Ellas combatientes, enfermeras, espías y feministas echan por tierra el mito romántico de las soldaderas para explicarnos los derechos de las mujeres
En honor a quienes contribuyeron al nuevo contrato social y a la larga etapa de reivindicaciones
Sara Lovera[1]
SemMéxico, Ciudad de México, 19 de noviembre, 2022.-De las mujeres en la lucha armada de 1910 se ha escrito mucho. Las historiadoras feministas han narrado sobre los estereotipos de las revolucionarias, como las soldaderas y adelitas, o revelando a quienes actuaron como parte de la inteligencia, las intelectuales que, con sus saberes adquiridos en el siglo XIX, organizadas del sindicato a los primeros grupos feministas, intervinieron en la construcción del nuevo contrato social y pelearon por sus reivindicaciones de mujeres.
De todo esto, que acaba por no tener una visión completa, ni justas, que pasa de uno hechos a muchas anécdotas, me gusta una frase de Ma. del Carmen Castañeda Hernández[2], porque explica esas y otras historias y textos, y dice a propósito de un análisis de la novela los Relámpagos de Agosto, de Jorge Ibargüengoitia que “al desacralizar sucesos claves de hechos históricos; no se trata de recontar la historia, sino de reinterpretarla”.
La Revolución Mexicana se caracterizó por una serie de alzamientos populares armados espontáneos. El agotamiento de un régimen que duró 30 años, que excluyó a miles de mexicanos y mexicanas, generó esa respuesta que construyó lentamente sus objetivos y tejió con decenas de contradicciones una respuesta a las reivindicaciones económicas y sociales, a los reclamos de las comunidades indígenas por el acceso a la tierra, a las demandas levantadas por la clase media que carecía de oportunidades y liderazgo.
El proceso mostró la urgencia de la participación política. Así la revolución fue un gran conflicto que cambió los papeles en la sociedad mexicana de manera muy importante. La Revolución de 1910 consiguió crear un nuevo pacto social, tras un proceso de discusión que derivó en la formulación de la Constitución de la República y sumó distintas propuestas, programas y visiones. Se luchó por la tierra, en contra de las desigualdades, el analfabetismo y las diferencias entre los hombres y las mujeres. Las biografías y testimonios de nuestras ancestras menudean.
Durante el periodo armado (1910-1921), las mujeres, miles de ellas, del medio urbano y rural participaron, propusieron, sacaron sus aprendizajes feministas del siglo XIX. Estuvieron ahí. La historia oficial ha creado una idea folklórica y romántica de esta participación: soldaderas y adelitas, compañeras de los juanes, son las imágenes repetidas una y otra vez, en textos, películas, novelas y mensajes de boca en boca.
La soldadera se convirtió en un estereotipo, el de mujeres abnegadas y valientes, amantes fieles, heroínas y guerrilleras, para ocultar su papel de luchadoras conscientes y políticas. La historiografía feminista las ha reivindicado, primero como protagonistas que lograron papeles igualitarios en la lucha armada y papeles estratégicos en la guerra.
Fueron mujeres que, desde la trinchera de las armas, como las combatientes también contribuyeron al proceso de discusión, con su pensamiento, como activistas e intelectuales. Se afiliaron a las distintas vertientes ideológicas en ese proceso. Formaron parte de las organizaciones políticas y sociales, tanto como a los grupos armados liderados por los distintos “héroes”. Villistas, zapatistas, obregonistas, carrancistas, etc.
Su tarea ideológica y política para derrocar al gobierno porfirista y prefigurar una nueva nación, hoy puede ser revalorada, o reinterpretada gracias a las investigaciones de sus haceres y a las investigaciones de sus biografías.
Dice el escritor Carlos Monsiváis en un párrafo suelto en el prólogo del libro Género poder y política en México posrevolucionario que “ a las soldaderas les corresponde una altísima cuota de violaciones, rechazos, victimizaciones, al punto de que en 1925 el secretario de la Defensa , general Joaquín Amaro las llama ‘La causa principal del vicio, las enfermedades, el crimen y el desorden’ y ordena su expulsión de los cuarteles [3].
