Elvira Hernández Carballido
SemMéxico, Pachuca, Hidalgo, 5 de marzo, 2025.- 1988. Soy una chava de 25 años, recién titulada de la licenciatura en ciencias de la comunicación. Hice una tesis sobre las mujeres periodistas del siglo XIX. Osada, llegué con ese texto bajo el brazo a las oficinas de revista Fem y del suplemento DobleJornada.
Gracias a este último conocí a la directora del suplemento , y empecé a escribir en ese espacio. Ella me pide que vaya a cubrir la marcha del 8 de marzo. La reunión para la salida hacia el zócalo es en el monumento a la madre. Introvertida, me conformo con ver a los grupos de mujeres que platican animadas. Avanzamos por Paseo de la Reforma y sus consignas llegan a mi corazón: Alerta, alerta, alerta que camina, la lucha feminista por América Latina. Sorprendida, veo a mujeres de todas las edades escribir en las paredes: Democracia en el país y en la cama, Mujeres unidas jamás serán vencidas, Las niñas buenas van al cielo/las malas a todas partes, Aborto libre y gratuito.
Frente a la catedral el discurso de una mujer me llena de fuerza, es la pachuqueña Carmen Rincón, relata que fue mal atendida durante su parto, perdió a su bebé y por la gravedad de la situación provocó su esterilidad.
La entrevisto y su testimonio parte mi alma, no obstante, estoy aprendiendo que mi prioridad es el compromiso de dar a conocer esos casos. Debo denunciar y sensibilizar.
Ese día mi destino quedó marcado: escribiré periodismo feminista.
1992. Solamente tengo dos meses de embarazo, una fuerza admirable inspira a mi cuerpo. Acaricio feliz mi vientre al saber que alguien está ahí. Deseo que esa personita que crece dentro de mí escuche las voces de todas las mujeres que pedimos igualdad, que desde este momento mi bebé advierta que vivimos en una sociedad que nos margina, aunque nosotras no lloramos ni nos resignamos, salimos a la calle para exigir nuestro lugar en la sociedad.
Somos mujeres que trabajan fuera de casa y seguimos atendiendo nuestro hogar. Obreras o profesoras, gordas y flacas, discretas e indiscretas. Somos mujeres que creen en sí mismas. A quienes ven la marcha de lejos les pedimos con alegría que se sumen al contingente: ¡Únanse, únanse! A las policías que nos vigilan les pedimos que se vuelvan nuestras cómplices porque la mujer uniformada también es explotada. No saldremos en la tele, no tendremos primera plana en los periódicos, sin embargo, avanzamos con la certeza de que tienen que escucharnos.
2005. Es mi primer 8 de marzo en la Universidad Autónoma del Estado de Hidalgo. Al entrar a mi instituto unos chicos se acercan para regalarme una rosa y se justifican ante mi sorpresa: Es que hoy se celebra a la mujer y una flor las embellece más. Mi prudencia ruega que me controle y mi espíritu feminista que aclare el significado de ese día. Agradezco el regalo, pero les digo que no es 10 de mayo, sino 8 de marzo. Ahora ellos hacen un gesto de sorpresa. Es un día para conmemorar, donde se marcha con el puño levantado para protestar, se dan conferencias para explicar la lucha de las mujeres, se denuncia la desigualdad, se explora qué actitudes machistas nos impiden avanzar. No grito, ni regaño, simplemente quiero sacudirles el alma. Poco a poco, los siguientes años, las flores desaparecen y los puños se levantan en alto.
2020. Después de un cansado viaje llego a la habitación de mi hotel. Decido ver un rato la televisión. Nada interesante por lo que cambio y cambio de canal. La nota en vivo de un noticiario me obliga a regresarme a esa imagen. No puedo creerlo, están transmitiendo en vivo la marcha del 8 de marzo en la Ciudad de México. Al reportero y a su camarógrafo les interesa más seguir a las chicas que están rayando paredes, rompiendo cristales y enfrentando a los granaderos con un palo o tubo. Pinche periodismo sexista, maldigo desde la comodidad de mi cuarto. Lloro conmovida y orgullosa al ver a esas chavitas tan decidas, me duele su dolor, me uno a su coraje. Sus consignas hacen pedacitos mi corazón: Ni una más, ni una más, ni una asesinada más… Señora, señora, no sea indiferente, se mata a las mujeres en la cara de la gente.… Va a caer, va a caer, el patriarcado va a caer… El reportero no las escucha – ¿cuánta gente hará lo mismo? – en su crónica lamenta los monumentos rayados, los negocios arruinados, los vidrios rotos. No escucha el reclamo, no palpa el dolor, ni siquiera resume los discursos que varias jóvenes feministas ofrecieron en el centro del zócalo… Esa nueva generación tirará al patriarcado.
2025. Tengo casi 63 años, estoy viajando rumbo a Nueva York, será un 8 de marzo que jamás había imaginado. Gracias al apoyo de la Federación Mexicana de Universitarias (FEMU) estaré en la ONU.
He leído tanto sobre su labor por lograr la equidad de género y que uno de sus primeros pasos fue constituir la Primera Conferencia Mundial de la Mujer en 1975.
Veinte años después yo entrevisté a las mexicanas que colaboraron en 1995 para que se aprobara la Declaración y Plataforma de Acción de Beijing entre cuyos objetivos destaca “el compromiso de promover la igualdad, el desarrollo y la paz para todas las mujeres del mundo”.
En ese contexto, se dieron a conocer doce puntos significativos, entre ellos se encuentra La Mujer y Los Medios de Comunicación, tema que abordaré en ese recinto. Me presentaré como representante de FEMU-Hidalgo, investigadora de la Universidad Autónoma del Estado de Hidalgo. Diré con orgullo que soy mexicana, una de las tantas mujeres que en mi país luchamos por un verdadero cambio. Y sé que todos los 8 de marzo que me han dado fuerza harán eco en mi voz ahora que me toque hablar en ese escenario internacional.