Mujeres periodistas y el voto femenino

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  • Un recorrido por la historia del periodismo
  • Con sus plumas críticas, sus preguntas insistentes e impecables escritos también abrieron el camino

Elvira Hernández Carballido

SemMéxico, 13 de octubre, 2020.- El gobierno de las sociedades no puede fundarse más que en estos dos dogmas supremos: la voluntad de uno solo o la voluntad de todos. El primero engendra el despotismo, el segundo consagra la democracia; el uno descansa sobre una usurpación que el tiempo debilita poco a poco hasta que al fin lo arruina; el otro descansa sobre el principio de igualdad y libertad que el tiempo afianza y desarrolla a medida que los pueblos se nutren y fortifican…

La soberanía de la nación es la base de la organización política, la fuente del poder, el principio y la sanción de la autoridad. ¿No resulta evidentemente que es preciso que la nación exprese su voluntad para que se sepa cuál es? ¿Y qué es la voluntad nacional, sino la expresión libre de todos los seres que componen a la nación? ¿Y cómo se conocerá esta expresión sino por el sufragio universal?

Este fragmento fue escrito por Laurena Wright, fundadora y directora del semanario Violetas del Anáhuac (1887-1889) y representa una de las primeras demostraciones públicas de que el tema de la política no lo resultaba ajeno a la población femenina de México pese a que en ese momento no eran consideradas ciudadanas. Las mujeres que escribieron en este periódico heredaron el tesón y perspectiva de Laureana Wright, quien murió en el siglo XIX, pero ya había sembrado en cada una de sus colaboradoras el interés por reflexionar sobre la condición femenina.

Fue así, como muchas de las que escribían en Violetas del Anáhuac, fundaron La Mujer Mexicana (1904-1908) al iniciar el siglo XX. La publicación tuvo diferentes directoras, pero siempre mantuvo su línea editorial. Estuvieron al frente de ella: Dolores Correa Zapata, Luz F. Viuda de Herrera, Laura Méndez de Cuenca y Antonia L. Ursúa.  Desde su primer número hasta el último persistió la idea de que había terminado la época en que se consideraba a la mujer un ser pasivo, inconsciente e irresponsable, porque ellas habían adoptado la ideología feminista que les permitía transformar el comportamiento femenino y, a su juicio, nada mejor que el periodismo para transmitir esas ideas. De manera discreta pero constante consideraban que las mujeres tenían derecho a estar en el espacio público y que si eran educadas en un contexto digno también podían decidir quién las gobernara.

Si se considera a la mujer como niña, que como a tal se le proteja y se le ampare; si se la considera como mujer, que le den todos los elementos educativos y todos los derechos sociales y políticos de los que disfruta el hombre, como es el derecho a decidir quién nos debe gobernar. Desgraciadamente no sucede ni lo uno ni lo otro, especialmente en México, donde la mujer conserva casi todas las prescripciones del feudalismo paterno y marital; donde el hombre, monopolizador de la instrucción y de la luz, al ir desprendiéndose de sus errores, supersticiones y fanatismos, ha tenido especial cuidado de refundirlos y depositarlos en ella, queriéndola dejar en la ignorancia, haciéndola invisible como ciudadana y haciéndola guardar silencio cuando de política se trata.

Otras mujeres mexicanas manifestaron de otra manera su interés por la vida política, lo hicieron de manera directa, fundando publicaciones políticas y externando fuertes críticas al gobierno de Porfirio Díaz, que varias veces las encarceló por ello. Un caso muy ejemplar es del periódico Vesper fundado por Juana Gutiérrez de Mendoza. Ella fue una mujer que de manera abierta, franca, audaz y resuelta criticaba al sistema porfirista. Sus denuncias no quedaban sólo en adjetivos, ella daba argumentos sólidos y ejemplos claros para hacer hincapié en su rechazo al porfiriato:

El General Díaz lo sacrifica todo a la ambición de reinar. La deuda antigua no se alcanza a cubrir, pero ni siquiera a aminorar porque el tesoro nacional se derrocha en canonjías para asegurar lacayos mediante un buen salario; la deuda piadosa fue preciso contraerla porque el General Díaz necesita el apoyo de los mochos y de los yankees; y los mochos y los yankees lo obligaron a echar sobre el tesoro nacional una deuda más, despojando al pueblo para mantener holgazanes en California.

