Marcela Eternod Arámburu
SemMéxico, Cd. de México, 19 de febrero, 2022.- En el siglo XIV, cuando todavía no se inventaba la imprenta (el alemán Johann Gutenberg la inventó en 1440 utilizando los denominados “tipos móviles”), los libros se hacían a mano y era costumbre ilustrarlos con bellísimas imágenes diseñadas por los iluminadores que, no solo eran expertos en mezclar colores, sino sobre todo en diseñar y elegir las imágenes más adecuadas para ilustrar un texto.
En ese contexto se entiende que cada ejemplar resultaba único, aunque se insistía en que eran copias idénticas, porque dependían de diferentes ilustradores y de tener a mano las materias primas para elaborar los colores. Además, el número de copias dependía de los recursos de cada autor o mecenas, quien con frecuencia incidía sobre los contenidos de cada libro, reservándose el derecho a la censura o al plagio, sin ninguna consecuencia.
En el último tercio de ese siglo XIV, en la poderosísima República de Venecia, nace Christine de Pizan, una más de los cientos de mujeres condenadas al olvido que han sido redescubiertas por el feminismo académico, deconstructor e inquisitivo que tanto ha trabajado para rescatar de la desmemoria patriarcal a las mujeres, sus historias, aportaciones y talentos.
El nacimiento de Cristine de Pizan (1364), pocos años después de la terrible epidemia de la peste que dejó una huella profunda en su padre y en sus concepciones, sobre todo en las esferas religiosa, social, cultural y política, contribuyen a explicar, al menos en parte, su cuidadosa educación. A lo anterior, hay que añadir, que después de la victoria de los venecianos sobre los genoveses (Tratado de Paz de Turín, 1381)), fue posible la enorme expansión e influencia de Venecia y su hegemonía en el Mediterráneo.
Christine de Pizan fue hija de un destacado canciller de la República de Venecia, que además se desempeñaba como médico, astrólogo, alquimista, consejero y notable, invitado a vivir en la Corte de Francia, cuando su hija era una niña. Por eso, Chistine se considera más francesa que veneciana.
Ya en Francia, su padre se empeñó en que Christine recibiera una sólida instrucción y mantuviera relaciones con los avanzados intelectuales italianos, particularmente los venecianos, para ampliar su visión del mundo, lo que le permitió escapar de las tareas domésticas a las que estaba condenada por su sexo.
Vivió bajo la protección del rey Carlos V (el de Francia no el de España) donde sus inquietudes e intereses intelectuales, sorpresivamente solo resultaron curiosos. Fue en Francia donde tuvo acceso al denominado “Archivo Real”, biblioteca que guardaba una extensa provisión de manuscritos que le permitieron descubrir a mujeres notables y escribir, en parte, la que fue la más divulgada de sus obras: La ciudad de las mujeres.
La biografía de la Pizan presenta a una mujer excepcional en varios aspectos. Primero, al parecer tuvo un matrimonio de corta duración, pero feliz, algo excepcionalmente raro en esa época. Segundo, una vez viuda, con 25 años y escasos recursos, decidió ser escritora y aceptó el mecenazgo de la corte francesa. De esta época son la mayoría de sus poemas, canciones, romanzas y baladas con los que pudo mantenerse y criar a sus hijos. Tercero, se convirtió en biógrafa de Carlos V y además escribió Los hechos y buenas maneras del prudente rey Carlos V. Cuarto, fue una escritora leída y respetada sin enmascararse como varón. Quinto, logró escribir una vasta obra que todavía hoy perdura y a la que podemos acceder.
Pero, lo más asombroso de su biografía fue su publica y lúcida defensa de las mujeres ante la brutal y generalizada opinión masculina expresada por Jean de Meung que afirmaba que todas las mujeres “… son, fueron o serán putas por acción o por intención”. Ante comentarios tan amables, respaldados por la iglesia católica que culpaba a las mujeres de todos los males del mundo, se alza la voz de Christine de Pizan quien muestra en su libro La ciudad de las mujeres no solo que a lo largo de los tiempos hubo mujeres notables, sino que además a esas mujeres las acompañan, entre otras virtudes, la razón, la rectitud y la justicia.
En el libro de Pizan aparecen Nicula, Fredegunda, la reina Blanca, Semiramis, la Duquesa de Anjou, Cornificia, Nicostrata, Pentisilea, Artemisa (reina de Caria), Zenobia, Medea, Circe, Casandra, Pénelope, Judith, Ruth, Rebeca, Esther, Proba, Safo, Mantoa, Ceres, Isis y Gaya Cirila, entre otras muchas. Presentadas para desmentir las acusaciones de que las mujeres son las más perversas de las bestias y que por ello no merecen la más mínima consideración.
Es cierto que cuesta trabajo leer la obra de Christine, su lenguaje, ritmo y sintaxis son del siglo XIV y por más esfuerzos que se hagan en las traducciones, seguirán siendo así. Es indudable su cercanía con la nobleza francesa y su pertenencia a una clase privilegiada donde ella destaca por su erudición y capacidad argumentativa. En una Europa analfabeta y supersticiosa, controlada por la misoginia y un patriarcado aterrador y omnipresente, debió ser asombrosa.
Christine de Pizan escribió su visión de las mujeres, debatió con conocimiento sobre los nulos derechos que éstas tenían, abordó las consecuencias de su exclusión de la educación, polemizó sobre su absurda satanización y defendió a las mujeres como grupo frente a la sarta de mentiras y acusaciones de los más exaltados. Se expuso con honestidad ante los otros con su esbozo biográfico: La visión de Christine, donde contestaba a sus difamadores, burlones e impresentables detractores. En síntesis, una mujer fuera de serie, cuyos textos hoy tienen que ser vistos como extraordinarios para su época e indispensables para entender que las mujeres, notables o no, siempre han estado ahí, y nos corresponde a nosotras, sacarlas del olvido a las que se les ha condenado.
Y para finalizar, les sugiero seguirle la pista a una editora joven que se ha sumergido en este mar de olvido, rescatando textos con energía y pasión de mujeres extraordinarias. Se trata de la editorial Espinas, al frente de la cual está Alicia de la Fuente, que tiene el objetivo de rescatar del olvido a las autoras que por alguna sinrazón fueron ignoradas, excluidas o relegadas. Empezó con un librito extraordinario escrito por Ana Grigórievna Dostoyévskaya, la editora, biógrafa y esposa de Fédor Dostoievski, que dejo pendiente para próxima ocasión.