Lorena Piedad
SemMéxico, 19 de octubre, 2021.- Ayer fue el Día de las Escritoras, desde 2016 el lunes más cercano al 15 de octubre recordamos y recuperamos el legado de las mujeres en la literatura que son discriminadas, poco valoradas o simplemente ignoradas en un espacio gobernado en dictadura por los hombres, como en los tiempos de Sor Juana.
Durante mucho tiempo me negué a nombrarme escritora porque los eruditos sentenciaban que para merecer ese título debías haber nacido con un libro de tu autor favorito en mano y tener una educación estricta en las letras. Los privilegiados habrían ido a las mejores universidades y algunos hasta estudiarían el arte de la escritura fuera del país, lo cual estaba completamente fuera de mi alcance y les compré esas ideas: entonces no soy una de ellos, pensé.
Pese a los pronósticos, las palabras me salían del pensamiento al sentimiento y directo a la hoja, al teclado o a lo que estuviera a mi alcance. La tía Yolanda tenía siempre libretas donde transcribía versos románticos, guardé en mi memoria el clásico “Piano, piano en italiano; yes, yes en inglés, yo te quiero, yo te amo y te lo digo en castellano”. De ella copié la manía de tener siempre libretas con frases, versos, poemas, ese era el inicio.
Algunos opinaban que resultaba muy cursi lo que escribía, que era muy dramática, que así no, que no eran formas, pero un bendito día cuando trabajaba como correctora de estilo en un periódico conocí al escritor Diego Castillo Quintero “si quieres escribir, hazlo, de lo que sea, pero hazlo”. Me aconsejó presentar el texto a mi entonces jefe editorial y ¡pum! Algo nació dentro de mí cuando lo publicó. Quiero hacer esto, sin importar la cantidad de libros que he leído, mi formación académica, mi inexperiencia en redacción, quiero hacerlo porque fluyo entre las letras.
Luego me inscribí a talleres, temerosa de las críticas destructivas de los intelectuales, imaginaba que destrozarían mis textos al argumentar falta de preparación, pero en lugar de eso me encontré con mujeres con la misma pasión que yo por expresarse a través de la escritura. Y hoy quiero que lean sobre ellas porque soy una construcción de sus enseñanzas…
A la primera que conocí fue a Enid Carrillo en un taller en la sala del departamento de Diego Castillo, extrovertida, directa y siempre con atuendos de colores oscuros. La observé con atención por unas zapatillas de tiras que le lucían hermosas aquella tarde, luego me enteré que era el Premio Estatal de Cuento Ricardo Garibay 2018. Esa noche charlamos sobre el desamor y nuestras formas de procesarlo. Hace unos días, por ella me enteré que fuimos seleccionadas para la Primera Antología de Narrativa Breve Escrita por Mujeres de Crisálida Ediciones.
Enid me enseñó que escribir es una necesidad que llevamos dentro. Inició en este vicio a los 15 años y me dijo que no existe una razón específica, solo sucede, solo le dan ganas. Escribe en mi cuento favorito “Mujeres como árboles enanos”:
“Mamá comenzó a empequeñecer cuando tuvo que dejar su trabajo como profesora de una secundaria pública que, según mi padre, sólo le traía problemas y distracciones. Luego de eso, dejó de arreglarse y de preocuparse por ella. Dejó de ser una mujer y se convirtió en un retrato: siempre con la misma expresión y hasta con la misma ropa”.
Pueden leerla aquí:
Y también es una vampiresa de las palabras, aquí la muestra en “El extraño color de las lágrimas de tu cuerpo”:
Meses o semanas después en otro taller de escritura conocí a Ilse Sánchez Quintero, ya la admiraba en redes sociales por amigos en común, ella no lo sabía, pero ya desde entonces quería ser su amiga porque tiene una sensibilidad para las letras que te atrapa, te hipnotiza cada vez que escribe, ella en sí ya es poesía, es una escritora desde que llegó a este mundo. Ilse me enseñó que escribir nos libera de lo que no contamos a nadie. Su primera vez con las letras fue a los 10 años para procesar la pérdida de un ser amado y explica siempre que se sentía fuera de lugar en todas partes, “solo en mi escritura podía ser yo sin intentar complacer a nadie”.