El presidente necesita prestigio en el extranjero y se lo procura como los fanfarrones de barrio, derrochando en superfluidades lo que no tienen para cubrir necesidades. 

Juana Gutiérrez lamentaba que pocas personas denunciaran esta situación, pero también advertía el alto precio que estaba pagando la prensa independiente por dar a conocer el atropello de garantías y derechos. Como prueba citaba los nombres de los hermanos Flores Magón y otros periodistas encarcelados en Belem. Pero más le indignaba la indiferencia de 16 millones de mexicanos ante las acciones de un gobierno represor y cruel.  Aseguraba que era necesario acusar al tirano que atropellaba, pero también a los cobardes que se inclinaban ante tanta injusticia. Así, en un texto escrito junto con la hidalguense y también periodista hidalguense Elisa Acuña y Rosete, mostraban su indignación por la cobardía del pueblo:

Mexicanos: ¿No os ruborizáis de que esto pasa ante vosotros? ¿Habéis degenerado tanto como vuestros enemigos que ni ellos ni vosotros sintáis vergüenza? ¿Ellos de perseguir mujeres y vosotros de permitirlo? Por eso os acusamos y por eso hemos venido a ocupar vuestro puesto. Porque sois incapaces de defender a vuestros conciudadanos, por eso lo hacemos nosotras, porque sois incapaces de defender vuestra libertad, por eso hemos venido a defenderla para nuestros hijos, para la posterioridad a quien no queremos legar sólo la mancha de vuestra ignominiosa cobardía. Porque no usáis de vuestros derechos, venimos a usar de los nuestros, para que al menos conste que no todo era servilismo en nuestra época.

Pese a no tener el derecho a votar, otra de las mujeres que escribieron en Vesper fue la hidalguense Elisa Acuña Rosete, ella consideraba que la política no les era un tema ajeno y expuso sus opiniones con seguridad, sintiéndose parte de ese sistema político, criticaban la falta de democracia y les preocupaban todos esos años de dictadura.  La postura política de ella y de Juana Gutiérrez de Mendoza maca un antecedente muy importante de la presencia femenina en los temas políticos.

Otras mujeres buscaron en las publicaciones fundadas por hombres los espacios para opinar sobre temas de actualidad. En el Diario del Hogar, por ejemplo, se insertaron textos con firmas femeninas, y aunque no fueron colaboraciones constantes, destaca que, de manera sencilla e inocente, el voto femenino fue un tema abordado como puede advertirse en este artículo publicado en 1911:

Ya el club femenil “Las hijas de Cuauhtémoc” empezó la campaña, dándonos ánimos para los próximos comicios. Yo, humilde servidora de ustedes, hago un sencillo esfuerzo con el mismo objeto de explicar que la política no nos es ajena y por lo tanto podemos acercarnos a la gente del pueblo para explicarles sus derechos e ilustrarlos sobre los datos necesarios para que su elección sea libre y espontánea. Por eso, cada una de vosotras, entusiasta patriota, pueden contribuir a vuestros ideales ilustrando a todos los individuos que a su alcance estén y que por su poca cultura no comprenden la trascendencia de las elecciones… Cada individuo que hayamos convencido detallando los méritos de nuestros candidatos será un coto y sin votar personalmente habremos votados cuantas veces encontremos un adepto. ¿Veis cómo podemos votar?

