Opinión| Porfirio Muñoz Ledo: las directrices de su pensamiento político

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Saúl Escobar Toledo

SemMéxico, Ciudad de México, 13 de julio, 2023.- La reciente partida de Porfirio Muñoz Ledo ha motivado, y seguramente lo hará en los próximos días, un gran número de notas y artículos. Destacarán sus aciertos y sus incongruencias; sus frases notables; su quehacer político;  y su paso por diferentes partidos.

Tuve la oportunidad de conocer y platicar varias veces con Porfirio desde la fundación del PRD en 1989. Creo que sus obsesiones políticas fueron fundamentalmente tres: la reforma del Estado y la democracia; la política internacional; y los asuntos laborales. En este último aspecto tuve con Muñoz Ledo los peores desacuerdos y, al mismo tiempo, algunas coincidencias. Ello se debió a que, cuando fue secretario del Trabajo con el presidente Echeverría, combatió a la Tendencia Democrática del SUTERM y a varios sindicatos independientes. Posteriormente, ya fuera del PRI, aceptó haber sido parte del sistema y su responsabilidad en esos asuntos, aunque, al mismo tiempo, presumía de haber pactado con las centrales obreras (y Fidel Velázquez a la cabeza de ellas) aumentos salariales “sin precedentes” y diversas reformas en materia laboral. Desde luego, como dirigente del PRD se manifestó en favor de un sindicalismo democrático e independiente.

En cuanto a la política internacional, su experiencia en las Naciones Unidas le permitió conocer a diversos personajes notables y tener una visión muy amplia de los fenómenos mundiales. Casi desde la fundación del PRD, propuso y logró que el entonces nuevo partido se adhiriera a la Internacional Socialista (IS), organización con la cual creía tener las mayores coincidencias. Curiosamente, este paso no fue sencillo ya que el PRI era miembro de la IS y objetó la incorporación del PRD. Finalmente, después de un tiempo más o menos breve, el partido del sol azteca fue admitido con plenos derechos. Porfirio participó activamente en las reuniones de la IS durante más o menos dos décadas.

Lo anterior me permite afirmar que Muñoz Ledo se propuso ser, esencialmente, un socialdemócrata contemporáneo, es decir un político que se inspiraba en el pensamiento de personajes como Willy Brandt e incluso Felipe González. Su visión del mundo y de México estuvo basada en valores e ideas que, desde la posguerra,  ha defendido esta corriente política. Aunque algunas posturas pueden explicarse por su ambición por el poder, en el fondo lo guiaba una filosofía política basada, sobre todo, en las experiencias de los gobiernos que ha encabezado la socialdemocracia europea. De esta manera, Muñoz Ledo siempre se mantuvo alejado del marxismo y los partidos comunistas. Incluso, no se veía muy entusiasmado con las agrupaciones y liderazgos de izquierda que surgieron en América Latina a finales del siglo pasado como el de Lula en Brasil; se identificaba,  en cambio, con gobernantes y partidos de indudable adhesión socialdemócrata como el de Ricardo Lagos en Chile. No simpatizó, por lo tanto,  con las posturas anticapitalistas de la insurrección del zapatismo chiapaneco, aunque alegaba defender, desde su punto de vista,  las autonomías de los pueblos indígenas y su pleno reconocimiento en la Constitución como parte del gran proyecto de la reforma del Estado que propugnó desde su rompimiento con el PRI.

Sin duda, para Muñoz Ledo, este asunto, la reforma del Estado en México fue, de las tres preocupaciones mencionadas, la más intensa, y la que dominó casi todos sus discursos,  polémicas y escritos.

Una muestra de su pensamiento en esta materia se puede encontrar en la ponencia que presentó a finales del siglo pasado, en 1997, en la ciudad de Xalapa, Veracruz, acerca de la “transición mexicana”. En esa ocasión, Porfirio afirmó: “Transición democrática es el paso de un sistema político autoritario a un sistema político democrático, es un tránsito político… (y, por consiguiente,) pacífico”. En esto, señalaba, se diferencia con las revoluciones, “las cuales no siempre llevan a la democracia, aunque lo pretendan…”. Y agregaba que, “desde hace 25 años (es decir, el último cuarto del siglo XX) en todo el mundo se están llevando estos procesos de cambio pacíficos”. Por lo tanto, añadía, observamos “un agotamiento de las edades de las revoluciones”.

