Vida y Lectura| El que nada debe…

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Marcela Eternod Arámburu

SemMéxico, Aguascalientes, 25 de septiembre, 2021.- Para poder comprender, entender nuestra realidad, en toda su complejidad es necesario no solo verbalizar la realidad, sino también conceptualizar el mundo de tal manera que podamos con conceptos generales subsumir la especificidad de la variedad y la diferencia. No importa el tema del que se trate, en la cotidianidad contamos con un conjunto de herramientas que permiten simplificar lo complejo y establecer premisas para los diferentes contextos que permitan deducir rápidamente la verdad o falsedad de lo expresado sobre alguna cosa.

Aunque el refranero popular mexicano siempre ha estado presente en los medios de comunicación, últimamente éste está sustituyendo los sesudos análisis y las opiniones y comentarios más elaborados. Modas de Palacio, dirán algunos. El hecho es que la simpleza argumentativa y analítica generalmente conduce a los espejismos axiomáticos del tipo: esto es así porque yo lo digo, que no solo impiden conocer y analizar, sino que llevan a construcciones falaces y a la asunción de la mentira como verdad, con sus terribles consecuencias.

Algunos viejitos dicharacheros, piensan que todo puede sintetizarse en una sentencia y que con ello todas y todos podemos sacar las conclusiones pertinentes. Nada más lejos de la verdad y nada más nocivo para el aprendizaje y la comprensión de cada una de las situaciones.

Cuando se afirma “el que nada debe, nada teme” se lanza una sentencia al aire que no depende para nada del contexto, la circunstancia y la realidad, que debieran ser núcleos centrales para la comprensión de lo que ocurre. No es necesario inscribir el refrán en un contexto particular ya que el refrán se aplica para todo, pero siempre, aunque parezca ingeniosillo, es para no hacer un análisis a fondo de la situación concreta.

Hace ya casi 10 años, Daniel Kahneman, el único psicólogo que ha ganado un Premio Nobel de Economía, publicó un libro que aporta sólidos elementos para entender nuestros procesos mentales, nuestra manera de pensar y de conocer, de percibir y de concluir, de entender circunstancias y reaccionar ante ellas: “Pensar rápido, pensar despacio” en el cual explica que en cada persona funcionan e interactúan dos maneras de pensar ( a las que el autor denomina sistemas) una muy veloz, emocional, básica e intuitiva que permite clasificar, categorizar,  encajonar y concluir en instantes si hay o no peligro, si es confiable o no una persona, y si se puede o no asumir como verdaderas algunas premisas y sacar conclusiones y certezas con base en ello.

La segunda manera de pensar siempre es racional, analítica, lenta, reflexiva, cuestionadora y crítica. Pero, dado que requiere de conciencia y esfuerzo, orden e información, análisis y síntesis, contrastes y contextos, método y lógica, exige capacidades y esfuerzos sostenidos. Por lo anterior, es fácil entender las preferencias inconscientes por el sistema rápido, aunque nos lleve, una y otra vez, a errores y juicios desafortunados y perversos.

Cuando sacamos conclusiones, elaboramos juicios, emitimos opiniones o construimos certezas incuestionables, sin un conocimiento mínimo, puede que le atinemos, pero es seguro que no lo sabremos porque para ello se requiere de un pensamiento consciente, cuidadoso y lógico.

Independientemente de que tanto hombres como mujeres utilizamos las dos formas de pensamiento, hay evidencias suficientes para afirmar que a lo largo de la historia el patriarcado reprodujo sus argumentos viscerales, sus prejuicios irracionales y, utilizando la fuerza, ante la ausencia de la razón, obligó a las mujeres a pagar lo que no debían, contradiciendo el refrán tan mentado en esta semana.

Aquí es obligado un paréntesis, las mujeres como colectivo amplio y diverso, generalmente no quedamos a deber nada, diario tenemos algo que pagarle al patriarcado -en muchas ocasiones varias veces al día y con altísimos intereses- ya sea nuestra cuota de subordinación, prudencia, abnegación, sufrimiento y obediencia; o la cuota de violencia, humillación, desprecio o invisibilidad que tradicionalmente nos exigen al demandar igualdad plena y real. Ellos han pensado rápido durante siglos y siguen haciéndolo con sus prejuicios centenarios, sus clasificaciones espurias y sus primitivos refranes.

Algunas de nosotras, no todas, sabemos que simplemente no es cierto que “el que nada debe nada teme”, porque la historia, nuestra historia, tiene cientos de ejemplos de que millones que no debían nada, tenían mucho que temer. Y tenemos mucho que temer porque el simplismo refranero impide el análisis básico, elimina datos y estadísticas, reduce tramposamente lo complejo a lo aparentemente sencillo, miente y se regodea en su propia ignorancia, convencido de que entiende todo, sabe de todo y jamás se equivoca. Lamentable.

En suma, el libro de Kahneman puede ayudar a comprender en qué nivel se encuentra hoy la conversación pública y porque debemos de pasar esa conversación a un nivel analítico-racional, se trata de abandonar los populares, contradictorios y temibles refranes que, con su simpleza, impiden conocer realmente los problemas, sus causas y sus posibles soluciones. En síntesis, urge abandonar el pensamiento límbico, reptiloide, y pasar al reflexivo, intelectual, cognitivo.

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