Cabe destacar también que esas publicaciones representativas del porfiriato, en algunas ocasiones, advirtieron la lucha femenina en sus escenarios públicos. Es así como se puede encontrar, en 1911, una nota en la primera plana de El Imparcial donde se informaba “Las mujeres solicitan tomar parte en la lucha electoral”. El reportero destacó que las sufragistas mexicanas dijeron “gallardamente” que si tenían obligaciones lucharían por tener derechos. Su propuesta fue la siguiente:

Que el primer magistrado dirija al Congreso de la Unión una iniciativa pidiendo que a las mujeres les sean reconocidos los mismos derechos que a los hombres, en lo que se refiere a votar y ser votadas en las elecciones para el desempeño de puestos públicos.

El texto fue firmado por más de cuatrocientas mujeres, entre las que estaban Juana Gutiérrez de Mendoza, María López Trinidad Castro, Luz Álvarez, Laura Mendoza, entre otras. Sin embargo, aunque el suceso salió en primera plana, el reportero lo minimizó al buscar testimonios de hombres que coincidieron que la Constitución otorgaba el derecho de votar a todo mexicano y jamás prohíbe a las mujeres hacerlo, por lo que les parecía absurdo que se proteste al respecto, aunque se reconoció que si bien nadie las excluía expresamente del ejercicio de los derechos políticos, pero tampoco se los otorgaba.

La idea se mantuvo latente, hasta el momento en que se firmó la Constitución de 1917, donde las mujeres mexicanas se sintieron traicionadas. Mujeres como Hermila Galindo, denunciaron que en el Carta Magna no se les reconocía como ciudadanas. Esta periodista mexicana, fundadora de La mujer Moderna, semanario con tendencia feminista y critica sobre la condición femenina, destacó en esa época por sus argumentos para lograr que las mujeres mexicanas tuvieran derecho a votar.

En 1916 aludió a su condición de “ciudadano” (el artículo 34 constitucional establecía que podían votar y ser votados los “ciudadanos” de la República que tuvieran 18 años si eran casados o 21 si eran solteros y tuvieran un modo honesto de vivir) y lanzó su candidatura, la primera en la historia del país para diputada federal del 5º distrito electoral de la ciudad de México. No obtuvo la victoria, pero sentó el precedente de erigirse como la primera censora legislativa en México al advertir a quien ganó en su distrito que vigilaría y denunciaría si era necesario su comportamiento político. En ese mismo año escribió la siguiente reflexión sobre el tema, texto recuperado por Rosa maría Valles en su libro sobre la vida de Hermila Galindo:

Pedimos el derecho al voto precisamente para eso: para conseguir que en los tenebrosos antros de la administración del país entre un poco de sol y de aire limpio…para luchar por la salud moral y material de la patria…para atajar la dilapidación y ordenar el gasto… para procurar la repartición un poco más equitativa del plan, que es de todos.

Necesitamos el derecho al voto por las mismas razones que los hombres; es decir, para defender nuestros intereses particulares, los intereses de nuestros hijos, los intereses de la patria y de la humanidad, que miran a menudo de modo bastante distinto que los hombres.

A los que nos acusan de querer salirnos de nuestra esfera, respondemos que nuestra esfera está en el mundo, porque ¿qué cuestiones que se refieran a la humanidad no deben preocupar a la mujer, que es un ser humano, mujer ella y madre de mujeres y de hombres? 

Ese mismo año de 1916, un año antes de que se firmara la nueva Carta Magna, las mujeres mexicanas buscaron diferentes tribunas para manifestar su interés en la política. En una entrevista, Elena Torres declaró ante una directa pregunta: ¿Qué quieren las feministas mexicanas? Ella respondió directa y concretamente:

Queremos, como primera concesión, la igualdad política; la mujer sin tener los derechos y prerrogativas que el hombre, es contribuyente como él, para todos los casos. Nosotras pedimos que vote la mujer, pero la mujer consciente. Nos atreveríamos a pedir una forma de sufragio idéntica para los hombres.

De igual manera, Hermila Galindo no dejó de insistir en el tema. A través de su periódico, hasta el último número, hizo referencia en el tema. En un artículo titulado ¿Para qué quieren el voto las mujeres? Galindo explicó que el asunto era la parte medular, “batallona”, del feminismo. Las mujeres como buenas amas de casa están deseosas de que el país esté limpio como el hogar, afirmaba.

