64 años de la ciudadanía de las mujeres

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Palabra de Antígona

Dicen que 37 candidatos y candidatas independientes son demasiados, pero no se han puesto a pensar por qué la pelea no se da en los partidos

Sara Lovera

SemMéxico, 13 octubre 2017.- En unos días estaremos conmemorando el 64 aniversario desde que logramos el voto universal para las mujeres. Un 17 de octubre de 1953 se decretó la modificación constitucional. En esas más de seis décadas, logramos apenas gobernar siete entidades, con ocho gobernadoras; construir una masa crítica en los congresos; el 14 por ciento de los gobiernos municipales, y eliminar las barreras legales para la igualdad.

Hoy, sin embargo, esos avances todavía no consiguen eliminar ni la discriminación, ni la violencia. Y las mujeres decididas a participar en el terreno del poder real se enfrentan no sólo a la violencia política, sino aparecemos en los márgenes del poder, sin un estatuto social que nos haga ver realmente humanas. Todo se nos escatima.

En estos días vamos a oír muchos discursos de “reconocimiento”; peroratas infinitas del valor de nuestras contribuciones, lo que es cierto, nada menos que nuestra contribución hasta del 21 por ciento del producto interno bruto, es decir de la riqueza social, por nuestro trabajo gratuito para que la maquinaria del sistema opere; palabras que nos van a recordar a las pioneras, como doña Amalia González Caballero de Castillo Ledón, la artífice de esa reforma; a la primera constitucionalista del país, doña Hermila Galindo, y oiremos hablar de las primeras diputadas locales como Elvia Carrillo Puerto y las primeras federales como Aurora Jiménez.

Es verdad que hoy es políticamente correcto mencionar nuestras contribuciones a la paz, aquellas que significan el bienestar de las familias en mundo rural donde sostenemos la economía familiar. También se explorarán nuestras incursiones sustantivas en los campos de la producción industrial, de la maquila regada por todo México.

Y habrá quien recuerde que cientos de defensoras y líderes luchan contra las grandes empresas mineras que tienen ocupado hasta el 40 por ciento del territorio con una nueva explotación minera; las defensoras de los Derechos Humanos y la libertad de expresión, eso a pesar del discurso que se niega a nombrarnos y los rasgos misóginos que acaban por calificarnos como aparecidas, esposas-de y buenas sólo para la cocina y la crianza.

Nunca como en los últimos días para saberlo. Locutores y caricaturistas ridiculizando a cualquiera de las mujeres modernas que han dicho que sí, que quieren el poder.

En medio de la celebración venturosa de nuestra ciudadanía, aún hay quienes opinan, que se niegan a incluir en su lenguaje la palabra presidenta, a pesar de la presencia de las mujeres en el gobierno municipal o en otros organismos públicos donde existe esa figura, como dice la periodista Soledad Jarquín. O el uso de sustantivos que nos nombran como es: en femenino, y acuden a las más antiguas denominaciones que también la periodista nos enseña: la ginopía el no vernos. El no nombrarnos y hacernos invisibles en todos los campos de la comunicación.

Más allá de las interpretaciones políticas, la reforma que abrió el espacio a las candidaturas independientes, que si se trata de un complot para dividir los votos, ni siquiera han notado que en una lista de personas que aspiran a esas candidaturas, seis son mujeres. Echadas para adelante que levantan la mano para contender por la primera magistratura del país.

Y son seis. Marichuy, María de Jesús Patricio Martínez, vocera de los pueblos indígenas; Aisha Vallejo Utrilla, del magisterio; Ma. Concepción Ibarra Tiznado, de la academia; María Silva de Jesús Ordóñez, Ma. Elena Rodríguez Campa Romo y Margarita Zavala; a ella, considerada “esposa” se le niegan 33 años de militancia partidaria.

Seguramente todas ellas han decidido ir por lo “independiente” porque en los partidos no hay espacio para ellas y ninguna se atrevió con antelación a crear su propio partido, como lo hizo una de las seis candidatas en la historia de México, Patricia Mercado, quien desde el movimiento feminista creó dos partidos, como se llamó uno de ellos, Alternativa Democrática. Por eso están al margen según la visión generalizada. Como aparecidas en un mundo que sólo ellos quieren conservar.

Lo hacen 64 años después, tras ese camino lento, lleno de obstáculos. 64 años después, sólo el 14 por ciento gobierna ayuntamientos; porcentaje igual en puestos del Ejecutivo Federal; congresos donde todavía son menos de 25 por ciento o empresas dirigidas 90 por ciento por hombres, “costumbre familiar” me decía hace poco una empresaria, los hombres del dinero prefieren a sus sobrinos, yernos o conocidos para dirigir sus empresas, para no dar a sus hijas el control de sus riquezas.

Es así como las aspirantes a una candidatura independiente no conseguirán el registro, los requisitos son casi iguales que los necesarios para registrar un partido político. Están sin embargo en la pelea, antes inconcebible y lejana. Quieren ser presidentas de la República. Pelea que ya es calificada por los políticos de siempre, parafraseando a Patricia Mercado, sin imaginación.

¿Y qué dicen? Que tantos y tantas, 37, son instrumentos del PRI para dividir el voto, pero no se han puesto a pensar por qué la pelea no se da en los partidos, esos con una dirección autoritaria y excluyente, los que se asombran de que la violencia no sea más un asunto privado, de puertas para adentro de las casas, los mismos que ni idea tienen de que la economía se caería hoy si las mujeres no tenemos espacios en la vida laboral; igualitos que los reyezuelos de antaño y las dictaduras más opresivas. Los que hostigaron en su tiempo a Beatriz Paredes; los que colgaron mantas ofensivas contra la gobernadora de Sonora, Claudia Pavlovich Arellano; los mismos que se asustaron con la reforma política que decretó la paridad electoral.

Voces en la radio y la televisión que siempre se preguntan qué haría esta mujer que provocó su violación y su asesinato; los que hablan de la democracia sólo a modo, una democracia coja y manca, solo para ellos, pidiendo que las mujeres no hablen, no opinen y se ocupen únicamente de la cocina y la infancia.

El discurso educa, decía el viejo Lombardo Toledano, y es el discurso el que reproduce por todos los medios, la desvaloración ciudadana de las mujeres. Increíble, en 2017, cuando está demostrado fehacientemente, por las distintas agencias económicas que ellos crearon, que un gobierno de mujeres puede mejorar la economía, crecer la productividad, mejorar los servicios sociales y contribuir a la paz. Presidentas y primeras ministras estudiadas; gobernantas de avanzada, funcionarias decentes.

Me dirán que no es cien por ciento, es cierto, pero no sino una minoría localizada y precisa, frente a una mayoría de hombres corruptos en todo el globo; incapaces de mejorar al mundo y promotores de todas las guerras de que conozca la historia.

En fin. De todas formas, la ceremonia solemne y con discursos, de Congreso General de este 17 de octubre que nos dio la capacidad y el derecho de votar y ser votadas. Hoy ir en paridad en las listas electorales de 2018, sin problema alguno, es cosa para verse.

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