- Descubrió la política, la forma en que a través de ella puedes servir a la gente
- Aprendió a no llorar, a tomar decisiones, a tocar de puerta en puerta y presentarse
Elvira Hernández Carballido
SemMéxico, Pachuca, Hgo., 16 de octubre, 2020.- Una mujer inteligente, joven y tenaz, son las primeras palabras que vienen a la mente cuando se conoce a Andrea Gasca. En el periodo 2000-2003 se convirtió en la primera presidenta de su municipio, Acatlán, y hasta hoy la única.
Este municipio la vio nacer en el barrio Cauchenco, que es el centro de la entidad. Su madre fue Flavia Olvera Cervantes, hija del maestro Miguel Olvera Lechuga y de Antonia Cervantes Ramírez. Gente muy humilde. Su padre, Gabriel Gasca Hernández, llegó a la entidad a un centro de salud para realizar su servicio social. La pareja se conoce, simpatiza, se enamoran y se casan. Entonces nace Andrea.
Su infancia la califica de tranquila, gracias a su hermano jugaba trompo o canicas, aunque no dejaba de entretenerse con los juguetes clásicos para una niña. Los servicios de camiones eran muy esporádicos. Llegaba la radio, pero no la tele, pocos periódicos. Las escuelas eran muy contaditas, quizá por eso deciden mandarla a estudiar a Tulancingo.
Para no evitar los viajes constantes por la carretera, deciden internarla en el instituto Plancarte. Las monjas que lo dirigían eran guadalupanas, llenas de fe, también de un sentido estricto de la vida, pero a la vez generosas. En ese lugar cursó la primaria y la secundaria. “Como buena niña de pueblo, yo pinté mi mundo color de rosa. Solamente había escuela, estudio, escuela. No había tiempo para sufrimientos, quizá para sueños, pero mentiría si te dijera que en ese tiempo ya me interesaba la política. Para nada, se nos preparaba para ser buenas cristinas, buenas hijas, futuras amas de casa. Por eso, yo imaginaba a mi lado al que podía ser mi esposo, anhelaba ya encontrarlo. Claro, era una niña de pueblo. Soñadora, por eso simplemente imaginaba a mi futuro esposo, pero ni tuve novio en ese tiempo, para mi mala o buena suerte. Así que me dediqué totalmente al estudio, a los sueños, a trazar cada momento de tonos rosas”.
Recuerda que los niños para ella eran algo raro, lejano, no malo, pero totalmente extraños. “Nunca sentí diferencias porque no las viví”. Tampoco fue para ella algo traumático ser niña de internado. Extrañaba su casa, pero se fue acostumbrado al ritmo del colegio donde adquirió disciplina y valores.
“Aunque debo aceptar que hay cosas que me marcaron por siempre, una de ellas fue palpar la pobreza de mi familia. Mi fue una ama de casa que hizo todo lo posible por darnos de comer, tener la casa limpia, mandarnos a la escuela. Ella no pudo tener más estudios, por eso siempre le dio mucha importancia a que estudiáramos. Mi papá era médico, un hombre muy bueno, que con su pequeño sueldo hizo todo lo posible por darnos lo necesario.Creo que una de las habilidades más bonitas que Dios me dio fue la pintura, me gusta pintar, adoro hacer trazos, dibujos, atrapar colores. Pero en mi casa éramos tan pobres que con mucho trabajo mi papá nos compraba los útiles escolares”.
La preparatoria la realizó también en Tulancingo, en la escuela “Cristóbal Colón”, por supuesto– “Me dediqué a estudiar, pero algo que empecé a enfrentar fue la convivencia ya con los hombres. Algunos se hicieron mis amigos y nos íbamos al cine, a pasear, pero que alguno me hiciera cosquillas o suspirará por él, para nada. Pero sí empecé a comparar mi mundo rosa de niña con el de otro color, el que ellos le ponían a su forma de ser y de vivir. Y descubro diferencias, pero sobre todo desventajas por ser niña. Veo que hay cosas muy marcadas a favor de ellos, nada más porque son hombres. Desde mandarnos a la cocina, ser más rigurosos con nuestros horarios y hasta con nuestra libertad. Ante esa situación algunas veces llegué a decir, “si fuera niño sí podría hacer eso, si fuera niño no me pondrían ese obstáculo…” No me caían mal ni los odiaba, pero si intuía sus ventajas y no me gustaba que en mi caso fueran desventajas, nada más por ser niña”.
Tal vez por eso en algunas clases, ya en la preparatoria, le empezó a llamar la atención todo lo relacionado con defender al otro, las leyes, las cuestiones de la justicia, cómo defender a los demás, de qué manera respetar y orientar a la gente si enfrentaban algún caso de injusticia. Fue así como supo “que podía ayudar a la gente de otra manera, quizá defendiéndola con la Constitución en la mano, entonces decidí ser abogada”.