Piden el derecho al voto precisamente para eso: para conseguir que en los tenebrosos antros de la administración del país entre un poco de sol y de aire limpio, para luchar por la salud moral y material de la patria, para atajar la dilapidación y ordenar el gasto, para procurar la repartición un poco más equitativa del plan, que es de todos.

Sin embargo, no todas coincidían en la postura sobre el sufragio femenino, un espacio de gran discusión y debate fue el Congreso Feminista de 1916, celebrado en Yucatán. Después de múltiples discusiones, las congresistas aceptaron que la mujer podía votar, pero no ser votada. El referendo quedó representado de la siguiente manera: 90 delegadas votaron por el derecho a ser elegidas y 60 deciden que las mujeres no deben aspirar “aún” al derecho a ser votadas. La luchadora social Porfiria Ávila lamenta públicamente “que aún no se le conceda el derecho de ser votada”, pero mostró un optimismo admirable: “Seré perseverante. Soy vieja, pero no le hace. Hoy no he conseguido mi propósito, pero con el tiempo lo conseguiré…”

Fue así como en la década de los treinta surgió un gran repunte por la lucha del voto femenino. El Frente Único Pro Derechos de la Mujer aglutinó a cientos de mujeres que lucharon por ese derecho y junto a ellas, tomando nota de lo que ocurría, estuvo una reportera.

Elvira Vargas fue una verdadera precursora del periodismo hecho por mujeres… Combativa y valiente, atenta a la denuncia, compromiso periodístico a flor de piel. Se convirtió en reportera en la década de los treinta y cubrió muchos sucesos noticiosos, fue reportera de la fuente presidencial, pero, sobre todo, estuvo atenta al tema de la lucha de las mujeres por el derecho al voto.

Ella nació en Tlapujahua, Michoacán en 1906, campo minero donde la gente era trabajadora, pero muy pobre. Después, emigró con su familia al estado de México, sin mucha suerte porque siguieron viviendo en condiciones de gran pobreza. Por ello, luego de estudiar la primaria y la secundaria, decidió probar solita en la capital del país. Estaba por cumplir los quince años. Estudió la preparatoria en San Idelfonso y entró a la universidad a la Facultad de Derecho, deseaba ser abogada. Vivía sola, enfrentó una situación muy precaria, pero que la fuerza de su alma la inspiraba para buscar la manera de estudiar y trabajar. Siempre disciplinada, Elvira logró equilibrar el compromiso político, la escuela y el trabajo. Necesitaba tener un sueldo para mantenerse, por eso se atrevía a ser secretaria o empleada de un establecimiento.

Fue hasta que, cuando la despidieron de un despacho, que alguien le recomendó que fuera al periódico El Nacional, por eso repetía continuamente que la desgracia la orilló a ser periodista. Su primera tarea fue hacer cabezas, luego se encargó de formar toda la plana; más tarde, a redactar. Todas las mañanas llegaba a la redacción y por la tarde se iba a la universidad, que estaba en el centro histórico de la ciudad de México.

Su primer gran acierto para convertirse en reportera fue aprovechar la visita del General Lázaro Cárdenas a su colonia y entrevistarlo. La decisión fue muy acertada, pero más el texto que redactó. Su jefe de redacción empezó a confiar en ella y la asignó para que cubra la campaña de quien sería presidente de México de 1934 a 1940. Ella no sólo siguió al candidato, también entrevistó a la gente, describió la situación social y económica de los poblados que visitó, hizo certeros comentarios y críticas fundamentadas. Su mismo afán de ganar la noticia, su seriedad al tratar los asuntos políticos y su carácter sincero y expresivo le ganó el absoluto respeto de sus colegas.

