A las trabajadoras sexuales se les acusaba de propagar la epidemia del VIH, en los años noventa. La realidad es que fueron grupos de mujeres que iniciaron una cruzada por la cultura de la prevención y la educación sexual
Ximena Natera/ Pie de Página
SemMéxico/Chiapas Paralelo. Ciudad de México. 12 de agosto 2019.- “Aprendí a cuidarme antes de cuidar a otros”, dice Beatriz, de 53 años, quien a los 18 se inició en el trabajo sexual de las calles de la Ciudad de México.
Entonces, dice, “estábamos muy desprotegidas, nadie usaba condón y yo caí en la drogadicción”. Pero ha pasado el tiempo. Beatriz es promotora de salud sexual desde hace más de 25 años. Para hacerlo se ha capacitado en hablar a otros de la importancia de llevar una vida sexual segura.
Su primer acercamiento al tema fue a través de la organización Brigada Callejera de Apoyo a la Mujer “Elisa Martínez”, que defiende los derechos humanos y laborales de las trabajadoras sexuales.
“Se acercaron para hablarnos de que necesitábamos cuidarnos y poco a poco me fui acercando, empezaron a jalarme y tomé talleres de educación sexual”
Años después, cuando Beatriz dejó las calles, quedó cercana a la organización y desde entonces dedica parte de su tiempo a difundir información entre los grupos más vulnerables: trabajadoras sexuales, amas de casa y jóvenes.
Las “culpables” de VIH
En el contexto del trabajo sexual, una promotora de salud es una “mujer biológica o trans que se hace responsable, primero, del autocuidado. Después debe promover el uso del condón entre sus clientes y sensibilizarlos de la responsabilidad que tienen en transmisión de virus como el VIH”. Así lo explica María de la Cruz, activista y representante de una asociación feminista de Orizaba, Veracruz que atiende trabajadoras sexuales desde los años noventa. Esto es, durante el pico más alto de la epidemia del VIH.
La epidemia de VIH se encuentra en el país desde 1983. Los ayuntamientos, cuenta María, señalaban a las mujeres como el foco de infección, “se les cargaba en las espaldas toda la responsabilidad”, dice.
“Hay casos donde sexoservidoras que tenían VIH se hacían públicos en los periódicos, con nombre y fotografía, en primera plana”. María describe esos años como una verdadera cacería, donde las mujeres vivían bajo constante acoso y abuso de la policía.
A lo largo del país, pequeños grupos de trabajadoras sexuales se capacitaron para difundir entre sus compañeras información valiosa. Pero pronto la demanda de este tipo de conocimiento llegó desde diferentes grupos.
Brigada a las escuelas
“Las mismas trabajadoras nos empezaron a decir, mira hay que ir a las escuelas de nuestros hijos, a las prepas, en mi pueblo, etc”, explica Rosa Icela Madrid, miembro de Brigada Callejera y directora del proyecto de las condonerías, espacios especializados en educación sexual.
“Que ellas sean las promotoras de salud ayuda a romper el estigma que dice que esta población es la culpable de propagar enfermedades”, dice María de la Cruz.
Hoy en día, las promotoras son trabajadoras sexuales, pero también amas de casa y estudiantes. En Brigada Callejera se han enfocado a atender a poblaciones rurales en todo el país.
Las jóvenes, en riesgo
“Hay que partir del “yo me amo”, porque el índice más grande de mujeres infectadas con VIH son amas de casa y estudiantes”, dice Beatriz. Uno de los grandes problemas que enfrentan las promotoras es que mayoría de las personas tiene preconceptos erróneos de esta y otras enfermedades.
Las estadísticas publicadas por la Clínica Especializada Condesa, un espacio de salud pública que atiende VIH, respaldan lo dicho por Beatriz: Casi el 80 por ciento de las mujeres infectadas con el virus la adquirieron de su pareja.
Se calcula que, en México, hay por lo menos 220 mil personas con el virus. De éstas, el 17 % estarían concentradas en la capital.
Un dato alarmante es que los índices de infección han aumentado en la última década, y las mujeres jóvenes son el grupo más vulnerable.
