La Mujer a 8 Columnas Doble Jornada, 3 de marzo 1997

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SemMéxico, Ciudad de México, 11 de noviembre, 2023.- Elena Poniatowska recibió este premio, entre muchos a lo largo de su vida de periodista, maestra de la entrevista, la crónica, el reportaje y de la vida real historias de  ficción, algunas  célebres como Hasta no verte Jesús Mío.

Cuando recibió la noche del jueves este premio, dijo que “A lo largo de 70 años, nunca abandoné el por qué, dónde, cuándo y cómo, las primeras preguntas del periodismo” y dijo que ahora sigo preguntando lo mismo, qué será de México.

Este texto recuperado de la Doble Jornada, escrito a pedido de ese desaparecido suplemento feminista del diario La Jornada,  escrito para su décimo aniversario, Elenita hace  un homenaje a las periodistas de todos los tiempos; como este jueves en el Palacio de Bellas Artes, exaltó el  trabajo de las escritoras s mexicanas  como, Nelli Campobello, – la única autora de la novela de la Revolución Mexicana- Rosario Castellanos, Elena Garro, Josefina Vicens y Guadalupe Dueñas entre otras.

Aquí, Elenita reconoce la labor de las periodistas para llevar la noticia de las mujeres a las primeras planas, a las ocho columnas.

Una lectura indispensable, para las periodistas de hoy.

 

La escritora de Hasta no verte Jesús mío (1969), aprovechó su discurso para destacar el cómo Nelli Campobello, “la única autora de la Revolución Mexicana”, de quien se desconoce dónde fue enterrada.

“A lo largo de 70 años, nunca abandoné el por qué, dónde, cuándo y cómo, las primeras preguntas del periodismo. Quizá habría tenido más seguridad en mí misma de nacer en México, pero me trajeron de París y sigo preguntando lo mismo. Viéndolo bien, mi vida ha sido un inmenso signo de interrogación y ahora sigo preguntándome cómo hacer las cosas y qué va a pasar con México, cuál va a ser el destino de mis 10 nietos y el de todos los niños de nuestro país”, aseguró la autora.

 

Por Elena Poniatowska

 

En el mundo actual , quizá sea a las mujeres a quienes toque decir lo indecible. Después de haber guardado silencio tanto tiempo, los atisbos de un lenguaje nuevo ya han sentado precedentes. Aunque el proceso es largo y todavía no conocemos  bien a bien nuestra propia voz, hemos comenzado a decir lo que no se dice y , con ello, a hacer tambalear las estructuras de una sociedad farisaica por naturaleza.

Las mujeres crecemos regidas por un monosílabo: “No”.

Antes de enseñarnos lo que podemos hacer, nos enseñan lo que no, lo que es prohibido, lo que es incorrecto, lo que es indecente, lo que es imposible, tú no, a ti no te toca, entiéndelo. Nomás no y no hay de otra.

Aún no hemos salido. El machismo no lo hurtamos, lo heredamos. Es ya un lugar común hablar de los destrozos de la Conquista, que no solo hizo añicos nuestros valores sino que nos dejó sin asideros,  destecharon nuestras casas y canjearon nuestros dioses de la fertilidad y de la lluvia por un Cristo que no sólo no ejerció sus poderes sino que murió en la cruz como una pobre cosa .¡Bajo que signo más atroz se fundó nuestro mestizaje, el de la violencia y el ultraje. Somos hijos del conquistador y de la chingada, como lo dijo Octavio Paz, y aunque contradiciendo a Shulenburg  -la Virgen de Guadalupe, al parecerse precisamente a un indio mansito del Tepeyac, “no hizo nada igual con ninguna otra nación “, su  gran manto  de estrellas tampoco  alcanza  a resarcirnos  y la ofensa continúa al rojo vivo. Después de 500 años seguimos siendo los chingados.

