Opinión| Maroma machista

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Denise Dresser*
SemMéxico, Ciudad de México, 19 de junio del 2023.- Claudia Sheinbaum apoyó la candidatura de Félix Salgado Macedonio y las mujeres de la 4T callaron. La jefa de Gobierno aceptó que su hija Evelyn asumiera la candidatura -aun sabiendo que su padre gobernaría por ella- y las feministas de la «4T» guardaron silencio. La hoy corcholata declaró abiertamente en una entrevista con El País que el feminismo debía subsumirse al «movimiento de transformación», nadie respingó. Desde el Antiguo Palacio del Ayuntamiento ha permitido que gaseen, encapsulen y coloquen vallas a las mujeres que marchan contra la violencia, con tal de proteger al hombre que vive en Palacio Nacional, y en «la revolución de las conciencias» pocos parpadean. Criticó a las morras por rayar monumentos y las hoy aguerridas acompañantes de su candidatura hicieron mutis. Pero ahora, criticarla por traicionar las causas de las mujeres para quedar bien con un hombre, es «machismo». Cuestionar a Sheinbaum por adecuar su personalidad, su trayectoria, su vocabulario y sus posturas a las de López Obrador es una postura «patriarcal». Vaya maroma de machismo malinterpretado.

Ser mujer no exime a ninguna funcionaria de la auscultación. Ser mujer no debe ser argumento para eludir el escrutinio o la rendición de cuentas o la mirada sobre el manejo de los recursos públicos o la constatación de la congruencia. Ser mujer no debe convertirse en escudo evasivo, como el que en su momento han intentado utilizar otras mujeres con poder. A Rosario Robles no se le criticó por su género, sino por su comportamiento. A Elba Esther Gordillo no se le embistió por usar vestido, sino por comprárselo con dinero tomado del SNTE. A Olga Sánchez Cordero no se le llamó florero por su sexo, sino por su condición de adorno en un gobierno donde hay paridad de género, pero no paridad de poder. Es el mismo caso con Claudia Sheinbaum, hoy erigida en ícono feminista cuando no lo ha sido. De pronto, sus seguidoras la convierten en víctima del machismo, cuando ella ha sido cómplice del Macho Mayor, el propio presidente de la República.

Sí, ese que cerró las estancias infantiles y desapareció los programas de género y clausuró los refugios para las víctimas de la violencia doméstica y dejó en el desamparo presupuestal a las mujeres indígenas y desapareció los apoyos para la detección y el tratamiento del cáncer de mama y no ha provisto el presupuesto indispensable para un Sistema Nacional de Cuidados. Ese hombre al frente del gobierno «más feminista de la historia», que nombró a un acosador sexual a la embajada en Panamá y desestimó los reclamos de sus víctimas. Ese señor Presidente que predica constituciones morales y códigos de conducta para las mujeres, pero se esconde tras muros de metal cada vez que marchan o exigen sus derechos. Claudia Sheinbaum lo ha acompañado, paso tras paso, mientras se aleja de las madres de los desaparecidos, de las víctimas de feminicidio, de las damnificadas por la violencia de género. Ha puesto su inteligencia y sus convicciones al servicio de machos de una «izquierda» que -por cómo trata a las mujeres- no merece ser catalogada como tal.

A Sheinbaum no se le critica por ser mujer, sino por haber abandonado las causas de las mujeres. No se le critica por ser feminista, sino por no haberlo demostrado con acciones y resultados. No se le cuestiona necesariamente por machismo o misoginia, sino por mimetizar a un hombre, y transformarse para complacer a López Obrador. Por copiar su forma de hablar y polarizar con las palabras. Por sus giras y eventos propagandísticos pagados con recursos públicos o de procedencia desconocida. Por haber postergado la declaratoria de semáforo rojo en la CDMX durante el momento más álgido de la pandemia. Por ignorar datos y evidencia, yendo en contra de su formación científica. Por descalificar y pelearse con el movimiento feminista, optando por proteger monumentos en vez de vidas. Por aceptar un proceso sucesorio simulador, en el cual un hombre decidirá su destino. Nada más contrario a la agenda de autonomía y empoderamiento femenino que marca a una nueva generación de mujeres.

El problema principal de Claudia no es su género; es su sometimiento y conversión facsimilar para llegar al poder. El reto más grande de Claudia no es la misoginia; es malinterpretar la crítica a su gestión como un tema de faldas, cuando es un asunto de no traerlas bien puestas.
*Publicado originalmente en el diario Reforma, con autorización de la autora.
SEM/MG

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