Violencia simbólica, la base de todos los tipos de violencia

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Yanet Angélica Tamayo

SemMéxico, Querétaro, Qro. 15 de julio, 2021.- Hace unos días me congratuló saber que una mujer a quien reconozco y admiro por su inteligencia y capacidad de empatía en temas de impartición de justicia fue nombrada jueza, posición que fue bien obtenida por su larga trayectoria dentro del poder judicial.

Sin embargo, hubo un detalle que llamó particularmente mi atención, debido a una serie de comentarios derivados de la filiación que esta tiene con una autoridad de mayor rango, la cual no es reciente, ya que ambos son un matrimonio que se a dedicado por años a la carrera judicial y quienes han contendido dentro del ámbito jurisdiccional por los puestos que hoy ostentan. 

La cuestión resulta algo compleja de explicar, debido a que implica hacer un análisis respecto de cómo se puede limitar a una persona por el estatus civil que ocupa en una posición social y laboral. 

El problema que expongo, no radica en exponer la relación filial de esta persona, ni mucho menos invisibilizar la trayectoria laboral que le permitió acceder aún puesto que históricamente ha sido socialmente asignado a hombres. 

Si no, los argumentos que un pequeño grupo de personas realizaron cómo resultado del nombramiento de la nueva juez, los cuáles sugerían la renuncia de esta mujer a sus aspiraciones y a su larga trayectoria profesional, para darle la oportunidad a su cónyuge de desarrollarse laboralmente sin incurrir en actos de nepotismo y corrupción, pues ella al ser mujer y esposa debería separarse de dicho ámbito.  

Y esto, nos lleva a considerar cómo es que las estructuras sociales a través de las cuáles nos desenvolvemos como individuos y como colectivo, imponen límites simbólicos que pretenden o restringen los derechos, ideales y aspiraciones de un determinado grupo, en este caso en específico el de las mujeres.

Colocándolas en una desventaja que es susceptible de ser reforzada por complejas prácticas sociales, prejuicios y sistemas de creencias, que son avaladas por el orden social y en ocasiones por las instituciones.

Situaciones que colocan a hombres y mujeres en distintos escenarios sociales, económicos y éticos, las cuáles los enfrentan en una competencia para acceder a oportunidades de desarrollo y de consecución de sus planes de vida, en donde lamentablemente las mujeres terminan posicionadas socialmente en un segundo plano. 

Y es precisamente esto, lo que han reflejado los comentarios hechos por ese grupo, que simbolizan esa violencia sutil e imperceptible que no utiliza la fuerza física, pero que es permitida y aceptada por personas que buscan imponer y reproducir relaciones de poder jerarquizadas por estereotipos de género.

Esta violencia simbólica al ser tan sutil, es fácil de colarse en todos los espacios tanto privados como públicos, de ahí que no sea raro que se reproduzcan en instituciones como la familia, el ámbito laboral y en los medios de comunicación.

Y es especialmente este último, el que ha sido utilizado por la sociedad de manera individual y colectiva para emitir imágenes, mensajes y “valores” que refuerzan estereotipos de género y determinan los pensamientos, percepciones y acciones de las personas dentro del grupo social al que pertenecen.

Lo que sigue contribuyendo a fortalecer estructuras sociales que favorecen la discriminación, los prejuicios negativos y por ende la desigualdad.

El tipo de violencia simbólica como la que han pretendido ejercer en el caso en comento, cuando se ejerce especialmente en un ámbito público como lo es el laboral, impide que las mujeres sean protagonistas de sus propias trayectorias vitales, al negarles el reconocimiento y oportunidades para su desarrollo, ya que al exhibir sus identidades sociopersonales como anormales y perjudiciales para la sociedad, las colocan en una subordinación social que facilita la generación de violencia.

Por ello, es muy importante ser consientes de la forma en la que interactuamos en lo individual y colectivo, si bien nuestras relaciones sociales están medidas por relaciones de poder, esto no implica que las mismas puedan ser modificadas.

La simple empatía y el reconocimiento de que todas las personas tienen habilidades y potencialidades propias, distintas a las de los demás, permitirá reinventar las estructuras institucionales y los modelos sociales establecidos.  

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