 

En 1997 el panorama es desolador. El polvo blanco del narcotráfico ha caído como sal sobre nuestras cabezas que, así, mantenemos sin levantar. Colosio, Ruíz Massieu y el cardenal Posadas son los muertos de una serie de atentados  en los que todos hemos resultado heridos. Los crímenes políticos constituyen  la más grave evidencia de que nuestro status quo  e la corrupción.  Nos convertimos en cómplices al no protestar contra nuestros gobiernos, al tolerarlos con esta inmensa capacidad de aguante que tenemos, tan inmensa que a Dios guarde la  hora. La conciencia mexicana y la autoestima como nación están dañadas de por vida y la vergüenza nos remite a la visión de los vencidos, “nuestra moral, sus dogmas y certezas/se ahogaron en un vaso”, escribe el poeta José Emilio Pacheco.

 

Franz Fanon olvidó incluirnos dentro de Los condenados de la tierra. Somos 93 millones de habitantes, la onceava nación más poblada de la tierra y, según los analistas, México se encamina a la dependencia total a punto de convertirse en una gigantesca cadena maquiladora, como la que ya existe en nuestros 3 mil kilómetros de frontera con el país más poderoso de la tierra, Estado Unidos. El narcotráfico, en efecto, nos ha salado: el desempleo y la nula capacidad de compra, la inflación, los salarios de hambre no permiten el acceso de las mayorías a la vida cívica y ni siquiera a la ciudadanía. Hasta 1994, nuestros casi 10 millones de indígenas no podían considerarse mexicanos. No pretendo que nos instalemos en la autocompasión ni que asumamos otra vez el papel de víctimas, pero la prensa mexicana y el papel de las mujeres dentro del proceso de democratización sólo pueden analizarse desde la realidad que es ésta y no otra.

Frente a lo desolador del panorama actual, parece increíble reconocer en México al país de la primera imprenta, la de Juan Pablos, y al de la segunda universidad del continente, después de la de Santo Domingo. El periodismo se inicia durante la etapa colonial, y hasta principios del siglo pasado aparece la que pudiera ser la primera periodista en nuestro país: Leona Vicario, la insurgente que colaboró en la creación del periódico El Ilustrador Nacional. Hasta hace unas décadas, ejercer el periodismo era, para una mujer, casi un acto de heroísmo. Sin embargo, desde un principio las mujeres establecen que ser madre no tiene por qué ser su única finalidad, que exigen educación, apoyo legal y cambiar el estrecho espacio en el que están confinadas: el de la crianza, la cocina, la casa. El dicho “La mujer en casa y con la pata rota” o “Como la escopeta, cargada y en un rincón”, sigue vigente. En los hogares mexicanos, la prioridad nunca es la educación de la mujer, sino la del hombre; la vida doméstica sigue siendo su destino. Por eso llama tanto la atención que para las indígenas de Chiapas el EZLN resultara su mejor opción en una vida de sometimiento al hombre y a sus circunstancias. A diferencia de la Revolución, en que el papel de la mayoría de las soldaderas era alimentar a la tropa y seguir a pie a su hombre montado a caballo, las zapatistas ocupan cargos de dirección dentro de su movimiento. Durante la etapa revolucionaria, sin embargo, aparece en el periodismo una luchadora ejemplar: Carmen Serdán, que firmaba sus artículos con un seudónimo de hombre, Marcos Serrato, en el periódico clandestino No-reelección de su hermano Aquiles. Al ser sitiada, defendió su casa en Puebla; donde fue herida y aprehendida. Precursora de la Revolución fue Juana Belén Gutiérrez de Mendoza, en cuya fotografía aparece como un señor muy serio, y que igualmente fue llevada a la cárcel en más de una ocasión por la línea de sus artículos; desde los 22 años colaboró en El Hijo del Ahuizote y, para fundar su propio periódico, Vésper, vendió su único patrimonio: unas cabras.

En los años 40 y 50, Rosa Castro, Elvira Vargas, Magdalena Mondragón, Adelina Zendejas, Sara Moirón allanaron el camino para las que seguirían después. Con Amalia de Castillo Ledón, Adelina Zendejas obtuvo en tiempos de Adolfo Ruiz Cortines el voto para la mujer. Antes una mujer de izquierda, Cuca García, encabezó el Frente Único pro-Derechos de la Mujer. Y ni qué decir de las yucatecas.