De acuerdo con este visón, Porfirio consideraba que “las primeras transiciones democráticas se dieron en la Europa mediterránea a mediados de los 70’s”, y enumeraba los casos de Portugal, España y Grecia. Luego ponía los ejemplos en América Latina y el fin de las dictaduras militares: Brasil, Argentina, Uruguay y, por supuesto Chile. Un ejemplo notable, decía, fueron  “las transiciones democráticas de Europa del este, la caída del muro de Berlín, y el paso de los regímenes comunistas a regímenes democráticos”. Y sintetizaba: “más de 35 naciones han pasado del autoritarismo a la democracia en los últimos 20 años” y reiteraba, “ por la vía pacífica”. Ahora, agregaba, es el turno de México.

En el caso de nuestro país, Muñoz Ledo aseguraba que la transición se había iniciado ya en 1997 cuando la oposición (PRD y PAN, principalmente) ganó la mayoría en la Cámara de Diputados, lo que permitiría un “mayor equilibrio de poderes”.  Porfirio afirmaba, en esa alocución,  que el sistema político mexicano  “es un autoritarismo muy eficaz, un sistema de poder vertical,  autoritario, y un sistema de ficción política porque… la autoridad presidencial y el control del conjunto del sistema por un partido hegemónico, vaciaban y siguen vaciando… el funcionamiento del sistema constitucional”.

Al mismo tiempo,  advertía que, aunque las transiciones habían sido pacíficas, no estaban exentas de hechos violentos, como en México, donde “nos han matado 500 militantes del PRD”. Sin embargo, reiteraba, no se va a tomar el poder “con las metralletas” sino por medio de las elecciones. Lo anterior, suponía necesariamente pactos y compromisos entre todas las fuerzas políticas. Estos pactos estaban condicionados por otros dos factores: “clima internacional favorable” y, sobre todo, “una emergencia ciudadana”. Debido a lo anterior,  aseguraba, la movilización que surgió en 1988 “estableció las bases de la transición mexicana”.

Porfirio insistía en que se debía “privilegiar la transición democrática, por encima de cualquier otro objetivo partidario”. Por ello, recomendaba “no provocar la ira de las fuerzas del mercado, no ir a una confrontación por la confrontación con el gobierno, no se trata de eso, de provocar un caos económico, pero si acumular la fuerza suficiente y la capacidad de diálogo para que los cambios se den”. Muñoz Ledo consideraba que la reforma electoral que se había logrado un par de años antes ya garantizaba una contienda electoral más equilibrada y estaba listo el terreno para la derrota del PRI en la contienda por la presidencia de la república lo que, en efecto, sucedió en el año 2000.

Estas ideas pueden explicar, en su momento, sus desacuerdos con Cuauhtémoc Cárdenas y un sector del PRD (del que formé parte); su apoyo a Fox; su abierta oposición al desafuero de López Obrador; su insistencia, por encima de cualquier otra cosa, de llevar a cabo una reforma del Estado, y completar la “transición democrática” del país. Y, en los últimos años sus divergencias con Andrés Manuel al acusarlo de romper el equilibrio entre los poderes de la Unión con un “hiper presidencialismo”.

En el tumulto de sus discursos, entrevistas y declaraciones; en su obra escrita; y en sus labores políticas, algunos encontrarán ideas inconexas o posturas contradictorias. Sin embargo, si se observa con más cuidado, se puede detectar una línea de pensamiento que mantuvo hasta el final.

Hoy, que ya no contaremos con sus palabras, deseo reiterar mi admiración y estima a Porfirio. Estas líneas sólo han querido resaltar que perdimos a un pensador distinguido, a un orador admirable, a un actor político principal en la historia mexicana de las últimas décadas, y para muchos, un amigo con quien debatir, conscientes de que la crítica y la discrepancia enriquecen nuestra visión del mundo.

saulescobar.blogspot.com

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