- Es posible que las pequeñas figuras de las mujeres no solo hablan de diferencia: maternidad, fertilidad y sexualidad
- Pueden relacionarse con los primeros pasos de la producción textil o de la cestería.
Carolina Martínez Pulido
SemMéxico/Mujeres y Ciencia, 24 de septiembre 2021.- Las pequeñas tallas femeninas procedentes del Paleolítico Superior han generado un monumental cuerpo de literatura que ha incluido discutidas teorías sobre su papel de diosas, símbolos de la fertilidad y maternidad, o bien su función de objetos eróticos. Curiosamente, muchos de los estudiosos que con tanta meticulosidad las analizaron, aparentemente no advirtieron que algunas de ellas presentan señales de llevar ropas o adornos corporales.
Sin embargo, una detallada observación de las pequeñas tallas, apoyada en el uso de los métodos y técnicas más modernos, ha desplazado en no pocos debates el foco de atención desde la desnudez de las imágenes a la presencia de posibles, aunque sutiles, vestimentas o adornos. Lo interesante de estos ornamentos, dispuestos en la cabeza o en otras partes del cuerpo, es que dan la impresión de estar delicadamente tejidos con finas cuerdas o fibras. Y si así fuera, tendrían un considerable significado porque podrían estar relacionados con los primeros pasos de la producción textil o de la cestería. La pregunta vibra en el aire: ¿Serían las mujeres paleolíticas capaces de tejer los primorosos adornos que lucen?
La respetada profesora de Arqueología y Lingüística del Colegio Occidental de los Ángeles Elizabeth W. Barber ha sido una de las primeras investigadoras en registrar la presencia de objetos tejidos en las estatuillas. Además, esta experta pionera ha defendido durante décadas la necesidad de interpretar tales objetos con el máximo rigor posible. Cuando Barber estudió las pequeñas figuras, en vez de dedicar su atención a las tantas veces analizadas y discutidas proporciones del cuerpo (tamaño de los pechos, las caderas, detalles del sexo, etc.), optó por concentrarse en algo que llamó profundamente su atención: los gorros, bandas en la cintura o en el pecho, faldas de cuerdas y otras formas de decoración que algunas lucían.
En el año 1994, Elizabeth W. Barber expuso ante la comunidad de expertos que numerosas estatuillas portaban algún tipo de ornamento trenzado a partir de fibras vegetales. Se trataba de una idea un tanto insólita, porque en el contexto de la arqueología del momento se daba por hecho que los humanos no inventaron el tejido hasta después de abandonar la vida nómada y establecerse en villas agrícolas permanentes con plantas y animales domesticados. Y estos acontecimientos tuvieron lugar en distintos territorios del mundo en el Neolítico, hace unos 8.000 años: una vez sedentarios, se suponía que nuestros antepasados pudieron desarrollar tecnologías como la cerámica o los textiles. Sin embargo, las estatuillas paleolíticas tienen edades que oscilan entre 15.000 y 35.000 años y por tanto, ante la idea de que ellas lucieran supuestos tejidos, la opinión generalizada sentenciaba que «nadie podría tejer textiles tan complicados hace tanto tiempo». Esta era la principal razón por la cual el tema apenas se había analizado en profundidad.
En contra del criterio dominante, sin embargo, Elizabeth Barber optó por investigar el asunto. Emprendió un meticuloso trabajo cuyos resultados le confirmaron una y otra vez que la gente del Paleolítico Superior ya sabía utilizar fibras vegetales. La estudiosa pasó a ser una científica de vanguardia, al proponer, con datos en la mano, que el origen de la tecnología textil era notablemente anterior al Neolítico. Centrando la atención en los textiles, que por lo general se han considerado principalmente productos de la actividad femenina, Barber propuso nuevas perspectivas sobre la vida de las mujeres prehistóricas, su trabajo y sus valores.
De hecho, hasta aquellos años las descripciones de las pequeñas tallas se habían limitado a indicar que algunas presentaban un peinado muy complejo. Así por ejemplo, en relación a la figura de Willendorf, el profesor de Historia del Arte Christopher Witcombe enfatizaba que si se presta atención a su perfil, la célebre escultura parece mirar hacia abajo, con la barbilla inmersa en el pecho y el pelo enrollado alrededor de la cabeza, mostrando un elaborado peinado. De todos modos, este autor no ocultó su extrañeza al considerar «extremadamente raro» que un artista paleolítico prestase tanta atención al pelo de la figura que ha tallado, y por ello sugería que un tocado tan meticuloso debía tener algún significado.
En 1998, el arqueólogo James Adovasio y la antropóloga Olga Soffer, tras una minuciosa inspección del peinado de la estatuilla de Willendorf, llegaron a la conclusión de que su «cabello» era en realidad un gorro tejido, una especie de cofia tan cuidadosamente trenzada que les hizo pensar que en el Paleolítico Superior podría haber existido una extendida tecnología de la fibra. Idea que se ha visto corroborada porque la talla de Willendorf no es la única que parece llevar un gorro tejido. La estatuilla de Brassempouy o Dama de la capucha, por ejemplo, es otra célebre figura cuya cabeza da la impresión de estar cubierta por algún tipo de redecilla o tocado para el cabello.
