Reflexiones del 8 de marzo
Claudia Almaguer
SemMéxico. 16 de marzo 2020.-A este punto de la semana ya se han compartido distintas opiniones sobre lo que significó para cada feminista, grupo o colectiva el haber caminado juntas en las marchas que se realizaron el domingo 8 de marzo en todo el país, así como el indómito silencio que produjo el paro. Acciones contundentes y visibles debido a las cuales podemos afirmar, por si fuera necesario todavía, que los movimientos feministas ni están sometidos a ningún tutor ni esconden una agenda subrepticia.
Muy por el contrario, la agenda “radical” que compartimos tiene ya algunas décadas de encontrarse allí para quien quiera mirarla, no es que se nos acaben de ocurrir estas nociones acerca de que las mujeres somos también sujetas de derechos humanos o que padecemos obstáculos comunes que van desde la vigencia de construcciones jurídicas arcaicas limitantes de nuestras libertades hasta actos de violencia consuetudinaria que llegan a poner en riesgo la integridad y la vida; pero sí que era indispensable visibilizar la brecha que existe entre lo logrado y la realidad, del tremendo hartazgo que sentimos todas.
Y además el valor, justo en las próximas semanas se espera tener respuestas coherentes respecto a las agresiones llevadas a cabo contra las manifestantes en lugares como la Ciudad de México con una capacidad de convocatoria masiva; cabe decir que no fueron pocas las amenazas, los insultos y las opiniones negativas hacía estos actos de reacción política como tampoco faltaron los arribistas interesados en sacar provecho simulando empatía y condescendencia hacía el paro.
Sin embargo, estas movilizaciones no se parecen en lo absoluto a las que tuvieron nuestras madres hace treinta años en lugares profundamente hostiles e inhóspitos para la causa feminista de allá cuando la ley y las instituciones para las mujeres ni siquiera existían, de cuando la violencia machista era anécdota o cotidianidad inenarrable.
Tal vez ese saber, esa memoria que conserva el cuerpo fue parte de lo que nos puso a todas en acción, lo que nos atrajo a la plaza como una cita a la que no podíamos faltar, porque la que no ha padecido violencia la sabe de otra mujer cercana y la que no ha vivido el acoso sufre la desigualdad, siente la ignominia o el encabronamiento, Y que bien y que bueno que estemos vivas, que estemos sanas que sintamos la urgencia de defendernos juntas.
Si usted acudió y estuvo lado a lado con otras muchísimas mujeres, ya sabe de lo que le escribo, nos encontramos allí con otras compañeras queridas en la lucha, aliadas, amigas, colegas e inclusive con las más íntimas que acompañan nuestra vida, como ocurrió con la marcha en San Luis Potosí que los medios resumieron a una presencia de 6 mil mujeres, aunque algunas consideramos que era un número mayor.
Pero y ¿qué es lo importante? pues eso, la capacidad que tuvimos de transmutar el hastío, el dolor, la indignación en el ejercicio más ciudadano y solidario de la historia reciente.
Preguntarse lo que sigue es una constante para poder construir mejores estrategias dentro de una trayectoria que a muchas de nosotras nos ha llevado la vida, pero también es un cuestionamiento necesario para la comunidad que nos miró caminar porque la discriminación surge de allí, de los estereotipos y prejuicios que sostienen y legitiman los actos de violencia, inclusive los más graves.
Luego entonces ¿Qué vamos a hacer todos y todas para cambiar la situación actual? ¿Cómo vamos a incidir? ¿De qué modo nos vamos a involucrar personal y políticamente para tener una sociedad más igualitaria? y ¿Qué conductas vamos a erradicar de nuestro actuar personal para dejar de ser permisivos con la violencia machista? Ojalá que cada cual se ponga a pensar en estas cosas, que cambie algo, que escuche lo que gritamos a la par que el silencio.
A más ver.
Twitter: @Almagzur