Marcela Eternod Arámburu
SemMéxico, Aguascalientes, 13 de febrero del 2023.- En el parque central de Tehuantepec, sosteniendo en la mano izquierda un libro abierto por la mitad, con el cabello en un chongo, vestida como marcaba el canon de la modestia decimonónica y con el semblante firme y ligeramente adusto, se encuentra el monumento de Juana C. Romero, ilustre hija de la ciudad, a quien en el centenario de su muerte (2015) el gobierno de Oaxaca y el municipio tehuantepecano reconocieron como insigne benefactora.
Desde cuál fue su verdadero nombre, si Catarina o Catalina, la vida de esta mujer está llena de incógnitas, leyendas, mitos, juicios lapidarios y alegres difamaciones por parte de amistades y enemigos/as. Su leyenda la hace santa y pecadora, generosa y explotadora, una diabla voraz y una devota cristiana. Su leyenda la construyeron decenas de personas; algunas osadamente escribieron sobre ella de oídas, otras no se preocuparon por narrar los hechos, sino que abundaron en sus opiniones, y la mayoría adornó su historia con esas certezas que tanto agradan a oyentes o lectoras, pero que carecen de al menos una pincelada de verdad.
A la par de las muchas historias locales y regionales que cuentan la vida de Juana Catarina como les da la gana, atribuyéndole poderes mágicos, amores tormentosos, negocios turbios, excentricidades y demás lindezas, hay un esfuerzo realmente notable de una historiadora norteamericana que, basándose en una cuidadosa búsqueda de información veraz, con innumerables datos rescatados de archivos parroquiales, libros notariales, entrevistas, cartas, periódicos de la época, testamentos, inventarios, estudios muy diversos (realizados por muchas personas extranjeras, con distintas especialidades, sobre el Istmo de Tehuantepec, para ver la factibilidad de unir los dos océanos o construir un ferrocarril), referencias de casas comerciales -nacionales y extranjeras-, y un erudito acervo de datos históricos verificados por distintas fuentes, revela la vida de Juana C. Romero. Este esfuerzo lo emprendió Francie Chassen-López.
Esta norteamericana, amante de Oaxaca e historiadora centrada en el siglo XIX, publicó “Mujer y poder en el siglo XIX. La vida extraordinaria de Juana Catarina Romero, cacica de Tehuantepec” en 2020. La tarea de escribir el libro le tomó más de tres lustros y en él presenta la vida de una mestiza zapoteca de origen humilde, analfabeta, siempre vituperada socialmente por ser hija de una madre soltera, vendedora de cigarros en su adolescencia, buena jugadora de cartas, etiquetada en su juventud como bruja por lo suelta que andaba. Fue espía e informadora del capitán Porfirio Díaz durante la guerra y amante de un imperialista que al morir le encargó a sus hijos y le dejó algo de dinero con el que empezó a construir una fortuna.
Juana Catarina, mujer libre, soltera, que escogió a sus amores y nunca tuvo hijas/hijos propios. Católica comprometida que creía en la educación de niñas y niños, aunque aprendió a leer y escribir a los treinta años. Curiosa, moderna, emprendedora, viajera, rompió los estigmas de su precaria cuna y, a base de trabajo, inteligencia y astucia, se transformó en una de las más prósperas comerciantes de la región, una valiente empresaria, una mujer notablemente rica a su muerte y una benefactora de Tehuantepec y sus habitantes.
También da cuenta del interés de ingleses, franceses, alemanes, italianos, españoles, norteamericanos y libaneses, entre otros extranjeros y extranjeras, por asentarse en Tehuantepec, así como de las y los chinos, filipinos, coreanos o jamaiquinos que llegaron para construir el ferrocarril. Con todas y todos comerciaba Juana Cata, con todas y todos hacía negocios, a muchos/as les prestaba, con otros tenía fuertes lazos de amistad o de enemistad. A todas y todos inquietaba que una mujer soltera participará en empresas modernas y exitosas, que importara y exportara, comprara maquinaria agrícola moderna, y pusiera en marcha una finca azucarera. Por este último negocio viajó a Cuba para aprender sobre su cultivo y, aprovechando que ya tenía la caña, elaboró finos aguardientes.
No hay que olvidar que el Istmo de Tehuantepec es una franja de tierra de 200 kilómetros que comunica el Golfo de México con el océano Pacífico. De ahí deriva el interés que Benito Juárez, Maximiliano y Porfirio Díaz tuvieron en esa región. Eso explica también las estrategias que desarrollaron los países extranjeros para conocer y asentarse en la zona. Y es en ese contexto que una mestiza zapoteca, hábil para el comercio, observadora y audaz, empieza a construir su fortuna, compra terrenos y casas, construye sus tiendas, vende y fía, presta con y sin interés, ayuda con las grandes obras religiosas o civiles, funda dos escuelas, se preocupa de la salud pública, reconstruye templos y parques, hace una amplia labor social y opina sobre todos los temas públicos.
Juana Catarina se movía a caballo y desplazaba sus mercancías en mulas (todavía no estaba el ferrocarril), estableció contactos comerciales en Oaxaca, Veracruz, Puebla y Ciudad de México.
Mantuvo una amistad con Porfirio Díaz, a quien conoció siendo capitán, y en quien se apoyó cuando la abrumó la fatalidad o el encono de sus detractoras, detractores y enemigos/as. Viajó a Inglaterra, Austria, Italia y Francia para conocer sus telas, hacer pedidos especiales de muselinas con sus propios diseños, escoger terciopelos, gasas y una variedad de géneros textiles para darle realce al traje de tehuana. Le interesó la modernidad, las herramientas agrícolas e industriales, la energía eléctrica y los teléfonos.
Es indicativo de la personalidad de Juana Catarina lo que narra Chassen-López sobre cómo enfrentaba sus pérdidas, cuenta que viajando por barco le robaron parte de los pesos de plata que llevaba, así aprendió a usar servicios financieros y bancos. Que cuando tembló en Tehuantepec se dio a la tarea de organizar a medio pueblo para su reconstrucción. O que cuando llegó a Tehuantepec la Revolución, ya vieja decidió no cerrar la tienda y ella misma despachaba; no solo abastecía a las y los revolucionarios, sino que les fiaba sabiendo que la deuda jamás sería pagada, lo que trasluce en que sabía aceptar pérdidas y derrotas.
Pero la deuda sí fue pagada. En 1915 cuando con 77 años y ya muy enferma se dirigía a la Ciudad de México buscando asistencia médica, murió en Orizaba. Las autoridades constitucionalistas extendieron a sus familiares un amplio salvoconducto para el transporte de su cuerpo a Tehuantepec en esos años tempestuosos. “El cuerpo de una porfirista declarada.”
En síntesis, un libro documentado y veraz, que desmiente mitos y leyendas sobre Juana Cata, exhibe a las y los mentirosos, y enfrenta a las y los historiadores desidiosos que solo imaginaron lo que les dio pereza investigar. Un libro que da cuenta de la vida de una mujer notable, que marcó toda una época en su natal Tehuantepec, aunque esta ciudad necesitó 100 años para rescatarla del olvido.