Los adornos aparentemente hechos de fibras, sin embargo, no se limitan, como decíamos más arriba, a la cabeza. También los hay corporales, como los de algunas tallas que presentan cinturones de los que cuelgan cuerdas. Es lo que se observa por ejemplo en la estatuilla de Lespugne, cuyas amplias caderas muestran en la parte posterior una serie de canales muy marcados que parecen una falda, consistente en once fibras unidas a una cuerda basal que sirve de cinturón. La sogas cuelgan del cinto y están tan escrupulosamente talladas que no sólo se aprecia el retorcido de las fibras, sino incluso como pierden su trenzado y se deshilachan hacia el extremo final.
En el suroeste de Rusia y en Ucrania, en las proximidades del mar Negro, se han hallado numerosos restos arqueológicos. Entre ellos, en una región llamada Kostenki, se han encontrado literalmente docenas de figurillas que muestran marcadas similitudes entre ellas y con las del resto de Europa. Algunas están completamente desnudas, pero otras presentan prendas de vestir y adornos en la cabeza. También se ha hallado un fragmento más bien grande (13,5 cm) de piedra caliza, con un prominente ombligo y unas manos cuyas muñecas portan brazaletes. El análisis de estos ornamentos ha contribuido a consolidar la idea de que la gente del Paleolítico tenía capacidad para tejer ropas, redes o cestos con fibras vegetales (Soffer et al., 2000).
Por otra parte, en el año 1993, salió a la luz un trabajo que exponía que en la República Checa, concretamente en Dolni Vestonice, se habían hallado algunos trozos de arcilla cocida muy antiguos, de una edad comprendida entre 24.000 y 28.000 años. Estos restos conservaban en su superficie unas curiosas impresiones de difícil interpretación. Tras diversos análisis, los especialistas sugirieron que los fragmentos de arcilla hallados podrían corresponder a fracciones de suelo que mostraban huellas o impresiones de lo que parecía una cesta tejida con fibras finamente retorcidas.
Hoy se interpreta que sobre ese antiguo suelo se pudo depositar algún tipo de objeto, como sacos, bolsas, cestos o alfombras, tejidos a partir de materiales extraídos de plantas silvestres y que dejaron su huella. Si esta conclusión fuera correcta, contribuiría a consolidar la idea de que los habitantes de aquella zona ya sabían tejer fibras vegetales.
El hallazgo es importante porque hace retroceder en unos 15.000 años la fecha formalmente admitida por los expertos de las primeras señales de cestería o de textiles. Una vez más, surgen señales que sugieren que la capacidad para aprovechar las estructuras vegetales se remonta a muy atrás en la historia de la humanidad. Además, los análisis realizados con métodos modernos en las marcas detectadas en esos supuestos fragmentos de suelo, parecen revelar conocimientos de variados estilos de retorcer y entrelazar hilos, algunos de los cuales incluso han perdurado hasta el presente.
La tesis que sostiene que el aprovechamiento de las fibras vegetales con diversos fines es muy antiguo, se ha visto también reforzada por un hecho significativo. Numerosas herramientas procedentes del Paleolítico Superior, que hasta hace poco parecían tener una dudosa utilidad y se les había prestado poca atención, ahora, bajo la luz de la nueva perspectiva, pueden entenderse mucho mejor: se trata de los utensilios empleados para tejer.
No son pocos los estudiosos que han subrayado, con notable asombro, que, por la misma época en que unos grupos humanos comenzaban a realizar las primeras pinturas en las paredes de las cuevas del sur de Europa, otros, en el este del continente, estaban produciendo los tejidos más antiguos conocidos. La humanidad florecía entonces con una próspera creatividad que brotaba en distintas partes del viejo continente.
La arqueología de género, que se ocupa de recuperar a la mitad femenina de las poblaciones antiguas, cuenta con numerosas expertas y expertos que han subrayado al respecto el escaso rigor que implica suponer que las mujeres se mantuvieron pasivas contemplando, por ejemplo, el nacimiento de la cestería o que arrastraran igual pasividad ante la creación del maravilloso arte paleolítico. Una de las pioneras, la prestigiosa Margaret Conkey, ha señalado: «No podemos interpretar el material acumulado durante miles años afirmando que todo él está relacionado con actividades masculinas.»
Referencias
- Barber, E. W. (1994), Women’s Work: The First 20,000 Years, New York: Norton.
- Jennett, K. D. (2008), Female figurines of the Upper Paleolithic, Texas San Marcos.
- Martínez Pulido, C. (2012), La senda mutilada: la evolución humana en femenino. Biblioteca Nueva. Madrid.
- Soffer, O., Adovasio, J. M, y Hyland, D. C. (2000), «The “Venus” Figurines: Textiles, Basketry, Gender, and Status in the Upper Paleolithic», Current Anthropology 41, págs. 511-537.
Sobre la autora
Carolina Martínez Pulido es Doctora en Biología y ha sido Profesora Titular del Departamento de Biología Vegetal de la ULL. Su actividad prioritaria es la divulgación científica y ha escrito varios libros sobre mujer y ciencia.