Y sigue: “La mayoría de ellas viven de la pobreza y de la miseria y viven discriminadas y sin derechos. Son indígenas y mestizas, vienen de caseríos y pueblitos, y no obstante su contribución amplísima se les congela en fotos del Archivo Casasola, en la contemplación de sus hombres o a punto de bajarse del tren, asombradas ante los milagros del viaje de un pueblo a otro. Son la fuerza que los hacedores de la Historia ignoran con tal de no crearse complicaciones.
Elena Poniatowska en su texto Las Soldaderas[4] pasa revista a los escritores, poetas o pintores que recrean al estereotipo y por ejemplo cuenta que “las soldaderas llevaron la peor parte de la Revolución”, según el pintor Juan Soriano. Y es que, destaca la periodista, “del mundo intelectual, el único que ha dio que su madre fue una soldadera es Soriano”[5]
El comienzo del libro Las Soldaderas es estrujante, Poniatowska narra el encuentro de una mujer, pidiendo al General Francisco Villa que no lo matara, y esta mujer al advertir que su marido ya está fusilado, ruega que la maten a ella y la mató. Narra que tras esa escena que la periodista rescató, varios de sus partidarios sugirieron que muchas soldaderas, carrancistas lo podrían denunciar, y sigue narrando muchas escenas donde las soldaderas prisioneras de combate fueron ultimadas sin inmutarse por Villa.
Si, evidentemente estos escritores y algunas historiadoras, han profundizado sobre la suerte de las mujeres revolucionarias que vivieron una guerra –se dice que durante la Revolución Mexicana murieron en combate o por las circunstancias de una guerra, cerca de dos millones de mexicanos y mexicanas- y sufrieron los embates del militarismo.
Ellas más allá del escenario del combate
Mónica Muñoz, en un texto de México Social [6] escribe que para el imaginario colectivo mexicano, al pensar sobre las mujeres y la Revolución Mexicana, sigue vigente la idea de las heroínas y soldaderas, exaltado a través de diversas manifestaciones culturales.
Para desacralizar esta historia estereotipada, Muñoz ahonda, habla de las propagandistas y explica fueron un grupo de mujeres letradas pertenecientes en su mayoría a la clase media urbana. Profesoras o estudiantes normalistas, periodistas y escritoras.
Beneficiaria del Porfiriato donde se buscó encausar al país a su modernización y el progreso, la educación de niñas y niños recibió gran apoyo y con el tiempo se fundaron escuelas normales de profesoras y escuelas técnicas de artes y oficios en la ciudad de México y en el interior del país.
En carreras cortas ese grupo se encargó de impartir clases y se integraron a la vida laboral.
Desde principios del siglo XX las mujeres empezaron a participar en los círculos de oposición y escribieron en la prensa denunciando los excesos cometidos por la dictadura porfirista en contra de los trabajadores. Tal fue el caso de Juana Belén Gutiérrez de Mendoza, Dolores Jiménez y Muro, Sara Estela Ramírez, Elisa Acuña Rosseti, entre muchas más, que padecieron cateos, detenciones y encarcelamientos. Después del fraude electoral del 26 de junio de 1910, comenzó una nueva etapa de propaganda organizada a través de clubes políticos y juntas revolucionarias.
Algunas mujeres se incorporaron a los clubes, algunas dirigieron clubes políticos femeniles. Consigna que el primero que se formó fue el de Josefa Ortiz de Domínguez, en 1909 en la ciudad de Puebla; estaba ligado al club Luz y Progreso dirigido por Aquiles Serdán, del que también era delegada e importante dirigente su hermana. El club Ortiz de Domínguez estuvo presidido por la obrera Petra Leyva, con la finalidad de que las obreras hicieran propaganda en sus centros de trabajo. Otro importante club femenil que se formó entre 1911 y 1912 fue el de Gertrudis Bocanegra, dirigido por María de los Ángeles Méndez, en la ciudad de México. De esta manera hubo varios clubes, en los que se asistía a juntas y a mítines, pero su principal función durante el maderismo era organizar la campaña antirreeleccionista de oposición a Díaz, y allí es donde se coordinaban las tareas de propaganda, conferencias y reuniones clandestinas.
