estaría toda la tarde, y que le quería pedir de favor que atendiera en lo que quisiera al señor porque ella ya no podía complacerlo, que le pagaría una buena cantidad. Nadie lo inventó, Griselda lo vivió y al rechazar tal petición, claro que fue despedida porque se le insinuaba al patrón.
Y como esos, millones de historias, posiblemente todas las mujeres (y acepto que también algunos hombres) pueden contarnos un caso de acoso u hostigamiento sexual en sus espacios de trabajo (es más, pueden escribirnos sus experiencias por mensaje) porque estos macromachismos normalizados son un cáncer que no respeta oficios ni profesiones.
La evaluadora Open Global Rights, reveló que solo 1% de estos casos tiene una sanción, por lo que hacen falta dos cosas importantes: denunciar y capacitar. Visiten la página del Instituto Nacional de Mujeres en Punto Género: Formación para la Igualdad donde podrán conocer el Protocolo para la prevención, atención y sanción del hostigamiento sexual y acoso sexual, además de informarse sobre cursos y certificaciones en el tema.
De tarea, vencer el miedo si somos víctimas de acoso u hostigamiento sexual en el trabajo y denunciar. O como compañera, compañero laboral, si sabes de un caso también debes accionar.