Constantemente Elvira Vargas escribió para denunciar situaciones injustas, que violaban los derechos humanos de los mexicanos y las mexicanas. Pero, al mismo tiempo, en sus textos había destellos de esperanza, de compromiso, de fuerza y de honestidad. Así, durante la campaña de alfabetización que lanzó Cárdenas, muchos maestros fueron atacados en poblaciones acusados de comunistas. Vargas hace una emotiva crónica sobre un caso lamentable de violencia:

María Guadalupe Río de la Garza, maestra rural en San Jerónimo, Jalisco, modestamente vestida, la cabeza cubierta con un chal negro, aun impotente para contener las lágrimas nos dijo: “Mi hermana María Elena y yo fuimos víctimas de doscientos bandoleros que atacaron nuestra casa, la que defendimos hasta el último momento; pero al fin, durante la noche, nos sacaron y golpearon, diciéndonos que éramos ateas, con tratos con el diablo, nos llevaron al monte. Mi hermana estaba a punto de ser madre. Después de golpearnos y humillarnos, se ordenó que nos fusilaran. La obscuridad me protegió y pude correr entre la hierba, herida. Mi hermana fue asesinada, la mutilaron horriblemente”.

María Guadalupe no puede, cuando relata estos hechos, contener los sollozos. Alrededor de ella, un grupo de periodistas y de maestros rurales sentimos la tragedia viva de estos apóstoles de la Revolución.

Elvira tuvo mayor oportunidad de practicar la conversación periodística cuando apareció la columna titulada «La entrevista de hoy», la cual era compartida con todos los reporteros del periódico. Así, entrevistó a un número representativo de personas que sobresalieron en diversos campos como el magisterio, la arquitectura, la música, la historia, la medicina, la literatura o la economía.

Quizá sin proponérselo, aprovechó el espacio para darles voz a las mujeres. Esto demuestra que identificaba las cuestiones de la condición femenina como algo importante en el contenido de la información periodística. Sobre todo, aprovechaba cada charla para hacer referencia al tema del momento para las mexicanas: el voto femenino.

Así pues, le planteó a la economista Estela Sanjines sobre el derecho de las mexicanas a votar y Vargas detalla que su entrevistada le respondió temerosa e indecisa, según la descripción de la reportera, la contestación fue muy breve, que le «parecía bien en teoría, pero que era imposible lograrlo en la realidad pues no le veía mucha importancia ya que de todos modos se iban a seguir cometiendo fraudes electorales”. Anotó que le sorprendió la respuesta, pero no criticó ni trató de debatir en la entrevista. No descalificó a su contemporánea, pero sí fue en busca de la voz de otra, en este caso la doctora Esther Chapa:

— Y del voto, en concreto, ¿qué opina?

Es indudable que en la lucha de la mujer mexicana por la consecución del voto sin restricciones viene a ser un factor de primerísima importancia la creación del Partido de la Revolución Mexicana que tiene en su programa de trabajo y en sus principios de lucha por ese derecho para la mujer. El reconocimiento de la capacidad de la mujer mexicana para intervenir en la vida cívica del país de una manera amplia y decidida por lo que la adhesión de todos los grupos femeniles y de todas las mujeres a ese partido facilitará nuestra tarea para llegar al triunfo de nuestras aspiraciones.

– Hace unos días, interrumpo, una señorita economista opinaba que la mujer con la concesión del voto no había logrado otra cosa que el derecho para que se le hiciera, como a los hombres, fraude en las urnas electorales, ¿qué me dice?

No lo creo, contesta, menos cuando la clase trabajadora dentro de la que se cuenta una inmensa mayoría de votantes, se organiza mejor cada vez y tiene más clara conciencia de clase y de responsabilidad. Pero suponiendo que así fuera, de todas maneras, el voto para la mujer tiene un gran significado. Ya no sólo porque la coloque en las mismas circunstancias que el hombre, sino porque le da cierta entidad moral y social; más respetabilidad en el campo de sus actividades; una categoría que no se concreta a depositar un voto, sino algo más alto y noble: calidad social y humana.