Ya las periodistas de la generación siguiente no tuvieron que hacer lo que Elvira Vargas, quien en una ocasión, después de enviar su reporte, cortó el cable del teléfono para que Carlos Denegri no pudiera ganarle la noticia; eran los métodos a que obligaba la despiadada competencia con los reporteros varones de la época. Ana Cecilia Treviño Bambi, en Excélsior, logró cambiar la sección de “sociales”, un aparador de novias y quinceañeras que acabó colgando en páginas interiores para darle preeminencia a reportajes y entrevistas culturales. En 1968, la columna La O por lo Redondo de María Luisa La China Mendoza en El Día resultó crucial para el movimiento estudiantil, al reseñarlo paso a paso y abrir un espacio a los jóvenes. Durante los 70, la figura de Margarita García Flores es fundamental dentro del periodismo universitario y en el lanzamiento del periodismo feminista con Fem. Años más tarde, Verónica Ortiz abrió los micrófonos de la radio y la tv a las nuevas generaciones en sus programas de educación sexual con teléfono abierto, sobre los que invariablemente ha acabado cayendo la censura. Hoy en día, pese a todo, Verónica, al igual que María Victoria Llamas, continúa inalterable como voz disidente dentro de los medios electrónicos.

Estas son las periodistas de hoy en día. Las secciones de “sociales” han subsistido en algunos grandes diarios pero resulta curioso advertir que, hoy, las principales columnas del género son firmadas no por mujeres sino por hombres. Mario de la Reguera, Enrique Castillo Pesado y Juan José Origel, entre otros, son los que nos informan quiénes son las mejor vestidas, cuál es el perfume de moda y cómo vive la beautiful people. Las primeras planas de los diarios, en cambio, se pueblan cada vez más de nombres femeninos, que son los que ahora suelen firmar las ocho columnas. La estrella indiscutible de las “fuentes” financieras es una mujer: Rossana Fuentes-Beráin, y la de las obreras también: Andrea Becerril. Alma Guillermoprieto destaca con sus grandes reportajes en el New Yorker y en el Washington Post. Cristina Pacheco ha mantenido una carrera de una tenacidad admirable a lo largo de los años y ahora la vemos combatir desde tres frentes: prensa, radio y tv. Es conmovedor, por cierto, el caso de su compañera de cabina Lourdes Guerrero, quien, invadida por el cáncer hasta el último día se mantuvo al frente de su micrófono en la XEW.

Sí ya desde los años 70 las corresponsales de guerra de Unomásuno en El Salvador eran Carmen Lira como reportera y Maritza López como fotógrafa, lo que ocurrió durante el estallido chiapaneco de 1994 fue definitivo: desde el frente de batalla, las noticias eran enviadas, a riesgo de sus vidas, por mujeres. Al menos en La Jornada, y sin dejar de recordar a Hermann Bellinghausen y Jaime Avilés, las reporteras brillaron por su valentía y profesionalismo, principalmente Blanche Petrich, Rosa Rojas, Matilde Pérez y Frida Hartz, quien hecha un ovillo dentro de su Volkswagen, sobrevivió milagrosamente a una lluvia de balas en San Cristóbal. “Nada hay más viejo que el periódico de la víspera”, reza el refrán, y los logros del periodismo suelen olvidarse con facilidad. Ejercemos un oficio de naturaleza efímera.

Dicen en Chiapas que el primer levantamiento no fue en 1994 sino en marzo de 1993, cuando las zapatistas comenzaron a movilizarse para exigir sus derechos “Cuando se reunió el CCRI a votar las leyes -narra el subcomandante Marcos en una carta a Álvaro Cepeda Neri publicada en La Jornada-, fueron pasando una a unas las comisiones de justicias, ley agraria, impuestos de guerra, derechos y obligaciones de los pueblos en lucha, y la de mujeres”. En voz de una tzotzil de nombre Susana, cuenta, fue esta propuesta, la “Ley de las Mujeres”, la que despertó mayor polémica: “Queremos que no nos obliguen a casarnos con el que no queremos. Queremos tener los hijos que queremos y podamos cuidar. Queremos derecho a tener cargo en la comunidad. Queremos derecho a decir nuestra palabra y que se respete. Queremos derecho a estudiar y hasta de ser choferes”.

