Vida y lectura| Tránsito

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Marcela Eternod Arámburu

SemMéxico, Aguascalientes, 22 de enero, 2024.- La migración es uno de los más acuciantes problemas para muy distintos grupos de personas. Por un lado, los que quieren salir de su país, en su mayoría, desesperados para irse a cualquier otro lugar donde puedan vivir con relativa tranquilidad. Por otro, los lugares de destino, que tienen que lidiar con la necesidad de incorporar a miles de personas, cuando muchas veces no pueden, ni siquiera, satisfacer las necesidades de su población.

Las causas que propician la migración son muchas y complejas, pero varias parten del convencimiento de que se tiene que abandonar el lugar de origen porque el hecho de permanecer en él ya es imposible, aun a sabiendas de que lo que se enfrentará en el lugar de destino sea completamente desconocido y con consciencia, al menos en parte, de los riesgos que eso conlleva. Actualmente, las personas que, por muy diversas razones, deciden abandonar un país son un enorme problema para los países que se ven asediados por miles de personas que pretenden encontrar un lugar en el cual vivir. Pero este problema no es nuevo. De hecho, las grandes migraciones están presentes a lo largo de toda la historia. Ya sea por razones demográficas, climáticas, bélicas, económicas, políticas o sociales las personas ven en la emigración la única solución a una amplia gama de problemas que les hace imposible continuar viviendo en sus lugares de origen.

Una vez que se emprende el accidentado camino para abandonar los espacios propios y familiares empiezan las pequeñas grandes odiseas. Ya sean decisiones individuales, familiares o colectivas hay que ponerse en marcha y empacar recuerdos y nostalgias para enfrentar con todo tipo de miedos lo desconocido, acompañados solamente de una esperanza.

Conocemos muchas historias de quienes lograron emigrar y encontraron un destino que hicieron propio, con más o menos problemas, y sufriendo la discriminación, la exclusión y la segregación, porque pocos son bienvenidos en tierras ajenas y hay que trabajar mucho para insertarse en esas nuevas y distintas realidades. Pero, desconocemos los millones de fracasos de todos aquellos que perecieron en el intento, que se quedaron estancados, que tuvieron que volver. De ellas y ellos no hay memoria.

Anna Seghers, una autora alemana a la que le tocaron las dos terribles guerras europeas del siglo XX, cuenta en “Tránsito” un conjunto de esas historias. En un puerto, Marsella, los personajes de su novela se esfuerzan por conseguir todos los permisos que les permitirán abordar un barco y escapar de los horrores de la guerra. El destino poco importa; lo que se quiere es salir, abandonar Francia, escapar de los alemanes y comenzar de nuevo.

Uno de los aspectos más interesantes de “Tránsito” es que presenta la necesidad de emigrar de los alemanes que fueron perseguidos y arrinconados por el nazismo con la misma crueldad, diligencia y eficacia con la que los nazis persiguieron a judíos, homosexuales, gitanos, negros y disidentes. Su protagonista, un joven alemán, cínico y apolítico, que logró huir de un campo de concentración en Alemania y de un campo de reclusión en Ruan, llegó a París poco antes de la entrada del ejército alemán y, por pura casualidad, consiguió hacerse de los papeles de otro alemán (Weidel) perseguido por haber escrito contra los nazis y dueño de una visa para salir, vía Marsella, de Francia. El joven alemán decide adoptar la identidad falsa de Weidel y hacerse pasar por el Señor Seidler. Es así como el protagonista logra llegar al puerto de Marsella para emprender el tortuoso camino de conseguir los papeles que le permitirían abordar un barco y escapar de Francia.

Más de la mitad de la narración se centra en los interminables trámites que distintas personas tienen que hacer para, primero, obtener el permiso para estar en Marsella; después los muchos permisos para salir del puerto y, por último, las visas hacia los posibles destinos (Brasil, Estados Unidos, Cuba, La Martinica) y de los países donde tomarían los barcos para cruzar el océano atlántico (España o Portugal).

La angustia crece cuando se constata que, una vez que se obtienen unos permisos y visados, ya se vencieron otros y hay que volver a empezar. Es impresionante la historia del pequeño director de orquesta que cuenta con un contrato de trabajo y los documentos que avalan su traslado a Brasil, que ya ha tramitado sus papeles, una y otra y otra vez, y quien finalmente muere haciendo una última fila, cuando ya había logrado completar todos los trámites de permisos y visados, y solo le faltaba entregar unas fotografías.

Permisos, de residencia o de salida, certificados de liberación, visas temporales, visas de destino, visas de tránsito, boletos para tomar un barco que se tienen que cancelar porque no se cuenta con los papeles, idas y venidas a consulados y embajadas, y de vuelta a empezar porque alguno de los visados expiró, porque falta un permiso o porque un barco no llegó.

El requisito para estar en Marsella era comprobar que se quería salir de Francia. Por ello, todas las personas se encontraban en las largas filas de la tramitología migratoria que eran un constante horror y una dosis permanente de desesperación y angustia. Son, quizá, esos personajes menores los que sostienen la tensión en la novela. La pobre señora que decide comerse y beberse todo su dinero al saber que no podrá salir del puerto. El valiente legionario que se esfuerza en ayudar a otros antes que a sí mismo. La solidaria trabajadora de la prefectura que consigue tramitar algunos permisos violando los reglamentos. Los fugaces personajes que se conmueven ante el infortunio ajeno.

El sencillo juego de la suplantación, que tan despreocupadamente asumió el joven alemán, provocará que Marie casi enloquezca en la búsqueda de un marido que ha muerto, pero cuyos trámites se hacen una y otra vez en las oficinas marsellescas. Así, durante páginas y páginas una desesperada mujer recorre las calles, los cafés, las oficinas y los lugares de hospedaje de Marsella buscando a un marido que se le escapa. Realmente es cruel que el narrador, quien suplanta al marido muerto, la vea pasar día tras día, se acerque a ella y finalmente se enamore al grado de facilitar su salida de Marsella, sin atreverse a contarle quién es él y qué pasó con su marido.

Interesante, además, constatar que la novela de Anna Seghers narra lo que ella misma vivió: tuvo que salir de Alemania y refugiarse en Francia porque estaba afiliada al partido comunista y era una connotada activista contra la ideología hitleriana. Tuvo que salir de París cuando llegaron los alemanes en 1940 y comprendió que tenía que abandonar Europa. Llegó a Marsella y, después de pasar por el calvario de visas y permisos, gracias a la ayuda brindada por un notable diplomático mexicano, Gilberto Bosques, logró subir a un barco que la haría llegar a México donde vivió varios años, hasta que en 1947 pudo regresar a la Alemania del este.

“Tránsito” es una novela que describe el periplo de miles de personas que deciden migrar a cualquier lugar; describe el miedo, la angustia y la desesperación que viven los migrantes. Y es tan actual como lo fue en 1940 porque esas enormes historias que protagonizan los migrantes muestran el horror, la miseria y la crueldad que enfrentan los excluidos, desplazados y perseguidos a tal grado que salir o morir son sus únicas alternativas.

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