Por: Dulce María Sauri Riancho (*)
SemMéxico. 12 de agosto 2020.- En unos días inicia el ciclo escolar 2020-2021. En condiciones inéditas, la Secretaría de Educación Pública (SEP) ha informado que el 24 de este mes darán comienzo las clases en la modalidad a distancia, tal como se desarrolló el último trimestre del ciclo pasado.
La pandemia del Covid-19 obliga a actuar con prudencia a maestr@s, madres y padres de familia que se debaten entre la necesidad de mandar a sus hij@s a la escuela y las medidas de seguridad para protegerlos de un contagio que puede ser mortal.
En esta situación, las televisoras nacionales firmaron un convenio con el presidente de la república y la SEP para transmitir 4,500 programas televisados y 640 más por radio, tanto en español como en 20 lenguas indígenas. Posiblemente la urgencia fue el motor que hizo reaccionar a la SEP para elegir a los canales de televisión para transmitir la información demandada por millones de niñ@s y jóvenes. Atrás quedaron los esfuerzos por desarrollar plataformas por internet donde, a diferencia de la TV, se puede generar una interacción entre estudiantes y profesor@s.
El 90% de la enseñanza básica del país (primaria, secundaria) se realiza en escuelas públicas. En un mundo ideal, su alumnado se sentará todos los días a tomar sus clases frente al televisor. Niñas y niños tendrán su espacio para recibir y procesar debidamente lo que se transmita en los programas producidos exprofeso para este ciclo educativo.
En cambio, en el ámbito de la educación privada —que atiende uno de cada diez estudiantes— se continuarán desarrollando las plataformas educativas por internet. Seguramente, sin dejar de cumplir con el programa SEP, estos planteles incorporarán conocimientos y aplicarán dinámicas para estimular el proceso de enseñanza-aprendizaje, aprovechando las ventajas de las tecnologías de la información.
La diferencia de estrategias profundizará aún más la brecha de la desigualdad entre ambos sistemas educativos: uno, moderno y de vanguardia; el otro, luchando por sobrevivir ante un rezago tecnológico inadmisible en la tercera década del siglo XXI.
Esta situación no tendría por qué haberse presentado. Desde 2001 arrancaron los trabajos para dotar al proceso de enseñanza-aprendizaje de la tecnología necesaria para formar estudiantes en la era de la información y la comunicación digital.
Los fracasos se fueron acumulando a lo largo de los años sin que se lograra verdaderamente integrar estas herramientas a la actuación cotidiana en el aula. Sin embargo, allá afuera, en el mundo, sucedía una revolución, la tercera, de computadoras personales, internet y TIC, que perfila ya la cuarta, la de la robótica, inteligencia artificial, nanotecnología, computación cuántica, entre otras realidades de un futuro próximo.
Esta fue la fuente de inspiración de la reforma constitucional de 2013, cuando en el artículo 6º quedó plasmada la obligación del Estado de garantizar “el derecho de acceso a las tecnologías de la información y comunicación, así como a los servicios de radiodifusión y telecomunicaciones, incluido el de banda ancha e internet”. El Estado no ha podido cumplir con este compromiso constitucional. Si lo hubiera hecho, ahora la SEP dispondría de una gigantesca plataforma para que maestr@s y alumn@s interactuaran.
Por cuenta propia, la ciudadanía ha tendido una red digital para entretenimiento, comunicación e información de gran alcance. De las personas mayores de 6 años, el 75% es usuaria de un teléfono celular y 7 de cada diez tienen acceso a internet. Del total de hogares en México, 76.5% disponen de televisores digitales (aquí se nota el efecto benéfico de la distribución realizada por el gobierno cuando el “apagón analógico” de 2015), y 56.4% están conectados a internet, aunque menos de la mitad (44.3%) tienen computadora.
Es buena noticia que desde los más pequeños (6 a 11 años), cuentan con acceso a la red digital y los que menos interés manifiestan son los adultos de 55 años o más. Cualquiera diría que es terreno fértil para las clases en línea de la SEP. No es así.
Primero, porque todavía una cuarta parte de las personas y poco más del 40% de los hogares del país no tienen internet. Están principalmente en el campo (52%) o en los lugares marginados de las ciudades.
Segundo, sólo 45 de cada 100 hogares tienen computadora; su falta es suplida con los teléfonos “inteligentes”, que satisfacen en forma parcial las necesidades escolares de niñas y niños.
Tercero, resulta sumamente costoso conectarse durante 40 minutos —tiempo promedio de duración de una sesión escolar— por teléfono celular. Además, el acceso a la banda ancha para participar sin interrupciones y “bajar” los contenidos es también un privilegio fuera del alcance para numerosas familias.
Cuarto, ¿qué hacer cuando son varios hij@s que se disputa el aparato de acceso al mundo digital?
La respuesta está en “CFE Telecom e Internet para Todos”. Con sus 25,000 kilómetros de fibra óptica, así como nos llega la luz podría arribar la señal de internet de banda ancha. Este gobierno creó la empresa en agosto del año pasado. Dispone —si no se lo han cortado— de un presupuesto de más de mil millones de pesos para comenzar la realización de sus trabajos.
Ningún medio tecnológico, por avanzado que sea, puede sustituir a las y los maestros; tampoco el aula digital suple la convivencia y la socialización que brinda la escuela.
La televisión es el “peor es nada” en esta emergencia. Pero no debe hacernos olvidar lo fundamental: invertir en la expansión de la red de banda ancha; avanzar hacia la digitalización total de los hogares mexicanos, porque es la puerta de la sociedad del futuro.— Ciudad de México.