Estudió Derecho en la Universidad Autónoma del Estado de Hidalgo. Fue en ese momento que descubrió el mundo de la política, “la forma en que a través de ella puedes servir a la gente, orientarla, ayudarla a salir de situaciones difíciles, a tener fe en las instituciones y en la posibilidad de transformar a través de políticas públicas que no se queden en el discurso o en el papel. Me acerco a los políticos, voy al partido político que tiene más fuerza en la entidad, empiezo a apoyar en acciones de los procesos electorales, conozco a aspirantes a candidatos tanto diputados como senadores, presidentes municipales. La vida política empieza a gustarme. La niña de pueblo encuentra su vocación, se prepara para vivirla bien”.
Andrea Gasca reconoce que gracias al estudio dejó de imaginarse como esposa de alguien, ahora quería ser una profesionista,“ser ama de casa no era malo, pero no era lo que deseaba ser, ni mis amigas. Fuimos descubriendo que nos podíamos bastar solas, que nos gustaba eso. No nos gustaba ver a nuestras madres tan dependientes. Cómo romper con eso, pues con el estudio, teniendo una profesión y lo platicábamos y lo deseábamos de verdad”.
Conoció a un hombre mayor y se enamoró, es el padre de su hijo. Pese a todos los problemas que hubo en torno a esa relación, la apoyo y cuando ella pensó dejar de estudiar, él le la hizo prometerle que se iba a titular como abogada. “Sí, él me apoyó para estudiar en todos los sentidos. Realmente me fuerza a terminar la escuela. De verdad, aprendí tantas cosas de él, desde cumplir mis metas, ser más dedicada, qué hacer, qué no hacer, de dónde alejarme, a quienes no acercarme. Me empieza a moldear, pero lo malo, para mí, es que me hace totalmente dependiente de él. Termino de estudiar, regreso a mi casa, lo sigo viendo, lo amo, me quiero ir con él, me voy con él, me embarazo, nos cuida aun que él tenía otra familia. Lo amo tanto y en 1995 él se muere. Me quedo con un niño de dos años y un embarazo de pocos meses, sin dinero, sola, sin él.
Entonces Andrea Gasca se da cuenta que la vida en rosa no existe. “Debo trabajar, superar tantas cosas, aprender a vivir sin él, vivir por mi hijo, por mí. No fue nada fácil”.
Andrea cayó en un hoyo negro de fatalidad, en abismos de sufrimiento, traiciones del alma que se creía vencida. Sin embargo, ella regresa porque la necesitan, porque se necesita a sí misma. Aunque ahora el hombre amado no esté, otros hombres la esperan, su hijo, los amigos, el padre, el Dios al que desde pequeña le reza. Andrea debe regresar, su madre se lo pide. Andrea regresa, guerrera de la vida, solidaria consigo misma.
“Tal vez te parezca absurdo, pero siempre pienso en los zapatitos que le pude comprar a mi hijo cuando era bebé. Unos zapatos pequeños que no puede guardar. Que nunca le pude mostrar porque los perdí, a lo mejor los tiré, los dejé por ahí. Pero ese recuerdo me hizo palpar lo mucho que necesito a mi hijo, que él necesitaba a su mamá. Fue el momento en que la vida me zarandeó, me interrogó con severidad: “Andrea, Andrea, ¿qué estás haciendo de tu vida? La respuesta está en ti, no en las puertas falsas, no en vasos vacíos, no en lágrimas eternas. Lucha por tu hijo, pero sobre todo por ti. Fue así como tomé de una mano a mi mamá, de la otra tomé la mano de Luis Gerardo, mi hijo, y a caminar, a enfrentar, a vivir. Y aquí estoy, viva, dando pasos, trastabillando a veces, pero dando pasos por la vida”.
Al empezar a salir otra vez, le cuesta trabajo relacionarse con los demás. Se vuelve una mujer ermitaña. De su casa al trabajo, del trabajo a su casa. “En el trabajo me empiezo a dar a conocer por cumplida y disciplinada, aprendo rápido lo que debo hacer y lo hago bien. Entrego todo a tiempo. Mi trabajo es la vida. Me convierto en la proveedora de mi casa. Tengo a mi hijo, mi mamá lo cuida, lo educa, es la madre. Yo hago el papel del padre. Llego noche, pregunto cómo fue su día, beso a mi hijo dormido, dejo dinero para la comida, los pañales, lo que se necesite. Salgo temprano a trabajar. El ambiente de trabajo está lleno de jueces y abogados, documentos y juicios, gente de la política viene, los observo. Me gano su confianza porque soy muy trabajadora. Quién iba a adivinar que ahí se torcía mi destino”.
En ese mundo de leyes, abogados y políticos conoce a gente del Partido Revolucionario Institucional (PRI). “Un día llega un señor que platica lo que hacen y lo que pueden hacer en Acatlán, mi pueblo. Juro que lo dije sin pensar, sin malicia, por atrevimiento, por escuchar mi voz proponiendo algo: “Pues si un día quiere una buena presidenta municipal, nada más me avisa”. Lo dije así, rápido, segura, no sonaba a broma porque no lo era. Tampoco fue promesa ni amenaza.
