Rocío Fiallega
SemMéxico, Cd. de México, 29 de noviembre, 2021.- Mi cuerpo es el principio de la vida porque mi cuerpo es agua. Se buscó camino desde ese primer manantial que era en mi infancia, hasta que se convirtió en río que tuvo como cauce mi cintura; después vinieron las transformaciones sin paredes porque en cada ciclo de mi vida transitaban mis aguas en estadíos que se involucraban con el volumen de mi cuerpo: podía tener la exhuberancia del Amazonas o la suave delgadez del Sena.
Mi cuerpo mar indomable, llenito de salitre, intransitable y enigmático, masculino y violento; con toda mi fauna de ángeles y monstruos convertidos en peces; con mis zonas abisales anhelando un atardecer; con mis ojos luz de llanto viendo a esos pescadores (ladrones que me robaron tanto) que se llevaban lo mío, pero también pude devorar a algunos con mi furia.
Mi cuerpo otras veces agua dulce que acaricia las raíces de los árboles; que sonríe a la tierra y se escurre de ternura; agüita para sanar heridas; agua que derriba casas; paz de contento y guerra con las moléculas o el viento; agua prodigiosa e intelectual.
Mis aguas se han conjugado con todos los elementos: el aire con el cual supe volar en ciertos orgasmos; el fuego para empoderarme sabiamente; incluso con el agua para saber del desbordamiento; hoy, con este cuerpo mío en transformación florezco con la tierra, mi cuerpo crea y procrea en constante movimiento, líquido amniótico de mis días de sol.
Mi cuerpo es el agua que fluye y se transforma: sólido-líquido-gaseoso, como el amor.