Vida y Lectura| IRENE VALLEJO MOREU

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Marcela Eternod Arámburu

SemMéxico,  Aguascalientes, 21 de noviembre, 2021.- En estos momentos en los que un buen número de académicos y especialistas se enfrentan, en México, al desprestigio sin argumentos, armados únicamente de su bagaje epistemológico y cultural, ante los embates de una ideología que cada vez muestra con mayor cinismo la ferocidad de las creencias que los impulsan, ha tenido una amplia difusión un ensayo, desde mi óptica sobresaliente, que afortunadamente está convenciendo a muchas personas por la calidad y calidez de su factura.

Se trata del texto que escribió recientemente una relativamente joven filóloga española, “El infinito en un junco”, que ha recibido una inusitada atención por parte del público en general, de los y las lectoras comunes y corrientes que encuentran tranquilidad y placer en la lectura. También se trata de un ensayo premiado con un reconocimiento nacional que día con día tiene más lectores, cuyo veredicto es que es la mejor historia de “el libro” que han leído. El hecho es destacable porque, a diferencia de las novelas y los cuentos, los ensayos son considerados como más aburridos o de difícil lectura, aunque se reconozca que son minuciosos, precisos y documentados.

La filología es una disciplina que se centra en las palabras, los vocablos, la manera en cómo se usaban, cómo han evolucionado y cómo se combinan para hacer posible que fluya un lenguaje lleno de contenidos y significados, sin olvidar los contextos y las circunstancias. En general se acepta que la filología es el estudio de los textos, es la interpretación (hermenéutica) del lenguaje en todas sus manifestaciones, el cual por su propia naturaleza se basa en los textos de todo tipo que permiten seguirle la pista a las palabras y sus cambiantes significados.

La filología se ensambla con esferas tan amplias como la literatura, la lingüística, la gramática, la retórica, la historia y la geografía humana; y se especializa tanto como sea necesario para dar cuenta de la diversidad de las lenguas y sus múltiples vestigios a lo largo de la historia de cada una de estas culturas. Se acepta que los primeros filólogos surgieron en la tan renombrada como hoy inexistente biblioteca de Alejandría, que contó con suficientes recursos para proponerse obtener y salvaguardar todos los textos disponibles en el mundo en esos entonces conocido, toda la sabiduría del mundo.

Irene Vallejo aparece como una digna heredera de esos primeros filólogos, una filóloga completa que inicia su ensayo precisamente con esos enviados que cabalgan por todos los confines del mundo conocido, tratando de encontrar los manuscritos originales que les encomendó el bibliotecario en jefe de Alejandría. Su misión era encontrarlos —copiarlos, sustituirlos o robarlos— para llevarlos a la más grande biblioteca jamás concebida, con la noble misión de reunir y preservar lo que hasta ese momento había sido realizado por el género humano.

Haciendo un despliegue de erudición, pero de manera sencilla, accesible, siempre amable y con frecuentes toques de humor, Vallejo cuenta la historia de “el libro”, aderezada de muchas otras historias: reales, imaginarias o fabuladas; sumergidas en un mar de hechos verificables en torno a la gran aventura de documentar lo que pasaba o lo que alguien se imaginó que pasaba.

“El infinito en un junco” es un ensayo completo donde los conocimientos de los textos clásicos, medievales, renacentistas, modernos o contemporáneos, se entrelazan con la lingüística, la geografía, las artes, la historia y la imaginación en torno a un núcleo simplemente fantástico: la historia del libro, ese maravilloso invento que nos acerca a tantas cosas y nos cuenta a la humanidad en toda su compleja diversidad.

Irene Vallejo con este ensayo, rescata sin duda a la filología como una de las disciplinas que más nos pueden ayudar a ordenar, seleccionar y valorar los textos, a cribar el grano de la paja, y a leer considerando siempre el contexto subyacente, la historia, el momento, los usos, las costumbres y los vacíos y las incongruencias. Sin embargo, lo más destacable de su libro es que transmite entusiasmo y gusto por su lectura.

El ensayo de Vallejo Moreu logra — mientras nos narra la historia del libro desde sus antecedentes en tablillas de arcilla, papiros, pergaminos, etcétera—, interesarnos por el asombroso invento de los alfabetos, por el papel de las mujeres como las grandes “tejedoras de historias”, por los autores clásicos (griegos, romanos, fenicios); por el surgimiento de las bibliotecas, por la obligación de preservar, pero sobre todo por el enorme placer del descubrimiento y por la posibilidad de entender el pasado.

Quizá uno de los aspectos más interesantes de este ensayo es que logra convencernos de que los clásicos son tan actuales como las series adictivas que inundan las plataformas digitales y que la lectura de Homero o de la Eneida puede ser tan entretenida como la trilogía de Millennium de Stieg Larsson y su excéntrica heroína Lizbeth Salander.

En síntesis, un ensayo que se lee como novela, que simplemente resulta delicioso por la maestría con la que se hilvana el pasado con nuestro presente y lo histórico con lo cotidiano. Un libro donde la autora logra envolvernos en su evidente adoración por los libros, pasión por la lectura y amor sin condiciones ante una de las creaciones más increíbles de la humanidad: la literatura.

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