Soledad Jarquín Edgar
SemMéxico, 4 de noviembre, 2021.- En la multiplicidad de feminicidios y violencia feminicida que las mujeres vivimos todo el tiempo tiene también múltiples responsables. Las autoridades por obligadas y no hacer su trabajo y buena parte de la ciudadanía por admitir y con ello permitir. El resultado es que la violencia machista persiste, como la impunidad y nos hemos inoculado falsamente para negar una realidad.
Somos una sociedad que no cuestiona la violencia contra las mujeres como tampoco queremos reaprender una cultura de igualdad entre mujeres y hombres ni de libertad para ellas. La admitimos venga de donde venga y en la forma en que venga; al no cuestionarla la consentimos y, finalmente, el cerebro humano termina por lo que el feminismo llama normalización o naturalización de la violencia. Y todo ese ejercicio lo hacemos mirando a las otras personas, de preferencia a las diferentes. Un ejemplo claro es lo sucedido en Culiacán, Sinaloa, en donde utilizaron supuestos cuerpos de mujeres asesinadas embolsados para “decorar” una fiesta de Halloween, como denunció Jessica Fernández.
Así llegamos a la apología del delito, considerando el terreno dónde estamos parados y que no podemos de-construir, porque no queremos. Por mucho tiempo se creyó que la violencia familiar era un asunto privado, que solo atañía a la pareja involucrada, así por costumbre se consintió y normalizó la violencia en casa, incluso si esta terminaba en lo que desde hace poco más de una década es un delito, el feminicidio, imperaba el silencio y la complicidad. Muchos de estos crímenes de pareja fueron supuestos suicidios y otros sí lo fueron, ni duda, como resultado de una cadena de dolorosas conductas de violencia perpetradas por sus amorosos compañeros de vida.
En el hogar la violencia sexual es una constante a la que se enfrentan mujeres de todas las edades, desde violaciones entre parejas hasta el incesto ejercido por hombres de la familia en contra de niñas y adolescentes. Una marca que se tatúa en el alma de las mujeres agredidas. También ahí se guardaba silencio y se protegía al victimario, muchas veces el padre, el abuelo, el hermano, un primo…
Igual sucede fuera del hogar. En el trabajo y en la escuela la violencia sigue marcando la vida de las mujeres, muchas abandonan sus estudios otras su trabajo. Desde del hostigamiento y el acoso sexual que pasa por la silenciosa complicidad de los señores y algunas señoras, hasta esa costumbre aberrante de pagar menos a las mujeres por el mismo trabajo desarrollado que los hombres. Trabajar significó y significa para muchas mujeres seguir enfrentando el cuestionamiento de sus familias en dos sentidos fundamentales: los celos de sus parejas por pasar muchas horas entre sus compañeros en la oficina o las fábricas o por ganar más que ellos porque tienen puestos más importantes gracias a su capacidad.
La calle –lo que incluye el transporte público- es un lugar donde la violencia machista sigue sin ser erradicada. Las mujeres, adolescentes y niñas viven desde desagradables agresiones verbales llamados piropos hasta tocamientos y violaciones, a lo que se suma la desaparición con fines de explotación sexual y también laboral, y claro como en la escuela, la casa, la calle también es un espacio para el feminicidio. La realidad es que las calles siguen llenas de depredadores.
La violencia contra las mujeres es una acción transversal en todos los ámbitos y de todo tipo. La Ley General de Acceso de las Mujeres a una Vida Libre de Violencia reconoce seis tipos de violencia: psicológica, física, patrimonial, económica, sexual y cualesquiera otras formas análogas que lesionen o sean susceptibles de dañar la dignidad, integridad o libertad de las mujeres. Estas violencias tienen modalidades, algunas ya conocidas como la familiar, la docente y laboral, la comunitaria y la institucional. A estas se agregaron en años muy recientes la violencia política contra las mujeres en razón de género y la digital y mediática.
Siguen de lado de estas leyes los feminicidios cometidos por la llamada delincuencia organizada y que las fiscalías consideran homicidios calificados. Muchas de estas mujeres asesinadas de forma cruel, con un uso excesivo de violencia o torturadas sexualmente. Es decir, en estos crímenes también imperó la misoginia.
Si revisamos las leyes podríamos decir que nada tenemos pendiente las mujeres. Sin embargo, cada día 11 mujeres son asesinadas en México por el hecho de ser mujeres; en los primeros cinco meses de este 2021, tiempo de pandemia, 13 mil 631 mujeres huyeron de sus casas por la violencia (Red Nacional de Refugios), esta cifra divida en esos primeros 150 días, equivale a unas 90 mujeres huyendo de sus hogares cada día. El Registro Nacional de Personas Desaparecidas y no Localizadas da a conocer que en la última década unas 14 mil mujeres desaparecieron en este país, cuatro cada día. De las jóvenes de 12 a 17 años, dice la misma fuente, tres mil 241 no se volvió a saber nada en el mismo periodo, una cada día, en promedio.
La pregunta es inevitable sobre la persistencia de esta violencia. Las respuestas son muchas. Una la educación institucional y la cultura social juegan un papel determinante en la prevalencia que algunos llaman, de acuerdo con los tiempos actuales, una pandemia para la cual la vacuna requiere cambios de fondo. Dejar de consentir la violencia pasa por cambiar lo que vemos y escuchamos todos los días en los medios de comunicación.
Dedique un día de su vida a ver los canales abiertos de la televisión mexicana y vea lo que indiscriminadamente corre por las redes sociales para encontrar algunas respuestas. Telenovelas, publicidad y barras cómicas siguen aludiendo al sexismo y el machismo para “vender”. Mientras en la transmisión de noticias, programas de opinión la discriminación lingüística es una constante.
En otros medios, leemos y escuchamos notas sobre violencia contra las mujeres, donde además de seguir chorreando de sangre, persisten los estereotipos, la revictimización y, peor aún, se sigue culpando a las víctimas de las agresiones machistas. Y es que muchos ignoran que hace poco más de una década se dejó fuera de los códigos penales aquel castigo denominado crímenes de honor, donde envueltos en su rabia machista, los hombres asesinaban a las mujeres que operaba como un atenuante.
Cambiar los medios de comunicación ha sido un sueño de periodistas activistas a lo largo de cinco o cuatro décadas. No es para menos y ese anhelo se extiende a las redes sociales, una tarea titánica. Las redes sociales se han metido a todos los rincones del planeta, impacta a personas pequeñas o grandes y ayudan a “naturalizar” la violencia contra las mujeres. Como sociedad nos hemos aplicado una vacuna falsa contra este deplorable fenómeno, lo que ha sido vertiginosamente ayudado por la mayor falla que haya registrado el sistema de justicia mexicano y que se refleja en los altísimos niveles de impunidad: en los estados del país solo seis de cada cien casos se resuelven; en el federal solo cinco de cada cien, vergonzoso e inaceptable.