Un asunto de educación
Para Beatriz, la batalla verdadera está crear en una cultura de autocuidado: “meterle en la cabeza a las mujeres que es su responsabilidad y derecho cuidar su salud sexual, de nadie más.”
La experiencia le ha enseñado que el momento fundamental para hablar de educación sexual es la pre-adolescencia, darles herramientas para entender los cambios físicos y emocionales que se vienen.
“Hablarles que la necesidad de explorar tu cuerpo es normal. Que no se sientan mal por explorarse. Enseñarles la diferencia de sensaciones, cuando tú estás cómodo y cuando no. Que puedan detectar abuso”
“Las niñas crecen escuchando que son unas impuras por pensar en su sexualidad. Esto no las deja explorar su sexualidad seguras, y lo que pasa es que lo hacen por debajo del agua. Entonces aprenden de sus compañeros igualmente desinformados. Ahí empiezan las prácticas de riesgo, ceder a las presiones, la escalada de violencia”. Esto, dice Beatriz, muchas veces define permanentemente su relación con la sexualidad.
“Nosotras intentamos luchar contra esa cultura, llegar a este tipo de personas, para que tengan conciencia de su sexualidad. Si tú vas a hacer algo, que estés consciente de los riesgos y que puedas protegerte.”
Es una absoluta rebeldía que el grupo más estigmatizado por su relación con el sexo lidere la lucha por una vida sexual saludable y libre de violencia.
Políticas públicas y espacio privado
De cierta forma, Beatriz entiende la ausencia del Estado y las escuelas en el tema.
“El gobierno tiene que hacerse responsable de esto pero es un tema que divide mucho a los padres. Hasta los maestros tienen problemas para hablar de esto, hay muchos padres que se espantan, mucho tabú, ¡¿Como le vas a hablar de sexualidad a mi hijo, porque eso me corresponde a mí?! Pero ellos no lo hacen y sus hijos se ponen en peligro y ponen en riesgo a otros.”
Explica que para ellas, como promotoras de salud, como trabajadoras sexuales, es más fácil abrir pequeños espacios porque no son parte de las escuelas, ni de las comunidades.
“Damos a los jóvenes un mensaje y a ellos se les queda una espinita, aprenden que sí hay información y donde pueden encontrarla”.
No son improvisadas
Para ser promotora de salud, las mujeres deben cursar talleres complejos de educación sexual, atención psicológica, biología, etc. El proceso puede llevar hasta un año, además se requiere constante actualización y perder el miedo a hablar en público.
“Es una forma de empoderar a las muchachas, desde mi propia experiencia, había momentos en que yo en mi drogadicción accedía a tener prácticas de riesgo, no entendía bien los daños… es constancia, protegerte a ti y enseñar lo mismo”, dice Beatriz.
Empoderamiento sexual
A veces lo más difícil es convencer a las trabajadoras sexuales que tienen el derecho y la habilidad de convertirse en una autoridad sobre el tema.
“Hay muchas chavas que sienten que no pueden hacer esto porque no tienen educación. A muchas, hablar de sexualidad les cuesta trabajo, si todavía sienten vergüenza porque se dedican a esto. Es difícil pararse frente a muchos y explicarle a los demás que se tienen que proteger, si apenas se cuidan ellas”, dice.
“Hay que empezar por: ‘¿Sabes cuáles son tus derechos?’, ‘¿ya te fuiste a checar?’, ‘¿cómo te cuidas con tu pareja?’; o ‘aquí puedes conseguir condones’; ‘ten cuidado de los padrotes’; ‘vete a hacer tu papanicolau’; ‘ven, va a haber una charla de salud’.”
Pero esto no debería ser exclusivo de las trabajadoras sexuales. “Hablo de esto con todas las mujeres que están en mi vida, las que me encuentro en el metro, amigas…”.
Para ella, lo ideal sería incorporar la seguridad como una parte integral de la práctica erótica. “Desbloquear ese chip de obligación y pensar que lo disfrutas más porque ya no corres el riesgo de obtener una infección”.
–El condón, por ejemplo, ¡cómo ha costado! Pero se puede: un poco de convencimiento, ‘mira, papi’, ya sabes, coqueteo, negociación y educación. Explicarles por qué”.
–¿Y si se estanca la negociación?
–¡A la chingada, yo sí me quiero!