Salió así, natural. Por supuesto, se rieron, pero reconocieron que no era una mala proposición. Y así, tiempo después, me llaman. ¿Te acuerdas de tu propuesta? El corazón me dio un brinco. Lo estamos considerando. ¿Te atreves? Con una certeza envuelta en nervios, dije clarito: “Sí”.
Por supuesto, reconoce con gran honestidad la invitación no fue solamente una buena fe del momento, de que crean el papel de las mujeres en la política, había ese juego turbio que la gente con experiencia sabía hacer.El presidente municipal de Acatlán ese ese tiempo ya tenía a su futuro heredero y a cierto grupo no le gustaba, posiblemente por ello propusieron a quien se esperaba, a una mujer. “Y fui yo. Podía incomodar, se podían arriesgar conmigo para romper continuidades, por enemistades políticas, juegos sucios, enfrentamientos entre poderosos. Pero ya estaba ahí”.
Reconoce que no estaba preparada, que no sabía nada del ámbito político. El día del registro de candidaturas, el contrario llegó con la banda, casi toda una peregrinación de gritos y consignas los apoyaba. Ella se presentó solamente con su hijo, su mamá, una amiga y un fotógrafo. Solita con ellos de testigo, me registré, sin música ni porras. Iba a tener un equipo que me ayudaría a preparar mi campaña. Todo en contra desde el principio.
Cuando llegué a mi pueblo lo primerito que me dijeron, ni siquiera buenos días o cómo está, fue una pregunta así, directo, dura, agresiva: ¿Cómo se atreve a aceptar la candidatura cuando usted no solamente no conoce nuestro municipio si ni siquiera la conocemos si no tiene trayectoria si ni siquiera ha vivido aquí?
Creyeron que me iban a asustar, por supuesto que lo hicieron, pero no les iba a dar el gusto. No, mi primer encuentro no iba a ser de voz bajita y mirada al piso. Los miré de frente y les dije: “Ustedes bien saben que soy de aquí. Usted, le dije a uno de ellos, me llevaba de niña a la escuela con su hijo. ¿Por qué me desconoce? Y usted, las tres veces que fue presidente municipal, yo coincidía muchas veces cuando salía temprano rumbo a la universidad, cuando iba a ver a mi papá a su consultorio, en una caminata al caer la tarde. Y siempre nos saludábamos. Y usted, no se acuerdo cuando sufrió aquel accidente. Yo lo fui a ver muchas veces cuando estuvo en cama, porque yo era amiga de su hijo”.
Pese a todo, la campaña fue muy difícil para ella, la amenazaron, se burlaban, querían confundir a la gente para que nadie fuera a sus conferencias o mítines. La desprestigiaron cada vez que pudieron. Aprendió a no llorar, a tomar decisiones, a tocar de puerta en puerta y presentarse. “Hubo gente que no me quiso y a la primera oportunidad me atacaron sin piedad. Los primeros días de la campaña, frente a mi casa escribieron en la barda: “Andrea Gasca, puta”. Qué impresión, y lo que te falta, me advirtieron.
Y ni modo, recurrí a una estrategia ¿Sexista? Abusé de rol tradicional para ser aceptada, pero bien sabía yo que Andrea Gasca ya no creía en ese papel, lo usaba para entrar a un mundo totalmente misógino: la política. Resultaba complicado mostrarme ante los demás. Falda corta, luego, luego, la descalificación, ha de ser bien puta. Falda larga, uy qué hipócrita. Pantalón, qué masculina. Peinado de chongo, qué conservadora. Pela suelto, es una loca. Te expones mucho, tu única salvación, ser tú pese a todo”. Y contra todo eso, ganó las elecciones.
“Los primeros días fueron raros y satisfactorios, documentos que no conoces, decisiones que no sabías cómo se habían tomado, proyectos olvidados, mis propuestas listas para hacerse realidad. Yo pedí una semana para ordenar y reordenar, para conocer mejor las cosas. Conocí a gente maravillosa, algunas las conocí en la campaña, a otras ya en el momento de empezar a trabajar. Tuve un gran equipo, pero lo logré crear entre aciertos, problemas y broncas.
Por momentos enfrenté una guerra campal, sin cuartel, con gente que no me quería ayudar, incluso pese a haber estado en mi campaña. Me ayudó mucho que soy abogada, no dejé que nadie tomara decisiones sin consultarme, podía discutir, pero muchas veces tenía que imponerme, la presidenta municipal era yo. A mucha gente le tuve que decir adiós, decirle gracias, pero no te necesito, no me gusta lo que estás haciendo, no te puedes imponer, la presidenta soy yo. Lo tuve que decir muchas veces. Así me quedé con gente de confianza, respetuosa, trabajadora”.
Andrea Gasca tiene la firme convicción que durante el periodo 2000 a 2003 su pueblo vivió una buena experiencia, su gobierno fue honesto y trabajador. “Fui la primera presidenta municipal mujer en mi pueblo. ¿Repetiría la experiencia? Por supuesto. Soy mujer de pueblo, aprendí a ser valiente, a trabajar por mi gente”.
SEM/ec