A todos nos importan los pobres
*Natalia Vidales Rodríguez
SemMéxico. Sonora. 8 de abril de 2020.- Como siempre, con su demagogia, el presidente utilizó ayer una frase del Papa Francisco quien dijo, en su homilía, lo que siempre han dicho y hecho los cristianos: primero los pobres y los desvalidos. Lo hizo, para mostrar que él -como buen creyente- sigue las indicaciones cristianas… no como el pueblo que lo critica.
Al escucharlo, nos viene una interrogante que deseamos compartir: ¿Por qué el Presidente se asume como si fuese la única persona -y el único gobernante- interesado en mejorar las condiciones de vida de los pobres? Suponemos que porque nunca en su vida, en los tres sexenios en los que pretendió ocupar la presidencia y en los otros tantos años que dedicó a andar de saboteador social ha apoyado él a los pobres con recursos propios. Y supone que todos -sobre todo los empresarios- actúan egoístamente como él.
No sabe, no tiene conocimiento -o no quiere aceptarlo porque le conviene su discurso populista- de que ha sido la sociedad civil, tanto ciudadanos en lo personal, como a través de grupos organizados, quienes han dado la cara –desde siempre- por los grupos vulnerables, así como también son los trabajadores y las empresas las que generan la riqueza del país, no el gobierno.
Sin importar quien esté en el poder -rojos, azules, morados, amarillos-, la sociedad civil -conformada por mexicanos, no por marcianos-, ha estado presente, con gran solidaridad apoyando a quienes más lo necesitan. A la vista están -o estaban, porque ya el gobierno morenista acabó con buena parte de ellas- las innumerables asociaciones de ayuda, de altruismo, fundadas por esos pudientes que el presidente desprecia –muy selectivamente, por cierto–, así como organizaciones no gubernamentales que el régimen actual ha perseguido hasta acabar con ellas con el discurso demagogo de que la corrupción es la regla.
Todos conocemos a empresarios que han apoyado a sus trabajadores -aún sin ser de los grandes y poderosos como algunos de los que tiene hoy en su gobierno-, con vivienda, capacitación, vestido, medicamentos y alimentos. Y las mujeres, sus esposas, no solo han dado al necesitado ayuda monetaria, sino que se han organizado muy bien para la impartición de cursos de capacitación en un afán de que quienes menos oportunidades han tenido logren mejorar su calidad de vida. Han dado desinteresadamente su tiempo, esfuerzo y recursos en bien de esos pobres que el presidente cree no les importan.
Y es la sociedad civil, conformada también por los empresarios -esos que hoy son estigmatizados por el gobierno- quien ha ayudado a sus semejantes a través de los años. No ha sido el gobierno en turno y por lo visto… no lo será tampoco hoy, cuando deja fuera del apoyo oficial a millones de trabajadores que hoy lo necesitan.
Los pobres de hoy, sobre todo, pusieron sus esperanzas en una persona que pensaron los apoyaría efectivamente pero… poco a poco se van dando cuenta que esto no es así. El discurso dice una cosa pero las acciones muestran otra.
El presidente, desde que asumió el poder, ha buscado la división de clases. No lo permitamos más.
El exhorto a los mexicanos es a no permitir que esta división se siga alentando desde el gobierno. Ponerle ¡Un alto ya! Porque la solidaridad humana no es cuestión de estratos sociales; es cuestión de corazón.
Tal vez hoy — con los otros poderes cooptados, como la Suprema Corte o la Comisión Nacional de los Derechos Humanos, y el Congreso de la Unión con mayoría de MORENA, seguidora a ciegas de AMLO– los trabajadores y las empresas excluidas en el discurso del domingo, no tengan a dónde acudir.
Pero sí hay un par de acciones que todos podemos hacer: por lo pronto manifestar la inconformidad por el rumbo que se lleva al país, exigir a los legisladores sesionar extraordinariamente para obligar al ejecutivo a dar esos apoyos que ocupa el empresario y el trabajador ¡ya!. Y el año entrante votar por la Revocación del Mandato de AMLO porque ya quedó claro que no va a modificar ni un ápice su mal gobierno o, por lo menos, quitarle la mayoría en el Congreso y, desde ahí, equilibrar el poder presidencial y enderezar sus entuertos. Nos ha quedado claro que dar el poder absoluto a una persona no es algo de beneficio para el pueblo.