La semana pasada cometí un error al afirmar que Maximiliano de Habsburgo, de trágico destino en México, fue hermano de Elizabeth de Baviera, la famosísima Sissi, de quien apenas estamos empezando a conocer su historia verdadera y compleja.
Las niñas que nacieron a finales de los años cincuenta y durante las décadas de los sesenta y los setenta crecieron bajo el paradigma de los cuentos de hadas y la ilusión de las princesas.
Dicen que las buenas novelas son las que atrapan, las que obligan a llegar al final con una especie de ansiedad por saber cómo terminan.
Este es el caso de la novela de Brenda Navarro: Cenizas en la boca.
Todavía hoy, en la segunda década del siglo XXI, se alude a la ley sálica como el más fuerte soporte normativo que excluye a las mujeres de alguna sucesión monárquica.
En 1900 nació en Manchester, Inglaterra, una niña que con el transcurrir de los años se convertiría en una novelista anglo-estadounidense prolija y famosa.
Como todos los años, la prestigiada Academia Sueca, responsable de reconocer a la escritora o escritor cuya obra sea considerada, en su conjunto, como trascendente y muy destacada
María del Carmen Simón Palmer, a mediados de los años 80 del siglo pasado, se dio a la tarea de buscar a las escritoras españolas del siglo XIX, inspirada en lo que se hacía en Francia y Alemania para visibilizar a las mujeres en las letras.
Pensando solo un poco y moviéndonos entre el terror y el asco, ese que descompone físicamente a las personas ante la barbarie y la impotencia que permiten la impunidad y la injusticia