Después del asesinato del presidente Madero, Venustiano Carranza proclamó el Plan de Guadalupe, el 26 de marzo de 1913, haciendo un llamado a la población a tomar las armas y combatir la usurpación de Victoriano Huerta.
La participación y compromiso por parte de las mujeres propagandistas adquirió más relevancia. Inclusive desarrollándose un trabajo articulado entre las propagandistas, quienes no sólo distribuían materiales impresos en sus recorridos, como planes, programas, periódicos, circulares, hojas volantes y decretos, sino que eran voceras e impartían conferencias y dirigían arengas políticas a la población civil. La prensa sirvió como gran medio de difusión. Aquí destaca la participación Manuela de la Garza exaltando el alma de la mujer “abnegada y patriota que dejando el hogar se lanza para auxiliar a los soldados que agonizan”.
Este 20 de noviembre, 213 años del estallido armado, hay en la Secretaría de la Defensa nacional testimonio de que las mujeres criollas tenían un papel clave: muchas ayudaban a llevar adelante la Revolución. No sólo aconsejaban a sus esposos o abrían las puertas de sus casas para reuniones secretas y peligrosas, sino que también participaron en los combates y opinaban de política a la par de ellos.
Los rostros borrados
Casi nada sabemos de María Quinteras de Meras, quien participó en 10 enfrentamientos, y por sus méritos, alcanzó el grado de Coronel en el Ejército Villista. Ángela Jiménez, experta en el manejo de explosivos, obtuvo el grado de Teniente, en el Ejercito Villista.
Así en esta fecha habría que recobrar perfiles olvidados, en la misma guerra, y no como figuras folklóricas y estereotipadas, si decididas y valientes, cuando hubieron comprendido la necesidad revolucionaria. Entre ellas
Mujeres destacadas en Combate
- María de la Luz Espinoza Barrera, en 1910 le fue otorgado el grado de teniente coronel, por el General Emiliano Zapata, al demostrar gran valentía, coraje y habilidad como jinete.
- Carmen Vélez, conocida como «la Generala», comandó cerca de 300 hombres que lucharon en los estados de Hidalgo y Tlaxcala.
- Clara de la Rocha, en 1911 durante la toma de Culiacán, Sinaloa, fungió como comandante de una guerrilla.
- Ángela Jiménez, experta en el manejo de explosivos, obtuvo el grado de Teniente, en el Ejercito Villista.
Petra Herrera, formó su propio ejército integrado por mujeres, autonombrándose “Generala”, peleo a lado de las fuerzas maderistas en el asalto a la ciudad de Torreón Coahuila, donde se expulsó a las fuerzas federales[7]
El trabajo de Martha Eva Rocha Islas[8], es sugerente. Ella estudió y analizó buena parte de los 432 expedientes de las partícipes en el movimiento armado, sacándolas de la sombra a través de los legajos oficiales y sacando de ahí vivencias de las mujeres que participaron en la Revolución. Quien advierte que no hay que centrarse únicamente en el escenario de la etapa de guerra, si no es necesario analizar mucho más a fondo como fue la lucha de las mujeres por sus derechos, o el feminismo en la Revolución Mexicana.
Las enfermeras
Otro fascinante perfil de las revolucionarias, dice Muñoz que es un tema poco estudiado. Mujeres que se incorporaron a las brigadas sanitarias del ejército como enfermeras militares. Se establecieron de acuerdo con dos categorías:1) enfermeras de primera que eran las tituladas, y 2) las de segunda eran las no tituladas, recibiendo por sus servicios cuatro y tres pesos diarios, respectivamente; el grado más alto que ostentaron en la jerarquía militar fue el de teniente, y los de médicas, coronelas y mayoras. Cada brigada de combate era acompañada de una brigada sanitaria.
Para atender a los heridos maderistas se fundó fue la Cruz Blanca Neutral, creada el 5 de mayo de 1911 y presidida por la enfermera Elena Arizmendi Mejía[9]. La Cruz Roja Mexicana, creada el 21 de febrero de 1910 por decreto presidencial estuvo a cargo de Luz González de Cosío Acosta de López. En marzo de 1913 surgió la Cruz Blanca Constitucionalista, dirigida por la profesora Leonor Villegas de Magón, en Nuevo Laredo, Tamaulipas, quien dejó escritas sus “memorias noveladas” en los años veinte que dejó constancia de la participación femenina. El ejército villista tuvo un servicio de sanidad llamado Brigada Sanitaria de la División del Norte (BSDN), que se formó en 1914 para dar atención a los heridos de las batallas de Torreón y Zacatecas.