La propuesta fue aprobada por unanimidad. Vuelvo a citar a Marcos en su relato de los hechos: “Algún responsable tzeltal comentó: ´Lo bueno es que mi mujer no entiende español, que si no…´. Una oficial insurgente, tzotzil, y con grado mayor de infantería, se le va encima: ´Te chingaste porque lo vamos a traducir en todos los dialectos´”.

La Ley revolucionaria de las Mujeres promulgada por el EZLN contempla entre sus principios el derecho de las mujeres a la educación, a la salud, a trabajar y recibir un salario justo, a elegir a su pareja, a ocupar cargos de dirección y establece en su punto octavo: “Ninguna mujer podrá ser golpeada o maltratada físicamente ni por familiares ni por extraños. Los delitos de intento de violación o violación serán castigados severamente”.

En el periodismo mexicano, desde los años 80 las mujeres han logrado feminizar la noticia y de este modo, democratizar la prensa. Por feminizar el periodismos me refiero no a vestirlo de rosa ni ponerle tacones altos, sino a la inclinación marcada en los medios hacia las causas silenciadas o antes confinadas a cuatro líneas ágata. Finalmente son las mujeres las que han hecho entrar  a las páginas de los periódicos a los homosexuales (baste un nombre: Nancy Cárdenas), los discapacitados (Carmelina Ortiz Monasterio de Molina), los indios (Rigoberta Menchú), los niños de la calle, los enfermos mentales, los “raros”, los atípicos. Las  minorías han salido de sus guetos. Recordemos que las mujeres seguimos siento tratadas como minoría a  pesar de que demográficamente constituimos la mayoría: 52 por ciento de la población y más del 50 por ciento del padrón y de la votación registrada. En términos legales, la discriminación no existe en México; sin embargo una investigación de Norma López Cano y Aveleyra consigna que, en nuestra vida como país independiente, de 180 cargos en secretarías de Estado, sólo 6 han sido ocupados por mujeres, es decir, apenas un 3 por ciento; únicamente 3 gobernadoras hemos tenido (1.1 por ciento) contra 262 gobernadores, y sólo 318 diputadas entre 3 mil 700 curules, o sea el 8 por ciento.

Entre los humanos el género (femenino, masculino) es determinante en el modo de ver, de sentir de expresar. El periodismo también es una cuestión de género. El Vietnam que ve Susan Sontag es distinto al de los sociólogos, los historiadores, los analistas políticos. Oriana Fallaci lanza preguntas impensables en un en entrevistador hombre. En México, Marta Lamas (debate feminista y Sara Lovera (DobleJornada) han llevado a la primera plana temas antes soterrados como la violación y el aborto.

 

Hace unos cuantos días, el 12 de febrero salió libre Claudia Rodríguez y la “Rayuela” de  La Jornada concluyó: “Con todo, la libertad de Claudia Rodríguez es un triunfo de la razón contra el machismo salvaje”. Vale la pena detenerse en el caso de Claudia porque es un triunfo del movimiento feminista mexicano -muy concretamente de Marta Lamas y su equipo- y un paso gigantesco hacia la democratización. Al salir después de un año ocho días de cárcel, Claudia hizo una declaración contundente: “Volvería a defenderme con lo que tuviera si alguien quisiera abusar de mi cuerpo”. En un país de dejadas, esta frase resulta insólita, sobre todo después de haber sufrido en la cárcel vejaciones y torturas. ¿Cómo se defendió Claudia del que quiso abusar de su cuerpo? Con una pistola, aunque habría de afirmar que no está a favor de que las mujeres porten armas. Su liberación es casi un milagro porque todas las evidencias y sobre todo las convenciones se conjuraron en su contra y era obvia la pregunta: ¿qué hace en la calle a las seis de la mañana una madre de cinco hijos que anduvo toda la noche de parranda con una amiga?

