Angélica de la Peña
SemMéxico, Ciudad de México, 3 de noviembre, 2025.- El homicidio de Carlos Manzo Rodríguez fue una crónica anunciada que se debió prevenir; ni modo que no se supiera que al evidenciar las tropelías del crimen organizado no corriera riesgos.
El alcalde de Uruapan, Michoacán, se puso del lado de la población que gobernaba y no cedió a las amenazas, aun poniendo en riesgo su vida. Pero no lo atendieron, lo dejaron solo, a merced de sus asesinos.
Hay intereses que hoy se confirman nuevamente son más poderosos que lo que pueda reclamar un alcalde de Michoacán o un líder limonero.
Por desgracia para la nación, su asesinato solo constata que no importan las vidas de quienes exigen al gobierno cumpla con su responsabilidad legal de atender los reclamos justos de quienes se animan a exponer la crisis de inseguridad por las amenazas a su gobierno y a la población que gobierna.
Por no ser agachones, por no ceder su poder institucional a las amenazas de los malosos que se empoderaron y se ufanan de su poder, de manera más aguda gracias a los seis años de abrazos no balazos, la política impuesta arbitrariamente por el expresidente López Obrador. No estábamos bien, pero con la 4T estamos peor.
Este asesinato, y otros más que se han venido uno tras otro en todo el país, es resultado de la criminal actitud del gobierno que, en lugar de contenerlos y penalizarlos, los ha dejado crecer impunemente y se ha perdido la línea de la separación entre las mafias y los gobiernos.
Porque todo el país escuchó al alcalde de Uruapan hacerle un reiterado llamado a la presidenta Sheinbaum que no se olvidase de su municipio, que pusiera atención a parar a los cárteles, porque “desde hace más de 25 años se ha complicado la situación de los municipios”. Afirmaba que el enemigo estaba en casa, ya que había funcionarios que operaban para los malos, que pasaban información para que no se tuviera éxito en lograr la paz: él mismo fue víctima de una confabulación para acallarlo, para que no siguiera cobrando fuerza política más allá de su municipio.
Ubicó con precisión que las fiscalías, la del estado y la de la República, tenían que hacer su trabajo para evitar que los ministerios públicos liberasen a los delincuentes, cuando esporádicamente son aprehendidos, por evidente corrupción.
Carlos Manzo dijo que la delincuencia no tiene honor. Este alcalde de Uruapan lo constató, lo señaló y lo evidenció. Sabía que se habían entregado muchos municipios de Michoacán a la delincuencia organizada. Y alertó: si no se detiene la delincuencia, estamos frente a un Estado fallido. Él fue víctima de un Estado fallido.
Porque dijo con valentía lo que otras organizaciones sociales y políticos de oposición han reiterado: que los grupos criminales tienen el control del país.
A partir de las diversas entrevistas y discursos que dio escuché reacciones que lo aplaudían por su valentía de exponer, públicamente, la inseguridad y la contundencia en su reclamo al gobierno federal; también con preocupación que estaba tocando fibras malévolas que procederían a matarlo, a menos de que se le protegiera, lo que no pasó el sábado pasado.
Su asesinato prueba el abandono del ámbito municipal frente a la delincuencia organizada. Siete alcaldes han sido asesinados durante el gobierno de Claudia Sheinbaum; Carlos Manzo evidenció un sistema que hoy lo ha acallado. Este asesinato tendrá enormes repercusiones; al tiempo…
- Defensora de derechos humanos



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