Las soldadas
Las soldaderas, fueron esas mujeres que trasladaron la domesticidad de sus hogares a los campamentos de guerra de la Revolución Mexicana, cumpliendo el servicio de intendencia que, pese a que correspondía al ejército, fue realizado por el conjunto anónimo de mujeres que acompañaron a sus hombres de tropa (alimentación, lavado de ropa y cuidado de los soldados). Elena Poniatowska así las describe: “Con sus enaguas de percal, sus blusas blancas, sus caritas lavadas, su mirada baja, para que no se les vea la vergüenza en los ojos, su candor, sus actitudes modestas, sus manos morenas deteniendo la bolsa del mandado o aprestándose para entregarle el máuser al compañero, no parecen las fieras malhabladas y vulgares que pintan los autores de la Revolución Mexicana”.
Pero también estuvieron las mujeres que tomaron las armas como soldadas. El corrido de la güera Amelia Robles es ilustrativo respecto a las mujeres soldados. Ellas fueron rebeldes tanto a las políticas del régimen, y rebeldes a la adscripción de género. La historiadora Martha Eva Rocha, explica que, del conjunto de expedientes localizados, 22 casos se refieren a mujeres con nombre y apellido que tomaron las armas, y ostentaron grados militares por méritos en campaña: cuatro maderistas, siete zapatistas y once carrancistas, pertenecientes a grupos populares de extracción rural. La incorporación a uno u otro grupo rebelde estuvo determinada, en gran parte, por la región de donde eran originarias. También hicieron tareas de espionaje, de correo clandestino, agentes confidenciales y se comprometieron en el acopio y distribución de armas y parque, e incluso de reclutamiento.
Las feministas
Frente al afán de legitimación de los caudillos, ellas plantearon sus ideas en torno a las condiciones de desigualdad entre hombres y mujeres como parte de la tesis igualitarista del liberalismo. Del conjunto de propagandistas, diez mujeres dirigentes se comprometieron además y en forma paralela con el feminismo: Elena Torres Cuéllar, Elvia Carrillo Puerto, Rosa Torre González, Florinda Lazos León, María del Refugio García Martínez, Julia Nava de Ruisánchez, Atala Apodaca Anaya, Esperanza Velázquez Bringas, María Ríos Cárdenas y Hermila Galindo Acosta.
Entre 1915 y 1920 colaboraron o editaron publicaciones en cuyas páginas prosiguieron el debate sobre los derechos de las mujeres iniciado desde finales del siglo XIX, y crearon sociedades feministas llevando a cabo la realización de dos importantes congresos en Mérida, Yucatán, en el año de 1916.
[1] Periodista. Archivo personal, texto inédito, preparado para Mujeres de Izquierda, 2013
[2] México. María del Carmen Castañeda Hernández Universidad Autónoma de Baja California, México Nacida en México D.F. egresada de la carrera de Lengua y Literatura …
[3] Carlos Monsiváis en Gabriela Cano, Mary Kay Vaughan y Jocelyn Olcott, con el prólogo de Carlos Monsiváis, Fondo de Cultura Económica/Universidad Autónoma de México 2006, página 21.
[4] Las Soldaderas, Elena Poniatowska, ed. Era y Conaculta-INAH, Cuarta Reimpresión, 2009.
[5] Juan Francisco Rodríguez Montoya, conocido como Soriano (Guadalajara, México, 18 de agosto de 1920–Ciudad de México, México, 10 de febrero de 2006)1 fue un artista plástico mexicano.
[6] Publicado en marzo de 2021
[7] Secretaría de la Defensa Nacional | 25 de marzo de 2021
[8] Martha Eva Rocha Islas, Los rostros de la rebeldía. Veteranas de la Revolución mexicana, 1910-1939, México, INEHRM / INAH, 2016.
[9] Ver Se llamaba Elena Arizmendi, Gabriela Cano, Tusquets, México, 2010. Una semblanza biográfica.