Claudia es la proveedora de su casa, una mujer independiente, fuerte, que toma decisiones propias. Vivimos en un país poco costumbrado a la mujer que sale sola, incluso si lo hace de acuerdo con su esposo. Con el suyo, Claudia se turnaba para cuidar a los hijos. Traía un arma porque la habían asaltado dos veces en su negocio de compra-venta. Hace poco en Guadalajara varios hombres entraron a un gimnasio, violaron a las mujeres y las dejaron en estado de shock. Sus maridos las apoyaron para denunciar a los violadores, ellas los identificaron y sin embargo salieron libres. En los penales mexicanos, dice Patricia Mercado, es muy raro el violador que esté cumpliendo su condena. Si hubiera una educación sexual en la familia y en las escuelas, si el muchacho viera la reacción de la mamá o de la hermana ante la violación, probablemente se pondría en el lugar de la mujer y no caería en el juego aterrador de “Vamos a echarnos a ésa” en el acelere del reventón. Si la violación se pusiera a debate público y se oyera lo que dicen las mujeres, muchos no se dejarían llevar por el machismo ancestral y simplemente no se les ocurriría semejante acción. En el caso de Claudia Rodríguez la acción concertada y oportuna de distintos grupos feministas demostró algo muy valioso: que las autoridades son capaces de rectificar.

En los periódicos, las mujeres no sólo introducen los grandes temas sino que vuelven trascendentes los de la vida diaria. Son ellas las que han demostrado que lo personal es político y lo individual colectivo. Su propuesta de relaciones humanas y de desarrollo de la sociedad es nueva, porque el lado de la búsqueda del poder, de la productividad, de la autoridad, colocan el afecto y las necesidades más íntimas, generalmente despreciadas en el mundo político. Ponen en el orden del día la gran transformación de la mujer, que es la de la sociedad entera.

Las organizaciones no gubernamentales han contribuido a que las mujeres dejen de ser invisibles. Así sucedió en el terremoto de 1985, en que el gremio más golpeado resultó ser el de las costureras cuya tragedia todos olvidaron, hasta que, con Evangelina Corona a la cabeza, marcharon por San Antonio Abad para denunciar su abandono y su explotación de años. ¿Por qué nadie les hizo caso? Eran mujeres, madres solteras, obreras que laboraban en condiciones muy parecidas a las de la Inglaterra que retrata Dickens: talleres clandestinos, edificios derruidos. De nuevo las reporteras hicieron valer su indignación al hacerla pública. Sara Lovera en La Jornada les dio voz, documentó el tema durante más de tres meses y lo sigue haciendo a la fecha en DobleJornada.

Si el curso de la historia política de Argentina fue transformado por las Madres de la Plaza de Mayo, en México ocurrió algo similar con las podríamos llamar “Madres del Zócalo”, la Unión de Madres con Hijos Desaparecidos. Rosario Ibarra de Piedra, con su asombrosa capacidad de convocatoria, logró reunir a mujeres de todos los sitios de la República que habían perdido a un hijo durante los años 60: señoras de su casa, campesinas a quienes jamás se les habría ocurrido protestar frente al atropello, no porque no lo sufrieran sino porque su marido les impedía cualquier movimiento: “No te metas en eso, no nos vayan a amolar a todos, tenemos otros hijos, vieja, acuérdate”. Se conformaban con llorar y decir: “Ya le mandamos decir su misa, quién sabe en qué andaba mi muchacho, que Dios lo perdone”. Nadie hubiera creído que estas mismas madres, esa masa amorfa, inerte y sojuzgada, llegaría un día a corear frente a Palacio Nacional: “Vivos los llevaron, vivos los queremos”, y se enfrentaría a la fuerza pública, haría huelga de hambre y se instalaría en un campamento en el atrio de la Catedral metropolitana, a unos metros del Palacio Nacional.

