Cuba: Desmontar estereotipos para prevenir las violencias

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  • Estos imaginarios afianzan la idea de la fuerza de los hombres
  • Hay una relación directa entre los estereotipos y la violencia

Dixie Edith

SemMéxico/SEMlac, La Habana, 27 de enero, 2025.- Los estereotipos y roles de género son aquellas ideas que establecen o nombran lo que significa ser mujeres y hombres y cómo se espera que, tanto unas como otros, se comporten. Aunque no operan solas, estas pautas están en el origen de las violencias machistas y han sido, históricamente, normalizadas e invisibilizadas.


Para la psicóloga Yohanka Valdés Jiménez, son construcciones sociales y culturales que llegan, incluso, «un poco más allá».


«Se trata de lo que se espera de lo masculino y lo femenino, y de la relación que se establece entre ambas partes, a partir de imaginarios y creencias que se reproducen en la vida cotidiana», asevera.


Para la especialista de vocación feminista, estos imaginarios afianzan la idea de la fuerza de los hombres, de que ellos deben ser severos y comportarse como proveedores. En tanto, en el caso de las mujeres, identifican la debilidad y la sencillez, entre otras características distintivas.


«De alguna manera, eso va creando una visión de que las mujeres están por debajo de los hombres; es decir, construye unas relaciones asimétricas donde hay un abajo, que generalmente son las mujeres o lo considerado femenino, y un arriba, que es lo considerado masculino».

¿Por qué se dice que la persistencia de estereotipos de género está en el origen de muchas violencias?


Hay una relación directa entre los estereotipos y la violencia en el sentido de que son concepciones, ideas e imaginarios que suelen ser asumidos de manera muy acrítica por la sociedad en su conjunto. Las personas que se alejan de esos patrones resultan a menudo juzgadas por la sociedad.


Por ejemplo, muchas veces se acentúa la idea de que las mujeres son propiedad de los hombres y eso refleja una relación de poder que luego se coloca en el centro de las relaciones violentas.
Todo lo que tiene que ver con someter o subordinar a una persona por el hecho de ser mujer -o por alejarse de los patrones considerados tradicionalmente masculinos o femeninos, en el caso de las personas con otras orientaciones sexuales o identidades de género– es una relación desigual de poder.


Cuando estas desigualdades se reproducen, por lo general ocurren prácticas violentas que causan daño a quienes no cumplen esas normas. Por tanto, se vulneran sus derechos. Visibilizar eso es clave para entender que los estereotipos de género funcionan en la reproducción de las violencias.

¿Cuáles son los principales imaginarios sociales que sostienen las violencias machistas?


Hay imaginarios sociales relativos a la violencia que se asocian con los estereotipos y tienen que ver con las causas de las violencias machistas. Otros están relacionados con las consecuencias y también con la manera en que estas violencias se expresan.


Por ejemplo, suele acuñarse que el alcohol o las drogas son la causa de la violencia, con lo cual se justifica también ese comportamiento. Es decir, se desconoce que la violencia es una realidad, un problema que es aprendido y, por tanto, las múltiples causas que están asociadas a ella.


Otros imaginarios se vinculan con el hecho de que, si has vivido violencia en la infancia, tienes muchas posibilidades de ser violento en la adultez. Esto invisibiliza toda posibilidad de desaprender comportamientos. También está el mito de que el hombre es violento por naturaleza. Al final, todo esto lo que hace es justificar la violencia y acentuar que no hay posibilidad de cambio.


Más relacionada con las manifestaciones de la violencia está, por ejemplo, la creencia de que la violencia psicológica no es tan grave como la física, o de que en una relación de pareja no se debe hablar de violencia económica porque, al final, siempre habrá una persona que aporte más o tenga mayor autonomía.


Igualmente, muchas veces se cree que la violencia sexual se produce, justamente, porque una de las personas -generalmente las mujeres, pero también en las mujeres trans, hombres homosexuales y hombres trans- lo busca. Es decir, hay toda una construcción cultural en torno al hecho de que existe un sujeto o sujeta más vulnerable, que merece la violencia.


La forma de vestir también es un imaginario muy acuñado para justificar que los hombres se metan con las mujeres y las piropeen, algo bastante naturalizado en Cuba.


Respecto a las consecuencias, hay una construcción en torno a que si la violencia ocurre una vez, no es tan grave; lo cual desconoce que, incluso una vez, se puede llegar al asesinato de la otra persona.


Finalmente, hay otros imaginarios que parecería no estar tan vinculados a la violencia, como la idea de que todas las mujeres debemos ser madres, pero que acentúan el rol reproductivo de las mujeres y la poca capacidad de elegir sobre su cuerpo.


Estas ideas están muy presentes culturalmente y son difíciles de modificar, pero también son utilizadas para justificar una realidad que existe y, por supuesto, retan toda posibilidad de desmontaje.


¿Qué hacer para desmontar todas estas creencias?


Es importante, en primer lugar, la sensibilización. Es decir, trabajar con las personas todos aquellos argumentos que muestren que no hay una relación directa, lineal y causal entre el hecho de ser hombre o mujer y el asumir determinados comportamientos. No solo desde el punto de vista sexual o de género, sino también desde el punto de vista del color de la piel, la escolaridad, etcétera.


Otra cuestión importante es desmontar los perfiles de la violencia. Hay imaginarios que dicen que un hombre violento vive en un barrio marginal, tiene bajos ingresos y, generalmente, usará la fuerza, desconociendo que hay otros que no tienen estas características y resultan igual o más violentos.


También se cree que una mujer víctima es solo aquella dependiente económicamente, con pocos recursos y pocas redes sociales. Sin embargo, hay otras mujeres con mejores condiciones que son víctimas de la violencia.


Desmontar estos imaginarios también tiene que ver con la posibilidad de mostrar otras maneras de vivir las relaciones humanas e historias de cambio, siempre teniendo en cuenta que son trasformaciones que requieren tiempo y estrategias de influencia, ya que estamos hablando de un proceso cultural de muchos años, en una sociedad patriarcal y machista.

¿Cuáles son las fortalezas y debilidades en la lucha contra los estereotipos y la violencia de género?


En términos de debilidades, hay que llamar la atención sobre cómo, desde el discurso político e institucional -y desde prácticas institucionales-, muchas veces se normalizan, tanto las prácticas violentas, como los estereotipos que las reproducen.


También es una debilidad que los estereotipos se reproduzcan en productos culturales y artísticos, en medios de comunicación diversos y que el consumo se oriente más a este tipo de ofertas.


Sin embargo, hay fortalezas. En Cuba, por ejemplo, en los últimos años, se han elaborado campañas de bien público que han trabajado sobre la imaginación y las normas sociales, colocando mensajes alternativos. Otra tiene que ver con maneras ya probadas de trabajar con las juventudes y adolescencias, que contienen mayor apertura para integrar otras formas de vivir las relaciones humanas y de género. Estas iniciativas pueden ser muy valiosas y replicables, desde las voces de estos grupos sociales.


También hay mujeres activistas y defensoras de derechos que han empezado proyectos culturales para conectar, por ejemplo, el tratamiento del pelo afro con un proceso de reivindicación de derechos, llamando la atención sobre la necesidad de desmontar estereotipos sociales y culturales.


En general, hay múltiples iniciativas trabajando estos temas, pero es preciso que se sostengan, se diversifiquen y organicen sus estrategias de influencia. Promover una transformación requiere diferentes caminos y un horizonte claro de cambio. El proceso de desmontar estereotipos también debe ser individual, para luego conectar con otras personas.

SEM-SEMlac/de

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