A Dios, en quien no creo,
no le gustaría, dijo,
por la clase de poder que tiene ella:
es ama, al tiempo la dominan.
Aquí pueden leer uno de sus textos titulado “Convalecencia”:
En ese mismo taller, año 2019, vi a entrar a una mujer que vestía una blusa azul cielo, leímos nuestros textos en voz alta y amé su forma de hacerlo. La feminista, la psicóloga, la que todo cuestiona antes de aceptarlo: Claudia Sandoval. Ella me enseñó que no necesitamos la aprobación de nadie para escribir porque nos tenemos a nosotras mismas, que en esta adicción debemos tener carácter para enfrentar las críticas de los intelectuales, de los que no somos dignas de ser nombradas escritoras. Recién coincidimos nuevamente en un taller de crónica y atravesó una etapa que nos sucede a todas cuando sientes que no vale la pena lo que haces, que no es tan importante, pero resurgió con fuerza, como lo haremos todas.
La casa de los espíritus, de Isabel allende, fue la semilla de su anhelo por escribir a los 8 años, con ella compartí mi primera publicación digital en Dubius Ediciones.
Las copas de todos los árboles de la ciudad
estallan en pájaros azules que
se cuelan en la boca de las mujeres, con
sus garras de colores,
les incineran la garganta,
y se deshacen en el estómago,
cada pluma es una lágrima
que muere en la funda de la almohada
y pierde la oportunidad
de alguna vez tocar el cielo.
Aquí pueden leer uno de sus tantos bellos textos:
Yosse Islas, la abogada, la feminista, la poeta, es una de esas coincidencias maravillosas que te otorgan las redes sociales, un día leí “Cafetera” y me impresionó su nostalgia. Toda ella es nostalgia. Compartimos un secreto anónimo del que nunca hablamos por temor o prudencia o por ambas. Con ella aprendí mucho más sobre el movimiento feminista y la importancia de escribir de esos temas que incomodan a una sociedad moralista. Admiro su capacidad de contar su propia historia sin prejuicios y sin miedo a la juzga, al que dirán, algo de lo que todavía padezco.
Pueden encontrar parte de su trabajo en la página de Facebook Aleteo Poético y aquí les dejó parte de ella:
Cafetera
La nostalgia de lo inconcluso
sabe a resaca de vodka
-un domingo por la tarde-.
del brindis con el que despedimos
lo que no somos
y la promesa de lo que no seremos,
pero hubiéramos querido ser.
En Hidalgo las mujeres escribimos, desde luego existen muchas compañeras dedicadas a esta tortura, a este privilegio, a este oficio de tinieblas, podría parecer injusto nombrar solo a unas cuantas, pero son las que me han construido con sus palabras, con sus pensamientos, con sus anhelos, ellas son mis hechiceras. Lo que para algunos son solo textos, para mí es pasión, es lucha, es vida.
Tienen el don de la creación, todo lo que pasa por su mente es literatura, tal como expresó alguna vez Beatriz Espejo de Elena Garro, la partícula revoltosa.
Mención especial para la primera mujer que me habló del feminismo, la docente, la investigadora, la escritora: Elvira Hernández Carballido, lo diré siempre, la primera mujer que creyó en que lo mío era un don y no una maldición. Mi luz en la oscuridad de las críticas insensibles. Mi guía en este camino literario.
¿Yo? Yo quise ser actriz de teatro, luego corresponsal de guerra, pero al paso de los años descubrí que mi mente estaba rota y que aquello no era un castigo sino la dádiva para convertirme en lo que es mi destino: escribir. Yo, como Elena Garro, quise ser un ángel, aunque creo que fui un demonio.
De tarea: mujeres ¡escriban! No importa cuál sea su oficio o profesión. Escriban lo que piensan y no le cuentan a nadie. Escriban lo que sienten y no le expresan a nadie. Un buen comienzo es tener un diario personal. Todas tenemos historias para contar.