Vida y lectura| La voz dormida

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Marcela Eternod Arámburu

SemMéxico, Aguascalientes, 10 de julio, 2023.- La promulgación de la Ley de Responsabilidades Políticas de 1939, publicada por el régimen franquista una vez terminada la Guerra Civil española, legalizó la persecución de los vencidos y se dedicó con ruda crudeza a su aniquilamiento, instaurando una política de terror que se concretó en pocos años en un miedo medular en toda España. La Ley se aplicaba usando la delación por parte de vecinos, médicos, curas, carteros, porteros, comerciantes y un largo etcétera que, a la menor sospecha, denunciaban ante la Guardia Civil o Gobernación todo aquello que estaba en la lista de los vencedores, más todo lo que a nivel personal y local, cada uno consideraba de interés para acabar con los rojos, los raros o los opuestos al sadismo y la sed de sangre y venganza de Francisco Franco.

El miedo logró aniquilar la decencia y la necesidad de sobrevivir acalló la vergüenza y la conciencia. Años más tarde, ya muerto el dictador, se gestó el llamado “Pacto del olvido” que incentivó el silencio de la sociedad española, con la idea de hacer posible la transición democrática y la construcción de una España libre, moderna, desarrollada y europea. El olvido no cerró las heridas, no borró la historia, no pudo eliminar la injusticia de los más de 35 años del gobierno de Franco y provocó que, muchos años después de la transición democrática española, la memoria colectiva de la infamia se encauzara hacia la reinterpretación de esa falaz historia oficial impuesta por el franquismo y que desmentían toneladas de testimonios, sentencias, registros, ficheros, y personas desaparecidas, encarceladas o exiliadas.

Ana Pociello Sampériz afirma que el silencio impuesto obligó, muchos años después, a la recuperación de la memoria histórica y a la dignificación de los vencidos, porque las profundas heridas de la Guerra Civil, al no ser curadas, seguían supurando. Y en ese mismo sentido Isabel Cuñado da cuenta de la necesidad de despertar de la amnesia y reconstruir la memoria, abandonando el silencio y el olvido.

Es en ese contexto de recuperar la memoria y dignificar a los vencidos, que el franquismo se desmorona. Franco deja de ser para los y las españolas el Generalísimo y regresa a ser el “generalito” (así le apodaban en África) que siempre fue; el enano vengativo, el carnicero, el represor inseguro y desconfiado, el dictador despiadado y la encarnación de la gran Vergüenza, de la cual las nuevas generaciones quieren saber. A eso obedece la condena oficial en 2002 del Golpe de Estado y la Ley de la Memoria Histórica de 2007.

Y todo esto tiene un potente motor en la literatura, en los cientos de novelas que se han escrito, desde los años noventa hasta la actualidad, sobre la guerra y la posguerra, la dictadura y sus obscuros personajes. En ese amplio abanico de memoria rescatada sobresalen las novelas escritas y protagonizadas por mujeres: “Inés y la alegría” y “Las tres bodas de Manolita” de Almudena Grandes; “Un largo silencio” de Ángeles Castro; “Entre costuras” de María Dueñas y “Dime quien soy” de Julia Navarro.

Pero es en “La voz dormida” de Dulce Chacón donde encontramos representados a los diversos grupos de mujeres que republicanas o no, milicianas o amas de casa, madres, esposas o hermanas, abrazaron la esperanza y mantuvieron la dignidad, vivieron la solidaridad, lucharon por no perder la cordura y rescataron su bonhomía y su humanidad, aun estando en la cárcel, en la hacinada prisión de Ventas.

Es ahí donde conocemos a “la mujer que iba a morir”, Hortensia, embarazada y condenada a ser fusilada. A Elvira, “la Chiqueta”, hermana de un guerrillero, que fue capaz de no abrir la boca, no contestar ninguna pregunta y no delatar a nadie por más castigos, torturas y aislamientos que le impusieran. A Tomasa, intransigente, contestataria y rebelde, que perdió a sus cuatro hijos, a su esposo y a su nuera, cuando los cogieron juntos a todos en el monte y a ella la dejaron vivir para que contara lo que les pasa a los rojos. Y destacan dos presas, Solé y Reme, por su consistencia, claridad, fortaleza, inteligencia y firmeza para actuar, siempre con la causa, y fieles a sus ideales de libertad y justicia, y a sus “hermanas” presas.

En “La voz dormida” encontramos a la Veneno, una celadora malvada que destila perversión y crueldad; a la Zapatones que recita constantemente como si fuera una letanía el parte oficial de guerra que decía “En el día de hoy, cautivo y desarmado el ejército rojo, han alcanzado las tropas nacionales sus objetivos militares. La guerra ha terminado.” A la monja despiadada María de los Serafines, directora de la cárcel, que golpea con el puño cerrado y corta las cabelleras para humillar y controlar a las presas; a Mercedes que siendo celadora y sabiendo que de ella se espera crueldad y dureza, trata de hacer lo que puede para ayudar a las presas.

La novela recorre las falsedades de Franco. Ofrecía magnanimidad y perdón para capturar, matar y encontrar las células de la resistencia; exhibía las fotos de los muertos para identificar a sus familiares y aniquilarlos; asesinaba a los parientes de los fugitivos para incentivar el miedo y favorecer la delación; estableció un pacto con Salazar en Portugal para atrapar a quienes trataban de huir por ahí, “cayendo como pichones”; reclutó a los carteros para que informaran quién recibía cartas y de dónde para mandar a sus espías y sicarios, y cobrara cualquier atentado o muerte al veinte por uno.

Ni mencionar la cantidad de personas que en todo el territorio español fueron incriminadas, juzgadas dos veces, obligadas a confesiones inverosímiles, recluidas y condenadas siendo inocentes. Julia Conesa, un personaje más en el libro de Chacón, escribiría el día de su muerte una carta diciendo que muere inocente, pero sin llorar y pide que su nombre no se borre en la historia. En esa historia que tomó tantos años contar.

Gracias a los testimonios que recabó Dulce y agradece al final del libro, conocemos los conflictos familiares y sus implicaciones cuando un padre es franquista y un hijo republicano.  Cuando una madre no reconoce ni es reconocida por sus hijas porque lleva años presa. Cuando una esposa o una hermana, desempeñando papeles pequeños y llenas de miedo, colaboran con la resistencia y se obligan a la heroicidad. Finalmente, “La voz dormida” es la historia de Josefina, Pepa, Pepita, la hermana de la mujer que iba a morir, Hortensia; la enamorada del “Chaqueta Negra” republicano, guerrillero, exiliado, retornado como otra persona y finalmente preso por años en Burgos. La pragmática mensajera, la firme doméstica de un doctor con miedo, la costurera exitosa que, siendo apolítica, fue solidaria, valiente y generosa, empeñándose en hacer lo correcto y quien le contó su historia a Dulce Chacón para que pudiera escribir este libro, no solo disfrutable y conmovedor, sino también memorioso y reivindicativo.

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