Marcela Eternod Arámburu
SemMéxico, Aguascalientes, 11 de marzo, 2024.-Después de cotidianamente leer las terribles noticias del mundo —cercano o lejano—, después de conocer las opiniones expertas y de recorrer el campo de batalla digital donde la ignorancia se expresa con mucha más potencia que la verdad, es indispensable buscar un antídoto, un remanso que encamine hacia la reflexión o que ilumine otras dimensiones del complejo acontecer. Cada vez que la realidad abruma con su crueldad e insensatez, se necesita un refugio donde se puedan serenar los sentimientos de desaliento y de impotencia que invaden a las personas. Ese refugio, para algunas, se encuentra en los libros. En esas palabras que integran una historia, que narran distintas realidades o imaginan tramas, mundos o disparates de mil otras maneras, decantadas por la subjetividad de quien escribe y que se convierten en una esfera protectora para quien se sumerge en ellos.
Natalia Levi Tanzi es una muy peculiar constructora de esas esferas. Conocida como Natalia Ginzburg, apellido de su primer marido, es una escritora italiana con poca difusión entre las y los lectores de habla hispana que, afortunadamente, está cobrando relevancia, gracias a la reedición de sus libros que están haciendo un par de editoriales españolas.
En 2018, Rodrigo Hasbún publicó en “Las palabras [Textos de ocasión]” una breve y tropezada semblanza de Natalia Levi: “Las grandes virtudes de Natalia Ginzburg”, donde afirma que lo más impresionante es la aceptación de la vida como ésta se presenta y su enorme capacidad para hacerse a un lado en sus libros para “que ellos se mostraran como eran: impredecibles y vulnerables y misteriosos”. Su voz desprejuiciada capaz de ver las cosas desde diferentes ángulos y escribirlas con una “inteligencia pura que se deshace de lo superfluo para hurgar en lo esencial”.
Cabe recordar que en 2016 se celebraron los cien años del nacimiento de esta autora (1916-1991) y que esto fue el detonante para rescatar su obra. Una obra caracterizada por hacer de lo cotidiano texto y contexto; desde lo íntimo y personal su estilo permite establecer una comunicación directa con quien la lee haciéndole sentir que está en una de esas conversaciones significativas que hoy son tan escasas; y de las grandes tragedias que rodearon su vida un telón de fondo —siempre presente— que no logró acabar ni con el amor, la amistad o la solidaridad, ni con su vocación o su peculiar manera de enfrentar la adversidad.
Y vaya si afrontó la adversidad. Ginzburg nació en los años de la Gran Guerra, vivió su infancia y juventud bajo el fascismo italiano (1922-1945) que, vale la pena recordar, en 1938 se declaró totalmente antisemita, aunque desde principios de los años 30 iniciaron los ataques contra esa comunidad en Italia, despidiendo a los judíos de la esfera pública, de las escuelas y universidades y de muchos empleos profesionales. Por ser hija y esposa de un judío, fue reubicada, vigilada y censurada en esos años, es decir, vivió con distintos miedos hasta que finalizó la Segunda Guerra Mundial.
Todo eso lo narra Ginzburg en “Léxico familiar”, donde la memoria, siempre ligada a la nostalgia, da cuenta del devenir de una familia antifascista y judía, bajo el yugo de Mussolini donde ella vivió su infancia, su adolescencia y su juventud. En una casa donde manda el padre, matiza la madre y todos los demás se defienden como pueden. Recuerdos de amigos, personalidades políticas y sociales, profesores prestigiados y un largo desfile de personajes que fueron cercanos a esa familia tumultuosa y que se describen con humor e inteligencia, ocupan páginas gozosas de leer.
Le sigue el desplazamiento forzoso de la familia recién creada por Natalia y Leone Ginzburg con sus tres hijos pequeños a Abruzos (En “Invierno en Abruzos” escrito previamente a “Léxico familiar”, la autora considera esa época como feliz, pero afirma que no se dio cuenta de ello hasta muchos años después). Para pasar a escribir sobre la muerte de Leone en 1944, encarcelado por los nazis en Roma en las tétricas cárceles de Regina Coeli, con solo 35 años, y narrar el horror de su partida.
“Léxico familiar” da cuenta, también, de los muchos y notables amigos de Natalia: Cesare Pavese, Italo Calvino, Giulio Einaudi, entre otros. De sus incondicionales amigas de siempre, de sus vecinos, de su vida de viuda joven con tres vástagos, de su intenso trabajo en la editorial Einaudi, donde escribía, traducía, editaba y recomendaba la publicación de textos. De su necesidad de escribir porque esa era su vocación, de sus obras de teatro, de su segundo marido, de los hijos que perdió y de lo que sucedió en su dramática y compleja vida, narrada con las palabras justas, no exenta de amor ni de calidez, pero consciente de las debilidades y defectos –de ella y de los demás—.
Escritora crítica, observadora y acuciosa; reflexiva, sincera y mesurada, es en esta novela donde entrelaza toda su vida. Una vida convulsionada por lo externo, pero fuerte, cohesionada e íntima en el entorno laboral, familiar y cercano. Se trata de una novela intensa, grata, conmovedora, precisa y reflexiva, para deleite de quien la lee.
Oriana Fallaci, otra italiana a la que hay que leer, no se dejaba cautivar por las personas a las que entrevistaba. Sin embargo, en algunas, muy pocas ocasiones, no pudo escapar del encanto con que algunas de ellas la impactaron. Este es el caso de Natalia Ginzburg que la cautivó con su timidez, con su voz, con su transparente sinceridad, su templanza y fortaleza frente a lo vivido; y con su enorme cultura; pero, por encima de todo, con su inteligencia y la exacta dimensión que le daba a lo íntimo y a lo personal para configurar, matizados, los contextos brutales en los que vivió.
“Léxico familiar” es una narración extraordinaria, para la que “Las pequeñas virtudes”, integrada por 11 textos escritos por Ginzburg entre 1944 y 1961, nos prepara y nos da pistas para entender su escritura, gestada en el silencio y la reflexión, analizada antes de convertirse en palabras y expresada con sencillez, veracidad y valentía.