Yaneth Tamayo Ávalos
SemMéxico, Querétaro, Qro., 15 de junio, 2025.- La era digital ha transformado no solo la forma en la que se relacionan las personas en la sociedad, sino también, la manera en que se obtiene la información y se comunica. Esto ha generado que algunos aspectos de la vida como la educación, el trabajo, la política, la familia y otras tantas instituciones se desarrollen bajo prácticas emergentes justificadas en el “desarrollo tecnológico”.*
Esta dinámica ha encontrado auge en las nuevas generaciones, quienes al ser más receptivas han utilizado la tecnología digital de una forma diferente a como lo hicieron otras, caracterizándose por el desarrollo de reflejos vinculados a la innovación digital y la información, así como en comportamientos basados en lo emocional e imaginario.
Las tecnologías de la información y comunicación se han convertido en un espacio comunitario de acceso, obtención, adquisición y recibo de información, lo que ha permitido a la sociedad disponer de elementos y estrategias de desarrollo.
Además, han propiciado nuevas formas de comunicación y de resignificación de valores, símbolos y emociones. De ahí, el surgimiento de nuevas formas de pensar, hacer y sentir y, en consecuencia, nuevas prácticas organizacionales.
Sin embargo, estas transformaciones socioculturales y generacionales han proyectado una discordancia entre la realidad del mundo que habitamos y el que percibimos, lo que ha ocasionado una fragmentación cultural, social e individual.
Y esto, se debe en su mayoría a la calidad de información que se recibe, en especial, a las noticias falsas cuya circulación masiva y acelerada propagación, producen efectos que influyen en las percepciones, actitudes y comportamientos de las personas. Llegando a originar polarización entre los ciudadanos, así como el aumento en la radicalización y el extremismo político.**
Estas circunstancias son las que han sostenido al llamado fenómeno de “la posverdad”, definida por la Real Academia Española como “información o afirmaciones que no se basan en hechos objetivos, sino que apelan a las emociones, creencias o deseos del público”. Esta noción se relaciona estrechamente con la desinformación y conlleva consecuencias profundas en la manera en que percibimos la realidad.
Situación que han sabido usar agentes estatales, políticos e individuos que persiguen un beneficio social o colectivo, quienes a forma de estrategia difunden información manipulada para recurrir a las emociones en lugar de los hechos; esto es, de forma dolosa crean y replican contenidos de información que coincide con creencias y actuaciones preexistentes de grupos afines -lo que se conoce como sesgos cognitivos-, independientemente de si tienen o no una base fáctica y sensata.
Lo que implica, no solo la ignorancia o el menosprecio de la verdad objetiva, sino que también socava conceptos fundamentales como la imparcialidad, el contraste de información y el respeto a las evidencias científicas. Se relaciona estrechamente con fenómenos como la mentira, la ignorancia, la desinformación y el populismo, que caracterizan a las redes sociales, donde se propagan ideas falsas sobre temáticas importantes.***
Estas estrategias tienen como objetivo manipular la opinión pública y erosionar la estabilidad de los Estados y de sus instituciones, poniendo en riesgo no solo a las democracias sino también a los derechos humanos y las relaciones sociales.
Principalmente, cuando son utilizadas en conflictos políticos, ideológicos o militares, para quebrantar las respuestas a políticas públicas o amplificando las tensiones en tiempos de emergencia o conflicto armado, contribuyendo de forma decisiva a configurar acontecimientos sociales e históricos que de forma duradera impactan en el desarrollo social a nivel global.
Lo anterior, porque resulta más fácil para algunos normalizar la distorsión y manipulación de la información que indagar sobre los argumentos que se divulgan, de ahí que, un sector de la sociedad se encuentre limitado para discernir entre lo que es verdad y mentira.
Si bien, las emociones no invalidan los argumentos, tampoco prueban que sean falsos ni verdaderos. En tiempos de redes sociales, se ha confundido la fuerza emocional con la fuerza lógica; sentir no es lo mismo que razonar.
Una teoría práctica tiene que ser coherente con una base teórica, no un intento desesperado por construir un marco interpretativo que de voz a las disidencias, lo cual si bien es legítimo, no lo es, el hecho de transgredir o tergiversar los derechos de otras. Tratar de redefinir los derechos para adaptarlos a una realidad imposible, no solo limita la garantía y el acceso a los derechos humanos, sino que, invisibiliza la propia existencia de una diferencia.
Un buen argumento puede conmover, pero lo esencial es que se sostenga racionalmente.
*Prácticas emergentes significa nuevas innovaciones en la práctica clínica o administrativa que abordan necesidades críticas de un programa, población o sistema en particular, pero que aún no cuentan con evidencia científica o un amplio consenso de expertos.
** https://www.scielo.org.mx/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S0188-252X2023000100418
*** https://www.un.org/es/countering-disinformation
**** https://ve.scielo.org/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S1012-25082005000100007