Violencias machistas en el foco de una cooperativa: Mario Lázaro Díaz Carmona, panadero 

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Cuba

*Casa Potin hace meses que el covid-19 la puso en pausa y cambiado completamente las rutinas 

Se acompaña del Grupo América Latina, Filosofía Social y Axiología (Galfisa)

Sara Más

SemMéxico/Semlac, La Habana,   Cuba, 2 de agosto 2021.- Identificar las violencias machistas desde el espacio personal y cotidiano, donde muchas veces transcurren como «algo normal y natural», puede ser el primer paso para reconocer un problema social que hace falta cambiar.

«Vivimos en una sociedad machista y las expresiones de violencia se ven a diario en la calle, en la televisión, en los espacios de trabajo», asegura Mario Lázaro Díaz Carmona, panadero en Casa Potin, un restaurante en la céntrica barriada del Vedado, en La Habana.

Hace ya varios meses que la covid-19 ha puesto en pausa o cambiado completamente las rutinas de ese centro gastronómico, que tuvo que cerrar sus puertas al público por un tiempo y pudo reabrir en febrero pasado apenas un punto de venta de alimentos, solo para llevar, sin hacer estancia allí para evitar contagios.
Esa posibilidad les ha permitido sostener varios servicios, cubrir algunas demandas, que sus asociadas y asociados se mantengan en actividad y reciban anticipos y utilidades para llevarse a casa.

Reinventarse ha sido la divisa para el colectivo de esa cooperativa gastronómica creada en 2013 y que ha lidiado también con carencias materiales y de insumos para poder permanecer abierta al público. Almuerzos y alimentos para quienes viven cerca o están de paso, encargos de comida, ofertas de dulces y panes alivian los días duros de pandemia.

Cuando han podido, han dirigido además algunos servicios gratuitos de apoyo a la comunidad, incluida la policía que patrulla la zona, el personal de algunos centros laborales del barrio, la Casa del Abuelo cercana y a quienes trabajan en el vacunatorio de la zona.

Con el acompañamiento del Grupo América Latina, Filosofía Social y Axiología (Galfisa), del Instituto de Filosofía, la cooperativa Casa Potin se adentra también en temas sobre economía solidaria, género y feminismos.

«Trabajamos desde adentro en el apoyo a las mujeres, su liderazgo y los principios del trabajo cooperado», dijo a SEMlac su presidenta, Tania Cano Méndez.
Justamente por la inestabilidad provocada por la pandemia y la falta de insumos, combinadas con situaciones personales y de cuidado familiar, no pocas asociadas han abandonado la cooperativa, donde actualmente laboran 13 hombres y siete mujeres, la mayoría jóvenes.

Junto a Galfisa, Casa Potin se involucra ahora en una nueva experiencia: la de tratar de convertirse en un espacio seguro y libre de violencias al interior de su colectivo laboral y también de cara a la comunidad donde se enclava, rodeada de teatros, paradas de ómnibus, un banco, un correo, otros centros de trabajo, edificios multifamiliares y viviendas, en una zona de paso frecuente en la ciudad.

Reconocer el problema

Lidiar con sus propias percepciones y creencias ha sido el primer peldaño. No es posible prever y ayudar consecuentemente a otras personas, sin admitir primero sus propios mitos y desconocimientos, sin librarse antes de prácticas pratriarcales y machistas que están en la base de las desigualdades de género que sostienen las violencias. O, al menos, reconocerlas.

«Quien no ha sido víctima de algún acto violento, conoce alguna historia o ha sido testigo», sostuvo Cano Méndez a SEMlac e insistió en la necesidad de actuar ante estos hechos, cuestionarlos y contribuir a erradicarlos.
Los espacios laborales son también escenario ideal para irradiar conocimientos y brindar apoyo a las mujeres en situación de violencia que lo necesiten, agregó. Para ella, que la razón de ser de Casa Potin sea brindar servicios al público es una fortaleza en ese sentido.

En un primer taller junto a la cooperativa Dijo y en alianza con la Campaña cubana Evoluciona contra la violencia de género, en diciembre de 2020, se trató el tema colectivamente en la cooperativa, por primera vez, a propósito de los 16 días de activismo contra la violencia hacia las mujeres.
Además de intercambiar ideas y conocimientos, idearon una variante culinaria de «pollo 0 tolerancia al machismo» como parte de un supuesto «recetario para encerrar al patriarcado». La combinación tenía, entre otros ingredientes, «sal de vida sin estereotipos sexistas» y recomendaron servirla «con respeto y paciencia».

El pasado mes de julio retomaron el debate de ideas y propuestas, con la intención de activar algunas iniciativas, volver a discutir sobre el tema, pensar variantes de apoyo y conocimiento de cara al público que se acerca y concretar acciones.
«Es un tema del que se habla porque la violencia existe. Últimamente se ve y se habla mucho de esto, lo que ayuda también a conocer y a tener una perspectiva diferente», reconoce Díaz Carmona.

Dialogaron sobre las causas de las violencias machistas, de las formas sutiles en que se expresa y también las más evidentes, de las desigualdades naturalizadas que sobrecargan a las mujeres en los cuidados familiares, del acoso callejero y el laboral, del control en la pareja, del peligro de compartir contraseñas del móvil y las redes como prueba de amor y confianza, de los motivos que mantienen a las mujeres en las relaciones violentas, del tipo de ayuda que necesitan, entre otros asuntos.
Georgina Alfonso, directora del Instituto de Filosofía e integrante de Galfisa, les insistió en que «no tiene que ser el odio o la violencia lo que se imponga, sino el sentido humano de la vida. Ocurre en la casa, en la calle; entre padres, hermanos, en la pareja… y hace falta conocer también cómo fluye en un espacio productivo».

Mensajes en los envases de productos, sueltos con información, videos bien seleccionados y sin imágenes sexistas en los televisores y un sello que distinga al colectivo como cooperativa libre de violencias fueron algunas de las propuestas que seguirán discutiendo en un grupo de WhatsApp y van perfilando en el camino.

Para Dayana Gutiérrez López, elaboradora de 24 años, resultó una experiencia interesante. «Me gustó», dice escuetamente sobre su primera experiencia en este tipo de intercambio, donde todo lo que se habló le parecía interesante y aprendió a ver el problema, a conocerlo.

El taller fue también el espacio para que Adrián González Torres, «dependiente, cajero y lo que haga falta» y quien ahora se desempeña como vendedor, conociera que hay un mapa que recoge los lugares a los cuales pueden acudir las personas en situación de violencia para encontrar alguna ayuda.

El joven de 28 años no solo supo de información para transmitirle a una pareja amiga que ya pasó de la violencia verbal a la física, también confía en lo que se puede hacer en el intercambio con el público que llega hasta Casa Potin. «Aquí se acerca todo tipo de gente, con diferente nivel de instrucción y situación económica, que puede irse de aquí con una información que le sirva para actuar», asevera.

Una apuesta que es necesario aprovechar, a juicio de Mirell Pérez González, de Galfisa, porque «tienen la posibilidad real de ser replicadores de mensajes contra la violencia machista y de ayudar a su prevención no solo a lo interno, sino también en su entorno social, hacia la comunidad».(masfarias5@gmail.com)

 

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