Quienes hicieron trascender el grito aquel en notas periodísticas fueron en su mayoría mujeres, las reporteras que dieron seguimiento a la huelga de hambre, a los plantones, a la campaña de Rosario como la primera candidata a la Presidencia de la República y el movimiento político que engendró su lucha. Recuerdo que cundo le llevé a José Pagés Llergo el primer reportaje sobre doña Rosario, me dijo textualmente: “pinche vieja loca” (nunca supe si se refería a mío o a ella, más bien creo que las dos). Doña Rosario rompía los cánones, estaba en la oposición, se salía del huacal. En lugar de quedarse encerrada en su casa de Monterrey a llorar, vino a la capital a organizar un movimiento a nivel nacional, cambió para convertirse en una formidable luchadora social. obviamente el partido de la revolución institucionalizada no iba a tolerar su denuncia. “¿Presos políticos en México? ¡Nunca! Si México es el país del exilio de todos los opositores de la tierra, ha recibido a todos los contestatarios del mundo, desde la guerra civil de España en 1939 hasta los perseguidos por las dictaduras y los regímenes militares de América Latina, desde Rómulo Gallegos hasta los chilenos que se jugaron la vida con Salvador Allende”.

En torno a Guadalupe Loaeza se ha dado un verdadero fenómeno en los últimos tiempos. Las señoras de los barrios de las casas ricas fueron las primeras en protestar por el desastre salinista frente a Los Pinos Si Ira Hohenlohe se quejó hace años de que las burguesas mexicanas sólo hablaban de niños y sirvientas, ahora se sorprendería al ver su capacidad de indignación, que no se queda ya en pláticas durante sus sesiones de canasta sino que salen a la calle, sudan y se acongojan, realizan marchas, pronunciamientos políticos, se comprometen.

El Heraldo, un periódico que refleja las actividades sociales de las mujeres, sus modas y cocteles, publicó el 11 y el 12 de febrero la larga declaración de bienes de Paulina Castañón Ríos Zertuche, esposa de Raúl Salinas de Gortari. Afirma que su fortuna personal de 5 millones de dólares la obtuvo de su primer marido, un hijo del expresidente Gustavo Díaz Ordaz. A esto se suman otros 12 millones -sí, claro, también de dólares- que, explica, fueron el regalo de bodas de su actual esposo, huésped distinguido de Almoloya. En cuanto a sus bienes raíces, aclaró que sólo es propietaria de seis casas: una en México y las otras en McCallen, Texas y Nueva York. Me pregunto cómo les caería esta información a mis amigas, las llamadas “señoras de Las Lomas” que ya no sólo abren el periódico en las secciones “propias de su sexo” sino que leen con lupa a Ciro Gómez Leyva, Héctor Aguilar Camín, Federico Reyes Heroles, Adolfo Aguilar Zínzer, Sergio Aguayo Quezada, Octavio Rodríguez Araujo, Luis Javier Garrido y los taquilleros Miguel Ángel Granados Chapa y Carlos Ramírez.

Mucho es lo que han hecho las mujeres y sus logros actuales, que a diario vemos publicados; no los hubiéramos creído hace apenas unos años. No obstante, en el “género de opinión” no ha surgido todavía una mujer editorialista de la talla de Octavio Paz, Carlos Fuentes, Carlos Monsiváis, Lorenzo Meyer, Raymundo Riva Palacio, Enrique Krauze o Jorge Castañeda.

Algo sucede y no es un problema de talento, porque para ejemplo tenemos a Margarita Michelena con su estilo incuestionable, a Martha Robles, su bagaje universitario y académico, a Marie Claire Acosta con su información exacta, y la valentía a toda prueba de Manú Dornbierer. En cambio, a nivel de directoras de periódicos, si Socorro Díaz abrió el camino, hoy Carmen Lira, elegida unánimemente en La Jornada, conduce este diario tan bien como lo hacía su antecesor, Carlos Payán.

Ojalá y la política, que funciona tan mal y está tan desacreditada, tomara en cuenta la vida simple, la de diario, dejara de hablar de números, de confederaciones y de fuerzas vivas y hablara de personas. Así como se ha feminizado el periodismo, sería deseable feminizar la política, y que en ella se reflejaran los pequeños grandes problemas y las necesidades más inmediatas de los mexicanos. Tal vez sería ése el punto de partida por el cambio que tanto necesitamos “otro modo de ser humano y libre”, como lo pidió Rosario Castellanos.

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