Marcela Eternod Arámburu
SemMéxico, Aguascalientes, 12 de marzo, 2022.-El martes ocho de marzo, en la ciudad de Aguascalientes, se congregaron entre seis mil y ocho mil personas en el marco del Día Internacional de las Mujeres, manifestándose con entusiasmo. La gran mayoría eran mujeres, de todas las edades, pero destacaban —y que bueno— las mujeres jóvenes. Todas acudieron en respuesta a la amplia convocatoria a la que llama en esta fecha la lucha por la igualdad entre mujeres y hombres.
Cuando nos aproximábamos caminando al punto de reunión, sorpresivamente desde un auto escuchamos: “viejas ridículas, ¿a poco van a la marcha?”. Mis amigas y yo no pudimos reaccionar, dado que los educados gritones iban en un auto y nosotras caminando. Sin embargo, sí registramos el adjetivo.
Para mi sorpresa, una vez que nos incorporamos a la marcha, el adjetivo se repitió varias veces: ridículas, viejas ridículas, escandalosas. Lo decían en voz alta para que lo oyéramos unas cuantas, pero no demasiado como para enfrentarse al grueso del contingente.
Terminada la marcha, hicimos colectivamente un balance. Fue participativa, diversa, numerosa, pacífica, alegre y organizada. Con un poco de disidencia que solo alcanzó a darle un toque adicional de sabor y marcar las distancias entre las pocas que no quieren negociar absolutamente nada y las que piensan que el diálogo no solo es bueno, sino que permite hacer avanzar las agendas, conseguir aliadas y aliados importantes, y comprometer acciones que, por pequeñas que sean, inciden y se suman a los grandes cambios que el feminismo de la igualdad exige.
Sin embargo, la palabra “ridículas” y su reiteración, me hicieron acordar de esa vieja obra de teatro escrita por Jean Baptiste Poquelin Cressé en 1659, “Las preciosas ridículas”, en donde con tono despiadado y moralizante se burlan durante toda la obra de dos mujeres que el autor define como ignorantes, ególatras, pretenciosas, afectadas, estúpidas y un largo etcétera.
Jean Baptiste Poquelin Cressé, mejor conocido como Molière, cuya declarada y pública pretensión era hacer reír a costa de lo que fuera, escribió un amplio conjunto de obras teatrales, comedias, farsas, tragicomedias y varios híbridos musicales o coreografiados. Con tosca o sutil ironía hacia burla de todo, resaltando los múltiples defectos de todos los segmentos de la aristocrática y clasista sociedad francesa del siglo XVII.
En Las preciosas ridículas, Molière plantea que, cuando una mujer no acepta ni su condición ni su lugar en el mundo, los varones tienen la obligación de hacerle ver lo errada que está y lo ridícula que resulta, aunque para ello tengan que recurrir a un gran engaño, a una sarta absurda y abundante de mentiras y exageraciones que mueven a la risa fácil.
Los verdugos, dos despechados y vengativos caballeros, se ensañan con dos inofensivas, aunque presumidillas provincianas, hasta lograr su total humillación. El supuesto ontológico es que, solo ellos saben lo que tienen que hacer con ese tipo de mujeres y como volver a colocarlas en su lugar.
Pero, la obra de Molière tiene su jiribilla porque el trasfondo no era muy conocido ni en esos tiempos, ni ahora. Se trata de ese notable movimiento de mujeres en Francia, que surge en la primera mitad del siglo XVII, alimentado por el renacimiento italiano y lidereado por Catalina de Ivonne (educada como varón, oidora de Lefévre y Pasquier; con notables habilidades para la arquitectura, la administración y la innovación; interesada en la filosofía, la poesía, la historia, la literatura, las artes y la salud pública) y casada a los 12 años con Charles d’Angennes, marqués de Rambouillet. Catalina de Ivonne fue la fundadora del primer salón literario en París, el Salón Azul, que dio origen al Preciosismo francés, y se convirtió en un movimiento sociocultural de amplio espectro, impulsado por mujeres refinadas, cultas, curiosas, preparadas y en muchos campos notables.
Más tarde, Madeleine de Scudéry fundó la Société de Sumedi y Madame de La Fayette, al igual que Suzanne de Plessis-Bellière inauguraron sus propios salones. El propósito era cultivar el espíritu, educar, pensar, debatir, discutir con libertad y cuestionar muchos de los mandatos impuestos a las mujeres. Las preciosas sostenían que la mente no tiene sexo y que la razón y la inteligencia se reparte por igual entre mujeres y hombres.
Por eso, el feminismo de la Ilustración, esa hija no deseada de la razón y la democracia, reconoce las aportaciones históricas de las preciosas en relación con la igualdad entre los sexos, con el derecho a la educación, a la libertad y a la participación. Son las preciosas las primeras en cuestionar los deberes maritales, plantear la necesidad del divorcio y el derecho de las mujeres a no tener hijos, entre otros muchos temas.
Y es a esas mujeres a quienes en el fondo ridiculiza Molière, esas mujeres que cuestionaron el relegado lugar en el que la sociedad las colocaba y señalaban las enormes asimetrías entre varones y mujeres, a pesar de ser privilegiadas en muchos aspectos. Fueron ellas las primeras en exponer lo brutal del patriarcado, la injusticia de las leyes y la crueldad con la que las trataban como colectivo subordinado. Son las que se empeñaron en combatir la ignorancia, enfrentar los estereotipos y la discriminación, y creer que la civilización podía abrazar a todas las personas.
Así que cuando nos clasifiquen como ridículas, como viejas escandalosas o como engendros neoliberales, tenemos que recordar que en este siglo XXI lo realmente ridículo es comportarse como un malandrín, patán, iletrado del siglo XVII, como un misógino insensible y violento que no ha evolucionado ni social ni políticamente, y lo más probable es que muchos ya no podrá hacerlo porque para ello se necesita una formación diferente que parta de la sencilla pero profunda convicción de que mujeres y hombres somos iguales, ni más ni menos, igualdad.
En suma, este pasado ocho de marzo se manifestó el amplio movimiento de mujeres en toda su diversidad. Y con él renacen la confianza y la esperanza de que podemos construir un mundo, donde la verdad y la razón sobrepasen a la violencia y a la intolerancia; donde la hermandad y la empatía vencerán a la crueldad y a la violencia.