Como reportera de la fuente presidencial, acompañó a Lázaro Cárdenas en todas sus giras. En cada conferencia de prensa, ella aprovechaba para levantar la mano y preguntar: “Señor presidente, ¿ya tomó una decisión para hacer realidad el derecho al voto de las mujeres?”. El silencio o la respuesta esquiva, general o llena de promesas nunca le quitó la perseverancia de plantear cada vez que podía esa interrogante. Hasta que, en otro evento, guardó silencio en el espacio de las interrogaciones. El mismo Cárdenas, antes de terminar la charla con los periodistas, le preguntó: “Disculpe, Elvira, ¿hoy no me preguntará por el voto de las mujeres? La voz de la reportera, se dejó escuchar con fuerza y decisión en el lugar: “Para qué, señor presidente, es un tema en el que no se ha querido arriesgar a tomar una decisión”. Su respuesta ganó la primera plana de El Nacional.

Vargas no se equivocó, si bien el mismo presidente Cárdenas reconoció lo injusto que era negarles el voto a las mujeres, durante su mandato no se los concedió. Esto ocurrió porque, justificaba el gobierno, en la última fase del proceso legislativo el Congreso de la Unión no se hizo la declaratoria de la reforma Constitucional, como lo indicaba el artículo 135, por lo que el ejecutivo no lo promulgó, “aunque en realidad no entró en vigor por temor de que las mujeres pudieran afiliarse políticamente a la corriente conservadora del país”.

Este recorrido histórico ha querido mostrar que las mujeres periodistas del siglo XIX, principios del siglo XX y de la década de los treinta por medio de sus artículos y crónicas intentaron explicar, mostrar y hasta denunciar las razones de la persistente marginación y exclusión de las mujeres de las esferas políticas y los efectos de ello en la imposibilidad de avanzar hacia una mayor equidad social y hacia el empoderamiento de las mujeres como sujetos sociales. Pese a ello las inequidades de género se mantienen vigentes en la participación política a pesar de la igualdad formal de las personas ante la ley que garantiza igual goce de derechos a mujeres y hombres, situación que constituye un problema central en las democracias modernas.

A través de sus publicaciones permitieron atisbar a sus lectoras que la política se delimitó como un ámbito masculino, y se justificó la exclusión de las mujeres por su supuesta imposibilidad de concebir ideas y discernir ideologías o normas morales. De una manera sencilla pero directa, lograron advertir en sus textos la oposición entre las cualidades “propias de los hombres” y las “propias de las mujeres” que conformaría al espacio público como esencialmente masculino, mientras que el espacio privado sería inherente a lo femenino, el lugar “natural” de las mujeres, que se distingue por su subordinación real y simbólica al poder masculino. En público se ubicaría lo político, lo social, lo económico, lo cultural, es decir, todas aquellas actividades o esferas vitales para el interés colectivo de la sociedad. En oposición, el espacio privado se conformaría en la esfera íntima de lo familiar y de lo doméstico.

La dicotomía entre lo público y lo privado determinó la división sexual del trabajo, que se caracteriza por la definición de jerarquías, disparidades y relaciones de poder entre los géneros. Lo masculino se impuso sobre lo femenino generando desigualdades y discriminaciones en cuanto al acceso, uso y control de oportunidades, en la adopción de decisiones, en el manejo de los recursos, así como en la falta de reconocimiento de sus derechos. Sin duda, estos argumentos de la sociedad patriarcal fueron comprendidos por las periodistas y analizado, criticado y rechazado en sus textos.

Las periodistas recuperadas abordaron que los derechos políticos y la ciudadanía tenían como fundamento la exclusión femenina y la confirmación de los varones como sujetos políticos. El sufragio era restringido según requisitos económicos, raciales y sociales.

Gracias a las publicaciones periodísticas de estas mujeres, las luchas sufragistas de las mujeres pueden observarse como escenarios que permitieron avances en la construcción de la ciudadanía femenina,  noción que cubre tres dimensiones: la  social, sobre los derechos  del bienestar social y económico; la  política, que se centra en el derecho al voto y a la intervención en lo público; y la civil, que abarca la libertad individual, la igualdad ante la ley, los derechos de propiedad y de justicia.

Y eso que la lucha, estaba en sus inicios…

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