Por: Pedro Arturo Aguirre
SemMéxico/Contra Réplica. 19 de agosto 2020.- Mujeres valientes vestidas de blanco y sosteniendo flores en lo alto se manifestaron en Minsk durante toda la semana pasada en portentosa protesta silenciosa. Iban solidarias con las miles de personas golpeadas y abusadas horas antes por haber demostrado su inconformidad contra el fraudulento resultado oficial de las elecciones presidenciales en las cuales salió reelecto, por sexta ocasión, el déspota Alexandre Lukashenko.
El de Bielorrusia es un levantamiento inspirado y dirigido por las mujeres. Los candidatos presidenciales masculinos de la oposición fueron arrestados o huyeron del país antes de la votación. Svetlana Tikhanovskaya, esposa de uno de ellos, decidió tomar la estafeta de su marido y, aliada con otras dos mujeres líderes opositoras, se propuso derrotar a Lukashenko. El dictador, como era de esperarse, dedicó pedestres burlas a su adversaria, sugiriéndole dedicarse mejor “a cocinar la cena para sus hijos”. Pero esta estulticia sólo hizo crecer la popularidad y determinación de Tikhanovskaya: ella y sus dos compañeras de lucha se han convertido en un símbolo de libertad.
Lukashenko es el «último dictador de Europa», continente donde (monarcas aparte) es con mucho el gobernante más veterano. Se perpetúa en el poder gracias a una urdimbre de represión, populismo y apoyo ruso. Triunfó en la elecciones de 1994 como un candidato ajeno a las élites poscomunistas. Presumía ser un paladín contra la corrupción. Era, en el fondo, un nostálgico del régimen comunista, enemigo jurado del curso tímidamente prooccidental y promercado iniciado por Bielorrusia desde su separación de la URSS en 1991. Ya en el poder revirtió las cosas, restableció los controles estatales de la economía e instauró esquemas asistencialista para la población.
También alteró leyes e instituciones para perpetuarse en el poder. Hoy nada reta su caudillaje. Ni siquiera se ha valido de un partido propio porque prefiere ser el “protector sin intermediarios” del pueblo. Rehúye cualquier signo de sofisticación y patentiza constantemente su adhesión a los “valores, creencias y tradiciones del pueblo bielorruso”. El Parlamento del país se ha convertido en un adorno, las libertades fundamentales son sistemáticamente conculcadas, la oposición es débil y fragmentada, y los procesos electorales distan muchos de satisfacer los mínimos estándares democráticos.
Pero el tiempo del oprobio se agota. La bancarrota económica es absoluta, la gente está harta de la dictadura y el colmo llegó con el pésimo tratamiento dado al coronavirus. Convocada por Tikhanovskaya, el domingo se celebró la llamada «Marcha de Libertad», la mayor protesta en la historia del país. Por eso Lukashenko ha decidido recurrir a su “hermano mayor”: el peligroso Vladimir Putin, en una jugada no exenta de riesgos. Desde hace tiempo el mandamás ruso pretende engullirse a la Belarús. A ver si al tirano no le sale más caro el caldo que las albóndigas.