López Obrador sí tiene idea

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Olimpia Flores Ortiz

SemMéxico, 21 de diciembre, 2020.- Recuerdo que mi querido y ya ido amigo Juan Gabriel Valencia, escribió alguna vez en su columna de Milenio, que “la política se entiende mejor desde el psicoanálisis que desde el análisis político”.

En el caso de Andrés Manuel López Obrador, la frase encaja muy bien. Imposible entender lo que sucede en el país bajo su presidencia si no se incorpora en el análisis a su personalidad. ¿Quién es el personaje? ¿De dónde abreva su megalomanía? ¿Por qué la concentración de poder? ¿Qué compensa?

Pero hay que tener cuidado, porque su personalidad no lo es todo; tiene una idea que importa que sea considerada para comprender la explicación de sus decisiones. No es un político de la tecnocracia neoliberal, opera políticamente como aprendió en los años setenta. El corte del presidencialismo omnipotente que abraza y reparte besos a las menores y que gobierna por los medios y a pie, no técnicamente en el despacho, no en concertaciones.

En primera y en última instancia, la Transformación que impulsa y que ubica como la Cuarta en el decurso histórico de México, si bien no implica un cambio de régimen propiamente hablando; si es un desplazamiento del poder público de las manos de las élites políticas de la tecnocracia y las clases empresariales y sus contubernios al amparo del discurso del liberalismo del mercado en tanto sinónimos de la democracia. ¿Pero hacia quiénes y para ir hacia dónde?

 Es de suyo complicado que un personaje que trabaja para la Historia se comprenda a la luz de la inmediatez de las necesidades pragmáticas.    

Celebro los textos de análisis que no se detienen en la descalificación de sus ideas y la denostación del personaje para encontrar la lógica de sus decisiones.

Federico Berrueto en Milenio en su columna del 18 de diciembre dice que “De la misma manera con la que el Presidente da cuenta de los opinadores, (cuyos argumentos refuta reafirmando los propios, anoto yo) lo hace con la historia. Lo de él no es una lectura para aprender, conocer o entender, sino para confirmar, para validar lo que ya cree y encontrar una razón superior de destino manifiesto, originario. Superficial sí, maniquea también, pero consistente con el propósito de legitimar el proyecto con la historia.” Sin más ni menos.

Muy atinada caracterización, que me da pauta para traer a colación a la vez, el artículo de Blanca Heredia del 2 de diciembre en El Financiero que sitúa la idea en la ruptura con el pacto oligárquico que consolidó a las élites de la simulación y la corrupción.  En ese sentido y por eso, López Obrador era necesario.

O necesaria la ruptura -si se quiere- y López Obrador a eso llegó, a trasladar los polos del poder público distanciándose de la tecnocracia, de la intelectualidad que llama “orgánica” con su ciencia y su saber; de la llamada sociedad civil organizada que comandó las causas de esa democracia que no trajo igualdad. 

Por eso su discurso es populista, dirigido a los pobres, como los destinatarios de su decir y obrar. No puede ser un discurso democrático, porque no podría diferenciarse de esa oligarquía que, para serlo, tuvo que corromper a las esferas del gobierno y que, valiéndose de la simulación y la estadística, “transparentaba” el uso de los recursos y daba cuenta de los resultados sobre una trama de negocios y contubernios inconfesables y de ilegitimidad disfrazada de legalidad y adornada de democracia.

¿Es López Obrador un reformista? No le interesa serlo, lo suyo es la ruptura con el pasado y el sistema que generó, el cual no puede decantarse por lo fino, sino desecharse. Además de que el razonamiento fino no puede ser lo suyo, porque ciertamente no es un hombre ilustrado ni de pensamiento profundo, es elemental y no necesita más para comunicar lo que quiere decir a quienes se los quiere decir: “Primero los pobres.” Que además son las mayorías. Él no tiene discurso para las causas de la pluralidad y la diversidad.  

No puedo volver la mirada hacia atrás con la nostalgia de un pasado mejor, porque no lo fue. El estado de cosas, la debilidad del Estado tuvo su punto de quiebre con la elección del 18, y la gente puso un alto con lo que tuvo a su alcance.

No estábamos mejor antes, sería cínico de mi parte establecerlo así; ¿mejor con respecto de qué? si el Estado mexicano llegó a la crisis de legitimidad, credibilidad y de las arcas públicas, que nos hizo -como país- perdernos en la falta de institucionalidad, el crimen, la violencia y la desigualdad.

La ruptura entonces era necesaria; pero los actos derivados de la pobreza conceptual del Presidente no lo son, porque no es capaz de tirar el agua sucia, sin el niño. Lo suyo es arrasar, debilitar las estructuras de lo anterior, para dar lugar a un algo nuevo que no está en su mano ofrecer porque no lo tiene: visión, mundo, amplitud, apertura. No es un estadista. 

 Todo lo cual no quiere decir que lo que López Obrador hace carezca de lógica, que la encontramos en su afán de ruptura, pero no en su iniciativa creadora y constructiva: ni los pobres dejan de ser pobres y los estratos medios sufren su embate sin sentido ni alternativa.

El descontento de los estratos medios es ruidoso, pero no mucho más que eso. Al final, la gente le cree, porque necesitaba esa ruptura. En ello estriba su confianza incondicional, en que representa otra promesa, y no lo mismo.    

Dice Blanca Heredia:” …a pesar de sus costos -evitables e inevitables-, la manera de gobernar de López Obrador ha logrado combinar tres cosas difíciles de combinar (sic) en cualquier contexto: el gobierno de la casa, la removida (indispensable) de sus cimientos y el evitar que la casa colapse.”

No creo que se pueda apostar a que la casa no colapsará, pero no sirve explicarnos a López Obrador como un loco y hambriento de poder a la luz de los valores de las clases medias y de las cúpulas de la simulación.

El aspaviento no sirve como oposición, sobre todo si somos la parte perdedora. Y no se nos ve hasta hoy, un dejo de autocrítica. ¿Por qué llegamos hasta aquí?

https://www.facebook.com/OlimpiaFloresMirabilia

@euphrasina (gusto por la elocuencia)

 

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