Bellas y Airosas| Soy Froylana

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Elvira Hernández Carballido

SemMéxico, 10 de noviembre, 2021.- A Don Froylán López Narváez lo había visto en algunos programas de Canal 11 y en el CCH un profesor nos dejaba leer la revista “Proceso”, así empecé a conocerlo. Cuando entré a la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales, en la UNAM, en 1982 la comunidad estudiantil exigió que se hicieran elecciones para elegir al nuevo director y se organizó una votación donde resultó electo López Narváez. Nunca se reconoció ese triunfo por parte de las autoridades universitarias, pero él se presentaba en todos lados como el único director elegido con total libertad por la juventud universitaria. Más me interesaba en conocerlo.

Por eso, cuando pasé a tercer semestre, dejando atrás el llamado Tronco Común, por fin en la licenciatura que soñaba cursar, ciencias de la comunicación no dudé en tomar una materia con él.

“Cómo crees-advirtió un amigo- ese tipo es un misógino”. Y con toda ingenuidad, el primer día de clases, cuando preguntó si teníamos una duda, me atreví a cuestionarle si era cierta su misoginia: “Yo solamente quiero que una mujer demuestre que la universidad también es su lugar”, dijo sin dejar de fumar su cigarrillo marca Kent. Y vaya que se lo demostramos quienes formamos parte de ese grupo en 1982, entre ellas Virginia Bautista Castillo, Elena Jasso, Lidia López, Isabel Inclán, Sachiko Uzeta, Amalia Becerril, Tere Velázquez y dos chavas argentinas que se llamaban ambas Gabriela. Llevé cuatro materias con don Froy a lo largo de toda la licenciatura.

Exigente y duro, crítico y directo, analítico y puntual, me enseñó a amar el periodismo, a creer en mí misma. Nos dejaba un trabajo donde pedía pasar en limpio todos los apuntes de clase, sintetizar todas las lecturas del curso y tener un compendio de reflexiones sobre cada tema. Loca yo, le entregué un texto de más de cien cuartillas. Era mitad de semestre cuando pidió un avance. Nunca olvido que sacó su pluma fuente y en la portada de mi documento puso MB: “Usted no me necesita -dijo con toda seriedad- es una muchacha brillante, doña Elvira”.

Entonces me aferré a sus clases, a su discurso, a su manera de ser y vivir.

Aprendí la filosofía de Eduardo Nicol, que la rumba es cultura, descubrí a Fernando del Paso con «Palinuro de México», a la Rosario Castellanos periodista pues me regaló «El uso de la palabra». Una vez me vio hojeando en el puesto de periódicos una revista Fem y me la compró y mientras caminaba a mi lado me contó la historia de Alaidé Foppa, a quien conoció y tuvieron una linda amistad.

Lo invitamos a una de nuestras fiestas y nos puso a bailar “Las clases del cha cha chá” y me encantaba que en el coro: “El profesor, se encuentra aquí, el profesor, le enseñará…”, lo señalábamos y él se movía con más ritmo.

Nos llevó a todo el grupo a bailar al “Salón los Ángeles”, a escuchar música al “Bar León”. Gracias a él valoré más los discos de mi papá de la Sonora Aragón y a embelesarme con Rubén Blades.

Empezaron a decirnos “Los Froylanes”, por la lealtad que teníamos con nuestro profesor.

Además de las chavas estaba Noé Santos, Juan Arturo Salinas, Alfredo Patiño, Alfonso Rodríguez, Javier Sevilla, Carlos Larrañaga el chileno Carlos Arias, el ecuatoriano Enrique y Rafa.

Cada una de mis compañeras lo quiso tanto como yo, algunos compañeros intentaban imitarlo en su forma de hablar y hasta de fumar.

A veces nos citaba en las oficinas de la revista “Proceso” y era un paraíso estar ahí, me sentía ya periodista.

El último día que tomamos clases con él nos fue describiendo uno por uno, como buen académico gitano, adivinó nuestro futuro: “Será una buena periodista”, me dijo y yo sentí esas palabras como un compromiso de vida.

Gracias a él me convertí en profesora en la Facultad de Políticas, me lo encontré en la explanada, le presumí que me acababa de titular y dijo seguro: “Entonces, ya puede dar clases y formar mejores generaciones”. Me llevó a la coordinación y me presentó con Guillermina Baena, le habló maravillas de mí y yo lo miraba boquiabierta, no podía creer que mi exigente y querido profesor pudiera expresarse así de mí.

Cada que nos encontrábamos por los pasillos pumas, nos saludábamos con cariño. Tan serio y formal como siempre, volvió a sorprenderme cuando conoció a mi hijo y se mostró tierno y juguetón.

Desde que vine a vivir a Pachuca, empezó también a decirme Bellairosa, le regalé los libros que ya había publicado en la Universidad de Hidalgo y mientras los hojeaba repetía: “Lo sabía, lo sabía, que usted iba a lograr todo esto”.

Hoy se fue para siempre, hoy mi querido profesor ha muerto, pero nadie me quita estos recuerdos, el amor que siempre le tendré -una vez Guadalupe Loaeza me dijo, yo creo que estabas enamorada de tu maestro-.

Gracias a él adquirí muchas aptitudes y pasiones por mi carrera, este compromiso latente por el buen periodismo.

Hasta pronto querido don Froylán.

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